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La Jornada Maya
Foto: Cuartoscuro

Miércoles 17 de junio, 2020

La mayor parte de las naciones, incluida la nuestra, se debaten en la construcción de una nueva normalidad luego de la primera oleada global de la pandemia de COVID-19, sin que ninguna de ellas tenga una certeza razonable de cómo hacerlo, sin que exista un camino exento de riesgos para empezar a reactivar las postradas economías y cuando la amenaza sanitaria dista mucho de haber sido superada.

Con el levantamiento parcial de las disposiciones de confinamiento han tenido lugar rebrotes de la epidemia en China, país en el que se originó, de acuerdo con la información disponible, y en el que se daba casi por superada; en Corea del Sur, cuyo manejo de la pandemia fue visto por muchos como ejemplar; en Portugal, que hasta ahora ha logrado eludir desastres sanitarios como los que ocurrieron en Italia, Francia, Gran Bretaña y España; en esta última se ha registrado un repunte de los casos confirmados y en Estados Unidos existe el temor de que sobrevenga una segunda oleada de infecciones descontroladas ante la presión del presidente Donald Trump y de otros ámbitos gubernamentales y empresariales de suprimir las normas de distanciamiento social.

Respecto a Latinoamérica, en México la pandemia permanece, en lo general, en una ya larga y desalentadora meseta, con disminuciones mínimas en algunas entidades y crecimiento en la mayoría de ellas; van al alza en Chile –con el telón de fondo de la renuncia del ministro de Salud del gobierno de Sebastián Piñera– , en Perú, Colombia, Argentina y Panamá, entre otros, y es de completo desastre en Brasil, donde se contabilizan ya 888 mil contagios y casi 44 mil muertes, donde su presidente, Jair Bolsonaro, ha cambiado en tres ocasiones de titular de Salud en lo que va de la pandemia y ha exhibido actitudes aun más irresponsables, si cabe, que las del propio Trump.

El mundo se encuentra atrapado entre este desolador panorama sanitario y la acuciante necesidad de reactivar, así sea parcialmente, la actividad económica, cuya parálisis ha dejado centenares de millones de desempleados, cientos de miles de empresas cerradas en definitiva y caídas sin precedente en la producción, el comercio y los servicios; en tanto que sectores como el turístico y el de transporte aéreo han retrocedido décadas en un trimestre.

Entre las pocas certezas disponibles hay dos que resultan en particular inquietantes: la primera es que no va a disponerse de una vacuna ni de tratamientos curativos a corto plazo, lo que obligará a mantener las actividades en niveles mínimos o en todo caso insuficientes para lograr una rápida reactivación económica; la segunda es que si no tiene lugar esa reactivación no habrá forma de impedir el hambre y los descontentos sociales explosivos.

Así, pues, a contrapelo de lo que podía pensarse hace apenas unos meses, el surgimiento del nuevo coronavirus plantea, más allá de lo sanitario y de lo económico, un desafío de escala civilizatoria. Es obligado, en tales circunstancias, imaginar maneras para convivir con el COVID-19 sin que ello se traduzca en muerte y enfermedad masiva y sin que la fallecida resulte ser la economía.

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Edición: Ana Ordaz


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