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del

Daniel Vera
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 14 de mayo, 2020

Aunque parezca que hoy en día la opinión pública está monopolizada por el [i]zapping[/i] informativo del COVID-19, y que todos nos encontramos sumergidos en una especie de letargo interminable, la crisis del coronavirus ha hecho emerger una pregunta existencial que no puede ignorarse: ¿Que va a pasar con la sociedad después de la pandemia?

Para muchos, el COVID-19 dejó de ser solo una enfermedad con alto riesgo de contagio y se convirtió en un espejo que refleja la lucha de clases imperante en el globo. Es una pantalla que desnuda al cuerpo entero para enseñarnos las desigualdades que vivimos como sociedad, pues está claro que no todos llevamos o sobrellevamos de la misma manera la contingencia: según el estrato social al que pertenezcamos podemos o no permitirnos ciertas comodidades y comportamientos.

Por un lado existe una élite social muy privilegiada y alejada de las mayorías que puede quedarse tranquilamente en casa, pues cuenta con todo lo necesario para garantizar su bienestar. Uno mira las dimensiones de sus hogares y parecerían estar más bien de vacaciones que en una cuarentena.

En el extremo opuesto están las clases trabajadora y popular a las cuales la necesidad no les permite quedarse en casa. Este sector experimenta una doble angustia: contraer la enfermedad y no poder obtener el sustento. Y haciendo honor a su denominación, entre las dos anteriores oscila la clase media, con algunos beneficios de la primera y dificultades de la segunda.

El mundo no será el mismo, para bien o para mal.

Esta visible desigualdad, que replica a la división social imperante en todo el orbe, obliga a hacernos una difícil pregunta: para cuando la pandemia acabe y regresemos a eso que llamamos normalidad, ¿mantendremos nuestro actual modo de convivencia?

Analistas e intelectuales auguran dos posibles escenarios para el mundo post pandemia: uno en el que se vislumbra una suerte de postcapitalismo, donde lo que impere es la solidaridad y la colaboración global. Y otro en el que una evolución aún más recalcitrante del capital daría pie a regímenes más autoritarios, con un control masivo marcado por el miedo.

¿Qué es lo que decantará entre una salida u otra? La respuesta dependerá de la forma en que la humanidad afronte este problema común. Durante más de 30 años el discurso político y social dominante ha sido mediado por un individualismo que apela al egoísmo.

El modelo neoliberal convirtió al ser humano en un empresario de sí mismo y lo puso a competir en el mercado, sin que le importarán las demás personas alrededor. La actual pandemia está derrumbando esta visión del mundo, pero aún no existe una alternativa social a la misma. El coronavirus ha demostrado que el fin de todo problema que enfrentamos como sociedad depende de una acción compartida y no de una responsabilidad individual.

Al final del día, si el modelo de sociedad que predomina a escala global sigue siendo aquel que prioriza el beneficio privado antes que la vida, el capítulo de [i]Black Mirror[/i] que ahora vivimos podría ir a peor y no sería descabellado pensar en distopías con [i]apartheids[/i] donde los ricos, libres del COVID-19 y con todos los servicios a la mano, no van a querer ni ver a los pobres.

El mundo está hoy en una encrucijada. Si como afirman los científicos la vacuna contra el nuevo virus tardará mucho tiempo en llegar, a la humanidad sólo le queda la mejor y mayor cura para salir avante de esta crisis como sociedad: la solidaridad.

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Edición: Ana Ordaz


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