de

del

Ulises Carrillo
Foto: Twitter @ElonMusk
La Jornada Maya

Lunes 1 de junio, 2020

Todos los días ocurren cosas colosales. No hablamos de las convulsiones civiles en los Estados Unidos, la numeralia del COVID-19 o la última declaración de algún político. En la Tierra, nuestro planeta, la nave espacial biológica a bordo de la cual recorremos el espacio, todo es dinámico y cambiante, intentando recordarnos que, como civilización y seguramente también como especie, vamos de paso.

En tiempos de nuevos cohetes que -por fin- ya no son monopolio de los gobiernos y que nos asombran e inspiran viajando a 24 mil kilómetros por hora, vale la pena recordar que la tierra se mueve en el espacio, recorriendo su órbita, a 107 mil kilómetros por hora, lo que hace ver a nuestras naves espaciales metálicas como lentísimas tortugas saliendo del Planeta Azul.

Por si fuera poco, nuestro Sistema Solar entero (el Sol con sus planetas) viaja por el espacio a 828 mil kilómetros por hora (¡34 veces más rápido que el [i]Falcon 9[/i]!). Sin embargo, lo que te hace pensar en buscar una silla en la casa y ponerte un cinturón de seguridad, es saber que nuestra galaxia, la Vía Láctea, se desplaza a través del universo a 2.1 millones de kilómetros por hora (¡88 veces más rápido que el cohete de moda!).

Si hablamos de cambios rápidos y avances gigantescos, tenemos que ver todo en proporción y asumir que los humanos y nuestros problemas parecen ocurrir en cámara lenta o en tamaños que nos deberían convocar a la humildad.

[b]Infraestructura a escala planetaria[/b]

Todo cambia y seguirá cambiando cuando no estemos, incluso las montañas, las más colosales, las de masa inimaginable, se mueven y nos dejan atrás. El Monte Everest puede crecer hasta medio centímetro por año, pues la placa tectónica del subcontinente Indio sigue chocando con la placa Asiática. El Everest y el Himalaya entero son resultado de lo que es una verdadera sacudida con efectos eternos, una consecuencia que ninguna elección, convulsión económica, transformación o giro cultural podrá igualar. Eso es construir infraestructura de tamaño planetario.

Obvio, dado que el choque tectónico continúa, pues el Everest sigue creciendo y creciendo y más interesante, se seguirá moviendo. Sí, incluso el Everest se mueve, casi cuatro centímetros al año en dirección noreste, pues la placa tectónica de la India sigue empujando a Asia.

Actualmente la frontera histórica entre Nepal y Tíbet pasa exactamente por el pico de la montaña. Así, un Monte Everest itinerante hacia el noreste podrá, en la acumulación de los años, cruzar líneas fronterizas definidas por coordenadas y cambiar de nacionalidad por completo, terminando del lado Chino-Tibetano en las medidas georreferenciadas de mayor precisión, más allá de las tradiciones de los geógrafos o los acuerdos políticos.

[b]Ocaso de gigantes[/b]

En un mundo dinámico, ni el Everest será eterno como el pico más alto del planeta, otras montañas del Himalaya crecen más rápido que ese coloso. Hasta los más encumbrados tienen su ocaso, deberíamos aprender como civilización.

Un altísimo pico nevado en especial, el Nanga Parbat, crece casi al doble del ritmo del Monte Everest, por lo que en un futuro milenario podría alcanzar y rebasar en elevación al que es actualmente el techo del mundo. Si para esa época la humanidad no ha conseguido auto erradicarse, otros serán los nombres y apellidos de los primeros montañistas en haber escalado la que será la montaña más alta de esa era. Sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay, que nos parecen inmortales del montañismo, no están en un pedestal eterno.

Eso sí, la estable Europa siempre es fuente de equilibrios y certezas. Los Alpes siguen creciendo como resultado del choque de África con Eurasia, con Italia como ariete levantando montañas en el corazón del viejo continente. Sin embargo, los Alpes con un gran número de rocas de alto contenido en calcio, tienden a erosionarse muy rápido por los efectos del viento, la lluvia, la nieve y los glaciares. Lo que la colisión tectónica empuja hacia arriba, la erosión deja del mismo tamaño y los Alpes crecen únicamente alrededor de un milímetro al año. La Europa geológica nos regala una metáfora de equilibrio entre fuerzas creadoras y atenuadoras. El viejo continente es sabio hasta para construir un paisaje sin espectacular o estridente violencia o convulsión.

[b]El polvorín americano[/b]

En América, en cambio, muchas cosas son un polvorín. Los Estados Unidos tienen en su corazón un súper volcán en el parque de Yellowstone. Un volcán que, si hiciera erupción, básicamente pondría fin a la mayoría del territorio de ese país como una zona habitable, cubriría buena parte de Norteamérica con cenizas y gravillas y, desde luego, transformaría el clima mundial.

Ese súper volcán ha hecho erupción cada 600 mil u 800 mil años, con consecuencias también colosales. La última gran erupción fue hace 640 mil años, así que el reloj geológico está ya en cuenta regresiva vencida hasta para el súper poder de la civilización occidental. La geología en América, al igual que en Europa, nos regala una metáfora, sólo que esta vez es sobre un paisaje de abundancia y riqueza en la superficie, con un volcán latiendo silenciosamente debajo de las apariencias, con géiseres y venas de lava que de pronto explotan, como en Minneapolis.

Tal vez por eso California se va, poco a poco, separando de Estados Unidos en un movimiento de deslizamiento paralelo hacia el noroeste. Nunca para irse muy lejos, pero sí rompiendo claramente con su alineación respecto al resto del territorio. El movimiento se nota, casi 46 milímetros al año, el ritmo al que, en promedio, le crecen las uñas a un ser humano. Por lo que, en estos días raros, cuando la tensión de la pandemia nos haga comernos las uñas, podemos pensar en la falla de San Andrés y su colosal realineación.

[b]Humildad homínida[/b]

Finalmente, si levantamos la vista, veremos a la única testigo de todos los aconteceres de la humanidad diciéndonos adiós lentamente. Sí, la Luna que se creó como resultado de un violento abrazo e impacto de un planeta contra nuestra Tierra, ahora se está distanciando tal y como siempre se acaba el entusiasmo social por un gobierno o un arreglo social, casi sin verse, pero de forma irreversible. Cada año la Luna se aleja 3.78 centímetros de nuestro planeta.

Cuando los primeros grupos de homínidos, que luego desembocarían en el río evolutivo de la humanidad, rondaron el planeta, hace más de dos millones de años, ese satélite de luz plata se veía 10 por ciento más grande que hoy. Esa luna que fue observada por primera vez por un cerebro increíblemente complejo, era una luna más brillante, con mareas más altas y efectos más intensos, tal vez hasta más llena de magia en una época en que los futuros humanos veían lo místico en todos lados.

La Luna se aleja porque cada vez la Tierra gira más lento sobre su eje, como perdiendo un vigor interno que anuncia el cambio de épocas y humores. A generaciones en el futuro muy lejano, en la niebla de lo inimaginable desde el presente, les tocará ver otras cosas y contar cambios en un mundo del que somos pasajeros cada vez menos deseados, o tal vez hasta polizones.

Todo en esta tierra cambia y luego se repite, montañas crecen y se erosionan, continentes chocan y luego se van a la deriva, lunas que llegan y luego se van. Tal vez por eso, el 31 de mayo de 1911 el gran constructor de ferrocarriles en México, Porfirio Díaz, partía derrotado al exilio desde Veracruz y, luego, un 31 de mayo -pero de 2020- el que pretende ser el nuevo constructor de ferrocarriles partía de la Ciudad de México rumbo a Quintana Roo, a poner en marcha el que quiere que sea su tren.

Lo seres humanos queremos ser los monopolistas del cambio, nos atrevemos a concebir la idea absurda de dejar huella imborrable en un paisaje que todo lo borra más rápido de lo que podemos imaginar.

Nos hace falta humildad para ver que en esta Tierra que gira sobre sí misma a mil 700 kilómetros por hora, los días pasan uno tras otro a vertiginosa velocidad, sin poner mucha atención sobre lo que hace o deja de hacer una especie que no existía cuando las más enormes montañas ya tenían millones de años de crecer y crecer, de hacer cosas de verdaderos gigantes.

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Edición: Ana Ordaz


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