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Ulises Carrillo Cabrera
Foto: La Jornada
La Jornada Maya

Viernes 26 de junio, 2020

No es temporada de lluvias. Es sólo que el cielo no puede dejar de llorar. Es un llanto a veces imparable, de días, semanas, meses. En otros momentos es un sollozo, una llovizna apenas, como lágrimas que se escapan. Otras ocasiones es un estremecimiento, nubarrones, igual que cuando uno se muerde un labio y contiene el reflejo más natural de la tristeza.

Son muchos muertos. Son muchos días de muertos. Son demasiadas muertes consecutivas. Es la repetición diaria de la tortura. Es asistir al cadalso cada tarde. Es aturdirnos con la morgue. Cuarentena como eufemismo de tiempo vacío. Aislamiento para después salir y darnos cuenta de que estamos más solos.

En el ocaso del día, en el conteo, morimos de nuevo. Luego, cada noche, desde la casa, escuchamos las ambulancias. Navíos fúnebres. Sirenas que te quitan el sueño. Sirenas que lo mismo que en la Odisea, anuncian la muerte.

Estamos en un lugar muy oscuro, en un rincón negro del alma y no tememos lámpara. No hay estrellas, ni luna, ni sabemos cuándo va a amanecer. Nadie sabe qué hora es. Nadie lo sabe ya. Hemos ajustado el reloj y la brújula demasiadas veces. El extravío es completo. Los relojeros ya no saben a dónde apuntan las manecillas y las manecillas del compás están magnetizadas por tanto manoseo.

Dan ganas de tocar el miedo, pero corremos y nos refugiamos en las gráficas y los mapas. Nos evadimos. Así menos nos vamos a curar. La indiferencia es otro síntoma del padecimiento.

No nos podemos curar de esas muertes que se viven cuando otros se mueren. El antídoto no existe cuando no aceptamos que la enfermedad es catastrófica, cuando la cura es dejar de revisar la salud y aceptar que el mal se va a ir con puro voluntarismo. La vida, más que curvas y aplanamientos, es una secuencia infinita de líneas paralelas.

Mis muertos no van a revivir por más que me hagan olvidar que murieron.

Después viene la angustia por el futuro. Nuestros muertos no murieron por un mañana mejor. El futuro será peor, eso lo sabemos. Nuestros héroes son los que hicieron que el tsunami no lo arrasara todo, pero los daños son inmensos de cualquier forma.

No hay gloria. Esos ángeles de blanco y azul, con cubrebocas y caretas, curando y atendiendo enfermos con el coraje de los santos, se han sacrificado simplemente para que más personas llegaran a los botes salvavidas, pero el hundimiento del barco es inevitable. Su grandeza sólo contendrá parte de la hecatombe que se organiza más allá de los hospitales, no hará realidad ríos de leche y miel.

Estamos cansados, aturdidos y seremos presa fácil de los depredadores. Ya escucho el tallar de las manos, el lascivo pasar de las lenguas en los labios de quienes nos tienen -por fin- donde querían. La calle es de ellos y de ellos el poder. Suya es la venganza.

Esto nadie lo para, no nos vamos a poner de pie. Se acabó. Se acabó una era. Como casi todos los finales, éste no es feliz. Esto no es un cuento de hadas, es la realidad, llana y sin adjetivos. Perdimos porque nos perdimos. La hoja de ruta no estaba trazada para un naufragio de estas dimensiones.

Lo mejor que nos puede pasar es escapar del patíbulo, pero eso no es estar bien. Nuestra mejor esperanza es sobrevivir. Prosperar es una propuesta ridícula. Son días de cansancio, de dejar las armas y la intención.

A veces lo mejor es dejar que pase lo que tenga que pasar. Cuando un oso te ataca la única alternativa es hacerse el muerto. Toda resistencia es peligrosa.

Huyamos para pelear otro día. Eso es lo mejor que podemos esperar: pelear otro día. La promesa del mañana no es algo mejor, sino una batalla más grande y que tenga sentido. De nuevo, ante el blitz, sólo podemos ofrecer lágrimas hoy, lágrimas mañana y, quizá, una confrontación justa otro día que no sabemos cuándo llegará.

No es temporada de lluvias. Es sólo que el cielo está llorando por el pasado, el presente y el futuro que se nos fue. Ya vendrá otra era. No tengo idea de cómo será, pero aferrémonos a sobrevivir y pelear por ella. La esperanza de un tiempo difícil no es mucho, no es algo bello, pero es mejor que esta máquina de estadística fúnebre y datos distintos.

Nuestras lágrimas no se perderán en la lluvia, eso es muy poco; esta vez nuestras lágrimas son la lluvia.

Sin embargo, lloremos, porque como decía Canek, sólo los cobardes no lloran.

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Edición: Enrique ÁLvarez


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