Jesús Hernández Martínez
Foto: Reuters
La Jornada Maya
Miércoles 27 de mayo, 2020
En verdad, aunque algunos quisieran negarlo, la fantasía casi siempre supera la realidad. No por sí misma, sino por la imaginación humana que navega en situaciones fruto de esa imaginación, y que a fin de cuentas es parte de la vida. La teoría establece que conocemos lo real, lo científico y lo imaginario.
De los tres componentes del conocimiento, la imaginación es la más amplia –tal vez infinita– o al menos, la más difícil de cuantificar. Es el caso con que se ha tratado el nuevo mal llamado coronavirus del que todos creen saber todo, todos tratan de opinar, de dar y sugerir formas de evitarlo o de superarlo si se contrae. Lo único que se confirma es que “un dispositivo electrónico de comunicación aleja a los cercanos y acerca a los lejanos”.
Quienes tratamos de informarnos lo más objetivamente posible sobre la –al parecer– nueva enfermedad humana convertida en pandemia, nos informamos poco y ese poco a veces llega distorsionado. En los últimos días, nos hemos enterado que las cifras de contagios y muertes no son reales, que no conviene a los gobiernos hablar de cantidades, pues asustarían más a la población ya de por sí preocupada por el anticipo del apocalipsis.
Sobre la imaginación, vale la pena recordar un programa de radio que hizo Orson Welles en Estados Unidos en 1938, basado en la novela [i]Guerra de los mundos[/i] (H.G. Wells, 1898). Narró y convenció a su auditorio que la historia era verdad cuando se trataba de un hecho ficticio, una novela como lo había anticipado.
El experimento sentó un precedente pues causó pánico en varios sectores sociales y quedó como referencia de la fuerza de la comunicación sobre todo en los pasillos universitarios. En otras fechas y lugares se han hecho experimentos como el de la “huele visión”: los televidentes podrían percibir el olor de unos guisos mostrados; más de dos docenas de personas hablaron por teléfono a la televisora confirmando que habían olido la comida sin que esto fuera cierto.
Desde niños se nos inculcan historias falsas que tal vez sean necesarias en nuestra infancia: a los niños los trae una cigüeña de París; por las fiestas decembrinas llega Santa Claus y los Santos Reyes con regalos; o el Coco, los duendes que después nos damos cuenta son fruto de la imaginación, igual que las “mañanitas que cantaba el rey David” que, insistíamos, enriquecen la historia de cada uno. A fin de cuentas, vivimos un poco en la verdad y un mucho en la fantasía.
La comunicación en las empresas asegura, y tal vez sea cierto, que corre más rápido un rumor que una información oficial. Las versiones del aumento o disminución de sueldos, el despido masivo de trabajadores y otras situaciones de una empresa, se echan a andar primero como rumor, después sólo se oficializan y es bastante funcional.
De alguna manera, eso nos ha pasado a muchos… no con el coronavirus, sino con la información que a diario nos llega sobre esa enfermedad; incluso de una niña peruana que “habló con Dios” y le dijo que todos quienes salieran a la calle hace unos días serían fulminados mediante una neblina mortal.
En verdad los legos en medicina debemos ser cautos y cautelosos, analizar bien la información que nos llega para no recibirla y aceptarla de quienes saben menos que nosotros.
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