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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: captura de pantalla
La Jornada Maya

Jueves 12 de enero, 2017


Se llama Erik Norrie y es probablemente el hombre con más mala suerte en el mundo. En 2013, el periódico [i]New York Daily News[/i] dio a conocer su atribulada historia, mientras convalecía de una mordedura de tiburón. Norrie fue atacado por el escualo en las cristalinas aguas que besan Abaco Island, en las Bahamas, cuando nadaba rumbo a su casita cercana a la costa. Cuando llegó al hospital y los médicos le dijeron que tuvo suerte, Erik les soltó que no era nada, ya que en su vida había librado el golpe de un rayo, la mordedura de una serpiente venenosa y, en dos ocasiones, el ataque de una manada de monos [i]empanterados[/i].

Hay, sin embargo, otro que le hace la competencia: Enrique Peña Nieto. La reforma energética llevaba en la congeladora décadas; era un imperativo aprobarla. El gobierno de Peña Nieto, que en sus inicios tuvo un relumbrón hoy inexistente, perdido en la más oscura de las noches, movió todos los engranes para lograrlo. En efecto, sacó a los legisladores de esa marisma en la que parecía chapoteaban los pies y se hicieron realidad los cambios. Era tiempo. Era 2014.

La sonrisa, sin embargo, poco le duró en el rostro, ya que coincidieron con esos cambios a destiempo el desplome de los precios del petróleo. Se pasó, por los vaivenes del mercado internacional, de administrar la riqueza a administrar la mierda. «¿En qué momento se jodió Pemex?», rumiaban, como Zavalita, aun sin haber leído [i]Conversaciones en la catedral[/i] — o algún otro libro. Se jodió en nuestras narices.

Uno de los cambios más paradigmáticos en la reforma era la liberalización de precio. A pesar del panorama nublado, los cambios estructurales en el sector comenzaron a darse, dejando para inicios de este año el arbitrio del mercado para el precio del combustible. No había marcha atrás.

El mundo, de nuevo, se conjuró en contra, como en una conspiración de necios. La improbable llegada de Donald Trump al poder creo intensas turbulencias que le pegaron directamente al peso; cada vómito del presidente electo estadounidense contra México se representaba como una zancadilla a nuestra moneda. Y el precio se liberó, en un esquema en el que, por falta de refinerías, importamos gasolina en dólares.

El camino al infierno en el que se encuentra ahora el equipo de Peña Nieto está pavimentado de buenas intenciones. La crisis actual no sólo es consecuencia de la incapacidad o corrupción del gobierno federal; también lo es de la mala suerte. Mañana es viernes 13, jornada maldita en la que se encasquilló el presidente Peña Nieto, como un nada gracioso Bill Murray en el día de la marmota.

Desde esa óptica, en la que el mandatario parece un patético Job, más que indignación daría pena. Pero no: la suerte le sonríe a los valientes, y parece que en este caso la audacia se limita a los escándalos de corrupción. Apestado, por designios del azar y por decisión propia. Tanto, que hasta sus propios compañeros de partido se hacen a un lado.

Como recién lo hizo Ivonne Ortega Pacheco, quien muy quitada de la pena acepta que «es difícil ser priísta», ante la situación que vive el país. (…) no podemos pagar platos que no rompemos. Si hay quienes cometieron errores, que se les castigue» ([i]El Universal[/i], 11 de enero de 2017). Y como ella, muchos, que ya no portan las chamarras rojas priístas con la estridencia de antaño, como la protagonista de [i]Like a Rolling Stone[/i]. Ahora ya no hablan tan alto. Ahora ya no se sienten tan orgullosos. ¿Cómo se siente?

Azar, designios divinos, karma… Lo que sea, pero es muy probable que esta administración —una serie de eventos desafortunados— pase a la posteridad por su mala suerte. Y como sucede en estos casos, hasta un perro hizo su aparición en el colofón. No orinó la tambaleante pierna de la víctima del mal de ojo, sino que participó en los saqueos.

El can ladrón, que también robó cámara durante los disturbios en Chetumal por el gasolinazo, es quizá la mejor imagen que describe la tragedia de Peña Nieto y su equipo. Que, lamentablemente, es la tragedia de nuestro país.


***

Como dice Silvio —selva, jungla, bosque— [i]yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui; allá Dios que será divino, yo me muero como viví[/i]. Necios. Tal vez le estamos dando mucha importancia a la —mala— suerte. Por ejemplo, el factor Trump en el tropiezo del peso. Ayer, un dólar costaba casi veintidós pesos. Cuando se decía que Enrique Peña Nieto iba a salvar a México, un dólar se cambiaba por 12.87 pesos, en diciembre de 2012. Como inflado por esteroides, la divisa extranjera comenzó entonces una espiral a la alza, y tuvo un nuevo impulso con la irrupción del discurso antimexicano del presidente electo estadounidense. La mala suerte, en realidad, representa sólo la punta del iceberg.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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