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La Jornada Maya
Foto: Juan Manuel Valdivia

Miércoles 6 de mayo, 2020

En nuestra era, es inconcebible hacer experimentos en seres humanos. La sola idea resulta abominable. Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto a los gobiernos hacer experimentos tomando a sociedades enteras como conejillos de Indias. Cada nación ha hecho su propio ensayo. Unos cerraron economía y sociedad, otros consideraron que debía aguantarse hasta el límite, muchos se quedaron en medio. Unos hicieron pruebas para conocer el detalle, otros prefirieron estimar con visión de centinelas. Ya llegará el veredicto de los saldos finales.

Paralelamente a los experimentos sociales sobre el control sanitario, empieza ahora a jugarse con otro experimento colectivo: reactivar la economía. Muchos sólo quieren abrir fábricas y servicios lo más pronto posible, otros quieren revisar el modelo productivo entero.

Es lógico darle la razón a voces que prevalecen en Francia o Alemania, en casi toda Europa, las que proponen que sería un desperdicio hacer como si no pasó nada en el mundo y ahora basta con invertir recursos para revivir la economía de antes.

En nuestra península pasa lo mismo: sería una lástima aspirar a sólo regresar al viejo camino, cuando hay posibilidades, voluntades y hasta la coyuntura para conseguir recursos y créditos para transformaciones de fondo. Reactivar no puede significar repetir o replicar. Si vamos a usar el prefijo "re", usémoslo para revolucionar nuestra lógica productiva.

La primera lección es la importancia de tener una economía que sea mayoritariamente formal. Ya quedó claro que ofrecer IMSS e Infonavit no bastan para incentivar al trabajador para inscribirse o exigir ser inscrito en la economía formal (esas instituciones tienen un prestigio social endeble), pero el seguro de desempleo podría ser una herramienta permanente en la tarea. Nadie prefiere trabajar en la informalidad si el contrato social le da beneficios claros y tangibles por trabajar con todas las de la ley.

Lo mismo con las empresas: se debe pensar en crear una nueva cultura de responsabilidad corporativa hacia los trabajadores y la posibilidad de apoyos que favorezcan a compañías que contribuyan a la sociedad más allá del tamaño de su nómina.

Hay lecciones todavía más profundas para orientar la economía post-COVID. Hablemos, por ejemplo, del turismo. En México y en la península -ahí están la Riviera Maya y Chichén Itzá como tristes emblemas- la apuesta ha sido por un turismo cada vez más barato, masivo y depredador de espacios. Un turismo de volumen que apenas deja para vivir a quienes trabajan en el sector.

Si la respuesta a la crisis va a ser ponernos de oferta con noches en descuento y boletos gratis, únicamente vamos a profundizar esa tendencia que ya convirtió muchos destinos, paradisíacos hace una década, en destinos de segunda hoy; con violencia, deterioro cultural y ambiental casi irreparable. Tal vez sea tiempo para replantear a fondo el turismo que necesitamos y podemos hacer sustentable en ciudades, pueblos llenos de patrimonio y tesoros naturales.

Convertir a nuestros estados en potencias económicas, no significa que automáticamente serán sociedades sanas o viables. Hay que crecer -con lo que tenemos no basta, es obvio- pero ese crecimiento debe fortalecer el tejido comunitario y considerar que la economía también requiere un sector social.

Yucatán, por ejemplo, es seguro porque se ha creado una cultura cívica en la que todos asumimos responsabilidades y beneficios en la seguridad pública; es tiempo de una economía en la cual la comunidad también pueda sentirse accionista y beneficiaria real. Yucatán ya fue, en las dos épocas del oro verde del henequén, una potencia económica regional y, simultáneamente, una sociedad disfuncional y lista para el estallido. El COVID-19 ha traído la posibilidad de hacer importantes ajustes al modelo de desarrollo local que no pueden desperdiciarse.

No es irresponsable decir que la pandemia ha cambiado al mundo en muchos niveles y, por tanto, la economía no puede ser impermeable a esos cambios. Si lo urgente hoy -así lo demuestran las largas filas de ciudadanos en las casas de empeño- es encender el motor económico a plenitud, no perdamos la oportunidad de por lo menos plantearnos las mejoras que ese motor requiere, las piezas que le sobran y las que le faltan.

Al final -y uno lo dice con enorme humildad y sobriedad- la pandemia es un breve ensayo de la verdadera tormenta que ya está en camino: el cambio climático. En esa tormenta, aún más inimaginable que el COVID-19, sólo las comunidades más robustas van a salir adelante; así que ésta es una pequeña oportunidad para aprender a ser mejores en nuestra frágil península, no para insistir en volver a ser los mismos.

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[b]Edición: Enrique Álvarez[/b]


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