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Felipe Escalante Tió
La Jornada Maya

Domingo 21 de junio, 2020

“Papi atravesó el océano dejando sólo una memoria, una foto en el álbum familiar. Papá, ¿qué dejaste para mí?”, preguntaban los integrantes de Pink Floyd en 1979, en la canción [i]Another brick on the wall[/i] (part. 1), exponiendo en todo el disco (The Wall) los efectos de la falta de la imagen paterna en una generación.

Han pasado décadas y es notorio que en los medios hace falta un modelo positivo de padre. ¿Qué encontramos en la televisión, por ejemplo? Una respuesta simple es que la idea paterna es la de un imbécil con un corazón enorme. ¿Qué otra cosa son los 30 años de Homero Simpson? ¿Qué tal su antecesor, Pedro Picapiedra? Ambos son lugares comunes: tontos que se meten en problemas y deben ser salvados por su esposa e hijos.

La compañía Hanna Barbera dejó otro modelo: George Jetson, en Los supersónicos. En la introducción de esta caricatura éste aparece dándole dinero a Cometín y Lucero, pero Ultra, su esposa, le arrebata la billetera. El mensaje es simple: papá no tiene necesidades, sólo debe proveer.

Pero junto a nosotros están otros, casi en la sombra. Los he visto y los admiro, porque son los que hacen una diferencia.

Miro a Manuel, quien presume su carácter recio como hombre del campo que a sus primeros tres hijos les enseñó a mantenerse sobre un caballo, a lazar, a mostrarse fuertes; él pasó por varios abusos en su infancia. Su cuarto hijo nació con parálisis cerebral y en varias ocasiones él lo llevaba a rehabilitación física al CRIT. Después de varias terapias, lo vi abrirse y llorar diciendo: “Quiero a mis hijos, les he enseñado lo que he podido, pero este pequeño es el que me enseñó a ser papá”.

Miro a Carlos desplomarse. Tiene una niña con discapacidad severa. Él era chofer cargador hasta hace unos años, hasta que le dio una embolia que le paralizó medio cuerpo. Poco a poco se ha recuperado, pero sigue teniendo accidentes, incluso una parálisis facial reciente y no consigue un trabajo fijo. Mientras, su esposa se ha echado encima el peso de conseguir el ingreso para la familia, elaborando piñatas, saliendo a vender dulces de ciricote, ciruela o camote que ella misma prepara. Carlos me ha dicho “se supone que no debe ser así”. Ahora él se ha vuelto el principal cuidador de su nena.

Miro a un amigo muy querido de la preparatoria y a su hija. La niña ha crecido prácticamente sin figura materna, ya que en este caso es la madre quien está ausente y entre abuelo y papá se han hecho cargo de la crianza.

Y así hay más: está el que llega por la noche y no cena sin antes ir a la hamaca de los niños a leerles un cuento, el que se encarga de enseñar los primeros ejercicios para que adquieran dominio sobre el propio cuerpo, el que muestra cómo lanzar y batear una pelota de beisbol y el que apenas come o lo hace rápidamente porque se hace tarde para llevar al niño a la práctica y porque hay que pasar por otros compañeros del equipo; y también el que peina a la niña para el ballet y el que puede establecer una relación de complicidad con ella al grado que le consulta por vestidos, o por cómo relacionarse con los compañeros varones.

El Día del Padre en Estados Unidos apenas se declaró festivo en 1972, mientras que el de la madre está desde 1914, recuerda el doctor Anthony Balduzzi, fundador de [i]The Fit Father Project[/i], un sitio que convoca a los papás a cuidar su salud; su llamado es a los que se han preocupado por ser los proveedores, los que anteponen las necesidades de su familia a las propias y terminan descuidándose, malcomiendo y llenándose de colesterol o elevando su presión arterial.

Balduzzi menciona: el trabajo de un padre es una elección, porque los hombres no son indispensables en el parto y la crianza. Por esa elección, un hombre puede involucrarse lo poco o mucho que elija, y algunos, cierto, escogen no involucrarse en absoluto. El resto tiene otras historias y por eso, sigue el facultativo, el mundo necesita honrarlos, porque más que padres, el mundo necesita papás que nos muestren cómo manejar el dolor, la ira, la tristeza y la pérdida; que nos enseñen fuerza, compasión, paciencia y diversión; los que indiquen el modo correcto de actuar, cómo tratar a otros con respeto y dignidad.

En una tira, el dibujante Quino pone en su personaje Mafalda una pregunta a su progenitor: ¿Cuál es la diferencia entre padre y papá? “Ninguna”, responde el aludido. “Sólo que papá es más familiar y padre más respetuoso”. La niña terrible pregunta con angustia “¿O sea que jamás podré decirte padre?”

Me tomó varios años entender que esa tira estaba mal hecha (y por supuesto, saber que Quino no tuvo hijos). Con el tiempo entendí que aunque respeto a mi papá, es mucho más el cariño que le tengo, y el agradecimiento por sus enseñanzas. Y sí, jamás le he dicho padre, porque sé que, como otros, escogió involucrarse, ser precisamente papá, y cuando le llamo por esa palabra, sé que en esas cuatro letras hay un abrazo enorme para él.

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Edición: Elsa Torres


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