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del

Francisco J. Rosado May
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Jueves 30 de abril, 2020

Las decisiones que tomamos, cotidianas o académico-científicas, sin excepción, se basan en la información de que disponemos y cómo la procesamos.

A través del Internet y los medios cibernéticos, en adición a los convencionales o los que se producen y transmiten en forma oral, podemos acceder tal cantidad de información que es muchísimo más de la que podemos conocer y procesar. La información que disponemos crece cada día en forma exponencial. Esta enorme cantidad representa en sí misma el también enorme reto de elegir a cual de todas las opciones se debe prestar atención para leer, atender, creer e incorporar en nuestra conciencia cognitiva. Para ello es necesario saber cuál de las opciones tiene sólidas bases, aunque no esté uno de acuerdo con el contenido o mensaje. Para saber cómo identificar información confiable, es necesario, lo ha sido desde antes de la revolución digital, un buen entrenamiento.

La información obtenida pasa a un proceso de entendimiento e interpretación. En esta fase cuenta mucho la formación de la persona, los valores que ha forjado en su vida y, en parte, los intereses que persigue en su vida, sea en el futuro cercano o no.

Durante el período de cuarentena, donde el teléfono inteligente y la computadora están mucho más tiempo en nuestras manos y tienen nuestra atención, parece que la cantidad de información que recibimos y procesamos es mayor que antes del confinamiento. Por lo tanto, estamos expuestos a una amplísima gama de datos, videos, mensajes, memes, bromas, chantajes, etcétera; incluyendo buena y mala información.

Para tener una idea cuantitativa de lo anterior, elegí en una semana los días martes, jueves, y domingo para contar el número de mensajes, considerados también como fuente de información, que llegaron a mi celular. El martes llegaron 434, el jueves 521 y el domingo 627. Al parecer hay una relación entre expectativas de información a medida que pasan los días de la semana, tanto para saber cómo evoluciona la pandemia como para conocer las medidas de confinamiento. Esto fue la semana anterior a la fase 3 de la contingencia.

Para leer con detalle cada mensaje y dar respuesta, para ver los videos o noticias o documentos adjuntos, sería necesario dedicar un número de horas no siempre disponibles. ¡Y eso que los mensajes llegan casi durante las 24 horas del día!

Para determinar la frecuencia de información hice una categorización e hice un muestreo del tipo de mensajes y lo extrapolé para toda la semana. Sin ser un ejercicio que tenga una confiabilidad estadística, pero que seguramente refleja una percepción generalizada, encontré lo siguiente. Alrededor de 521 mensajes recibí por día, de ellos el 57 por ciento fueron de texto o voz, el 32 por ciento eran videos, el 12 por ciento eran documentos y el resto eran memes.

En un muestreo por cada uno de los días estudiados, eligiendo segmentos de una hora al día, en tres ocasiones distintas, usé un criterio de confiabilidad de la información para clasificar información buena o mala, es decir [i]fake news[/i], sea por mensaje escrito, de voz, meme, video o envíos de fotos. Para diferenciar una buena y confiable información de una mala, eché mano de mis conocimientos y, cuando dudé, consulté en Internet para clasificar el mensaje. Pues bien, alrededor del 47 por ciento cayó en la categoría de mala información, mientras que el 37 por ciento fue de información buena; el resto no la clasifiqué porque correspondió a intercambio de mensajes por asuntos personales, familiares o de amistad.

Es decir, no solamente estamos expuestos a una enorme cantidad de información, sino que la probabilidad de que sea buena y confiable es baja. ¡Es más alta la probabilidad de recibir información falsa! Por ejemplo, abundaron los mensajes con información sobre cómo prevenir la infección del virus. Hubo uno muy repetitivo, me llegó más de 20 veces y de diferentes fuentes. El mensaje aseguraba que con una alimentación alcalina el virus no infectaría a la persona y por lo tanto moriría. La recomendación estaba acompañada de una lista de fuentes de alcalinidad para ingerir, en primer lugar ¡estaba el limón con un pH de 9.9! ¡Cualquier niño o niña que muerde el limón hace gestos porque el sabor que tiene es ácido! Para hacer esto muy interesante, también llegaron mensajes en grupos donde había una discusión sobre si el limón es ácido o alcalino, ¡con muchas personas creyendo la alcalinidad del limón! La acidez o alcalinidad se mide con el pH (potencial de hidrógeno); siendo 7.0 el valor de pH neutro; los valores menores indican acidez, los superiores indican alcalinidad. Este es un dato elemental; aún así entre quienes reenviaron el mensaje con información falsa ¡había personas con estudios universitarios!

El ejemplo de la alcalinidad del limón también se observa en muchos otros casos, uno de ellos cae en la llamada “teoría de la conspiración” que presenta evidencias de que el virus fue creado en un laboratorio, de que la vacuna ya existe y sólo están esperando el momento para que algunas empresas se vuelvan millonarias con su venta y distribución en el mundo, etcétera.

El flujo de información falsa, inducida o no, en tiempos difíciles como sucede con la pandemia del coronavirus, debe ser de la mayor preocupación y atención por parte de las autoridades. Es caldo de cultivo para el pánico, que solamente haría más complicada nuestra situación actual.

Es cierto, hay esfuerzos gubernamentales y de organizaciones como el grupo de científicos conocido como [i]science flows[/i] que estudia el fenómeno; hay recomendaciones de prestigiosos medios de comunicación nacionales e internacionales para identificar noticias falsas, pero no tendrán el eco esperado si las personas no tienen el entrenamiento para seleccionar la información que leen y, especialmente, una buena formación para su interpretación. En otras palabras, una sociedad que no tiene mecanismos para evitar el efecto negativo de información falsa y su diseminación es una sociedad en alto riesgo, especialmente en tiempos de emergencia. Por ello la inversión en educación de calidad debe recibir un impulso importante. Sale demasiado cara una decisión incorrecta, proveniente de una persona con mal entrenamiento en elegir, interpretar y tomar decisiones basadas en mala información; es mucho mejor invertir bien y suficiente para mejorar, de verdad, la calidad de educación en todos los niveles.

Una buena parte de la credibilidad de Hugo López-Gatell es su prestigio académico; el índice RG que tiene es mayor a las 30 unidades, valor bastante alto en México, con un total de citas a sus publicaciones científicas de 6 mil 541, de acuerdo a la página Google Scholar. El índice RG es un valor que diseñó Research Gate, una de las organizaciones de mayor credibilidad en el mundo que se dedica a medir el impacto de las aportaciones que hacen los científicos a la sociedad. El homólogo de López-Gatell en los Estados Unidos es Anthony Fauci, quien tiene un total de 207 mil 310 citas a sus publicaciones. Con datos académicos como los que tienen López-Gatell y Fauci, valorados internacionalmente, y del dominio público, la información que generen, dentro de su ámbito de conocimiento, debe ser confiable.

¿Cómo está el índice RG o el índice h, o el índice i10 (parámetros internacionales que miden el desempeño académico de los científicos) de los académicos universitarios en Quintana Roo? No sería mala idea que con la experiencia del coronavirus se haga un cambio en cuanto a calidad, más que a cantidad, de lo que debe ser la educación en nuestro estado y país. O seguimos preparando terreno fértil para inyectarse desinfectante o “alcalinizar” el limón.

Un enorme reconocimiento a los trabajadores de la salud. Por su entrega, humanismo, y profesionalismo. ¡Gracias!

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Edición: Ana Ordaz


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