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Eduardo Lliteras Sentíes
Foto: Archivo LJM
La Jornada Maya

Lunes 4 de mayo, 2020

Encerrados en nuestras casas, muchos soñamos con el retorno a la “normalidad”, al [i]priorem statum[/i] del mundo, de nuestras vidas, de nuestras ciudades, en la creencia de que vivimos una especie de pesadilla de la que todos, los que sobrevivan, despertarán en algún momento del presente año para volver a las certidumbres de antes.

De tal manera, el periodo de confinamiento es vivido como una especie de purgatorio, inclusive de infierno, antes del retorno al paradisiaco mundo de la cotidianidad perdida de un día para otro, prácticamente, demostrando la extrema fragilidad de esa “normalidad” que para muchos parecía inapelable, inamovible, un tabú intocable, erigido como un castillo de naipes sobre las estructuras de poder, de extrema desigualdad y miseria, de nuestro país, y del mundo.

Efectivamente, las vulnerabilidades de esa “normalidad” han salido a flote como nunca: Nuestra estructura económica piramidal, extremadamente desigual, los sistemas de salud relegados y privatizados durante sexenios, la inexistencia de la seguridad social, la extrema pobreza en la que vive la mayor parte de los mexicanos que padecen, en muchos casos, enfermedades crónico degenerativas por la mala alimentación y los malos estilos de vida que la “normalidad” perdida imponía.

Como ha señalado Oxfam, la mitad de las personas en México carece de seguridad social, los cuidados dependen del trabajo no remunerado o mal pagado de millones de mujeres, cuatro de cada 10 personas tienen un ingreso laboral insuficiente para alimentarse y 52.4 millones viven en situación de pobreza.

La llegada del coronavirus, y de las órdenes de confinamiento, la imposición de la “pausa económica”, hizo aflorar esas vulnerabilidades como nunca, exponiéndonos a todos como sociedad, ya que, valga la perogrullada, vamos todos en el mismo barco.

Claro, el cobre no ha salido a relucir sólo en México. En Estados Unidos se ha evidenciado que la gente negra está muriendo a tasas mucho más altas que la gente blanca, debido a que tiene más probabilidades de padecer problemas de salud crónicos y menos acceso a un seguro médico, además de que una buena parte de los trabajadores que realizan tareas de primera necesidad -y que todavía siguen yendo a trabajar en medio de la pandemia- son afroestadunidenses, así como también mexicanos, latinos.

La desproporción de muertos entre dichas comunidades está evidenciando esas brutales diferencias sociales, como no sucedía desde hace mucho.

Mientras tanto, el retorno a esa ansiada “normalidad” no aparece con claridad en el nebuloso camino de la crisis que ha desencadenado el COVID-19.

La realidad es que el daño económico es de dimensiones históricas y llevará mucho tiempo recuperarse, años, en realidad. Y es que muchas cosas cambiarán para siempre. Les pongo un ejemplo: el multimillonario estadunidense Warren Buffett afirmó que fue un error invertir fondos de aerolíneas, que ahora se encuentran en bancarrota debido a la pandemia del coronavirus y las restricciones de viajes. “El mundo cambió para las aerolíneas y les deseo lo mejor”, dijo el inversionista despidiéndose de ellas mientras anunciaba que su corporación vendió acciones valuadas en 6 mil 500 millones de dólares, y la mayoría son de las cuatro aerolíneas estadunidenses. De esta manera, abandonó por completo sus participaciones en las empresas de ese sector, del cual cree hoy no hay futuro.

¿Qué pasará con el turismo, negocio millonario que depende, precisamente, de esas aerolíneas?

En Quintana Roo, algunos dicen, o más bien sueñan, con que en junio “todo se reactiva”. La realidad es que mientras no haya vacuna, el coronavirus seguirá afectando la economía severamente, y por lo tanto, los viajes y el turismo.

Se anuncia el esfuerzo internacional histórico, “Pacto por la Vacuna”, para hallar la salida al túnel. En lo que llega, si es que llega, pasarán muchos meses más.

Mientras tanto debemos repensar, más allá de grillas envenenadas que nos atenazan a diario, sobre cómo relanzar la economía desde otras bases. Algunos hablan de un relanzamiento “verde”.

Lo cierto es que, por lo pronto, deberemos vivir con el COVID-19, las mascarillas, y una economía en números rojos por mucho tiempo. Queda claro que nuestras sociedades no pueden resistir mucho tiempo más en confinamiento. El hambre aprieta.

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Edición: Ana Ordaz


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