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Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 20 de enero, 2017


Cuando García Márquez escribió acerca de la gran obra de Maria Moliner dijo “se llama [i]Diccionario de uso del español[/i], tiene dos tomos de casi 3 mil páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor”. La publicación ha sido uno de los trabajos más minuciosos que se han hecho en la lengua española y requirió del trabajo incansable, por más de 15 años, de quien encontró su libertad en las palabras y frente a una Olivetti. Ella, fue la primera mujer propuesta, en 1972, para entrar a la Real Academia de la Lengua Española, candidatura rechazada -según se dice- por ser un entorno eminentemente masculino e impenetrable para una mujer en aquel momento. En su obra, Moliner buscó conjuntar la lengua funcional, hacer de ella y el diccionario una herramienta orgánica e integral; quería incluir todas las palabras que encontraba en los diarios porque según sus palabras “allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad”.

Moliner tenía razón, los diarios purgan las lenguas, el uso y desuso de ellas; marcan la reinvención de los idiomas como reflejo social. Nombrar algo establece una relación directa con “eso”, pues el lenguaje delimita nuestro universo de acción, conocimiento y apropiación. Tal vez por ello en español utilizamos la expresión coloquial “no tiene nombre”, para referirnos a acciones, situaciones y hechos que son impronunciables, que ni siquiera podemos nombrar. De honda crudeza son las palabras de La bibliotecaria -por antonomasia- si pensamos en las carencias lingüísticas que nos dejan ver los diarios en últimos días. Con lo que hemos leído, reconocemos desde la tristeza las palabras que necesitaríamos inventar para nombrar lo que nos pasa.

La muerte en un niño, que siempre es contradictoria, viene acompañada del sentimiento de que es un error, una equivocación, en contra de la naturaleza y la lógica temporal. Si a ello aumentamos la inocencia y la poca responsabilidad que éste tiene del entorno, cualquier agravio a su vida es doloroso. En este marco, no hay una palabra para nombrar a los padres de ese que muere, nada que encierre su estado y lo haga asequible, como las hay para el huérfano o el viudo. Los padres, parecen tener una marca de por vida, siguen siendo padres, siempre, sólo que en ese caso de quien no vive más. Si nos acercamos a la catástrofe que se vivió en el Colegio Americano del Noreste, en Monterrey, la escasez de palabras es mayor cuando sabemos que dos personas son padres de un niño muerto, que también fue suicida, y a su vez buscó ser asesino -de otros niños-. Frente a esto, una voz dentro de nosotros, a falta de palabras, con la piel eriza y los ojos entrecerrados nos hace preguntarnos desde la extrañeza ¿Qué pasó qué?

Los diccionarios también quedaron cortos al leer en los diarios el caso de Veracruz, donde en rueda de prensa se señaló que el gobierno anterior del estado del golfo dio agua destilada a niños enfermos de cáncer, en lugar de quimioterapia. Como en un intercambio de roles, el vocero de la arquidiócesis de Veracruz mencionó que el hecho es “un acto criminal” y el gobernador en turno lo consideró “un pecado brutal”; lo cierto es que ni la tradición judeocristiana ni el marco legal nos dan palabras que alcancen. Lo declarado, simplemente, no tiene nombre. No nos da la entereza, el alma o la cabeza para comprender ¿Quién hace algo así? ¿Por qué? ¿En qué se está convirtiendo este mundo? ¿Quiénes son esas personas que se supone buscan el bien común? En las múltiples notas al respecto se culpó al gobernador anterior, hoy prófugo; mismo personaje que acumula robos, irregularidades, atropellos y barbarie cada día que pasa, y que se ha convertido en tiro constante para el gobierno en turno. Cabe decir que en caso de que las declaraciones (que aceptan aún no tener pruebas finales de investigación) sean un juego político entre mártires y tiranos, buenos y malos, que utilizan como medio de destrucción el sentimiento de la sociedad frente a un hecho tan atroz. En dicho caso, eso tampoco tendría nombre.

Hay fibras que a todos tocan, nadie es inmune a la fotografía de un niño muriendo; ni a la imagen imaginaria que se construye de los que en la enfermedad fueron engañados mientras su última esperanza se diluía en el agua destilada, suministrada como placebo. Todos compartimos la náusea, enjuiciamos en el desconocimiento de nuestra especie y gobierno; todos somos padres de un sentimiento que no tiene nombre, los afectados se han convertido de pronto y de golpe también en nuestros hijos, pues en nuestro tiempo y gente se ha engendrado esto. En la ignorancia, la normalización y el silencio. Todos leemos con asco, miedo y extrañeza las mismas notas, siendo hoy padres, de niños muertos.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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