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La Jornada Maya
Foto: Fernando Eloy

Martes 21 de abril, 2020

Pocos conceptos hay tan manoseados en el vocabulario político mexicano como el de Contraloría Social, que significa -en términos muy concretos- que la propia ciudadanía vigile que un programa de gobierno se aplique bien y nadie abuse de él.

Uno de los grandes mitos de la antigua indignidad política son las personas que iban a recoger sus litros de leche de LICONSA en autos de lujo; los productores rurales que recibían apoyos de PROCAMPO a bordo de su Cheyenne; todavía más en la prehistoria estaban los Tortibonos (para recibir tortillas gratis) que beneficiaban a altos funcionarios y sus familias; las despensas que se repartían entre cuates o estructuras de partidos políticos; las láminas del FONDEN que iban a parar a manos de acaparadores después de los huracanes. Las modernas casas de campaña europeas, que nunca llegaron a los damnificados por el temblor de 1985. La lista es infinita y siempre se decía que la solución era la tan llevada y traída Contraloría Social.

Esa Contraloría Social carecía de dientes porque nadie se enteraba ampliamente de los abusos, los funcionarios se hacían de la vista gorda ante denuncias ciudadanas y básicamente ningún medio hacía eco a quejas e irregularidades. Ahora, con las redes sociales y los medios digitales, la Contraloría Social ha encontrado los dientes que le hacían falta. Sólo como ejemplo de esa nueva vigencia, las denuncias de “Lores” y “Ladies” crearon incluso un nuevo capítulo de la cultura y picardía popular. Todo mundo era ( y sigue siendo) un reportero filoso listo para grabar y subir el video de un atropello.

Los ciudadanos han desarrollado un sano gusto por conocer ejemplos de programas que se desvían de la población que los necesita, por subirlos a su red social de amigos, conocidos y, si se puede, toda su comunidad virtual. La Contraloría Social ya no depende de la buena voluntad o compromiso de algún funcionario, ella sola puede armar sus casos y conseguir su evidencia. Obvio, a veces se excede, distorsiona, lincha y demás, pero en general esa Contraloría de Redes Sociales es un ejercicio cívico que tiene saldos positivos.

Ahora le toca el turno al Seguro del Desempleo y demás apoyos a la economía que ha lanzado el gobierno de Yucatán -y para el caso cualquier otro gobierno en distintas latitudes- ante la contingencia del COVID-19. Estos programas funcionan sobre el supuesto de la buena fe de quien los solicita, porque urge que los apoyos sean distribuidos y muchas de las personas que los requieren son empleados por su cuenta (trabajan en la economía informal) y su registro documental no puede ser ideal o completo. Se dan apoyos en buena fe, con controles y filtros que son prudentes, pero no a prueba de todo, porque no hay tiempo de montarlos, porque serían muy costosos y esa no puede ser la prioridad en este momento.

El programa de apoyos económicos en Yucatán, tiene mucho de yucateco, porque suena lógico construir sobre la confianza en la Contraloría Social en este estado. Si algo se presume aquí es el famoso tejido social que siempre surge como variable de fondo para explicar la seguridad pública que nos hace una excepción nacional.

Siempre sacamos a ondear ese sentido de pertenencia comunitaria que hace que nos comportemos con cierta consideración hacía los otros. Si alguien se pasa de la raya en este estado, ahí estarán sus vecinos y compañeros para pasarle la factura del prestigio social y personal. No hay de otra.

Si hay funcionarios pidiendo apoyos económicos, no podemos dejarle todo a los controles del propio programa, la ciudadanía tiene que estar vigilante. Si alguien tiene empleo y pide apoyo para el desempleo, alguien debe ayudar a corregir el atropello. La obligación del gobierno será tomar en serio esas denuncias, muy en serio.

Cada apoyo mal otorgado es una oportunidad de reactivación económica que se pierde, es un riesgo de estallido social que se corre en la excepcionalidad yucateca. Sería como darle una cama con oxígeno a alguien que no está enfermo.

La nueva era de gobierno que esperamos surja después de esta pandemia, tendrá que cerrar muchas brechas de desigualdad social, económica y de género que la cuarentena ha desnudado. Todos tendremos que exigir que se escuchen y se tomen en cuenta más voces y puntos de vista. Eso demandará más participación activa de los ciudadanos, en serio y no como frase propagandística. No podemos dejarle de nuevo el mundo a los de siempre, porque ese mundo está en quiebra ambiental, moral, sanitaria y nos hace ver como un virus que solo otro virus puede detener.

*El papel arde a los 233 grados centígrados, tal como lo hace en la inmortal novela de Ray Bradbury, [i]Fahrenheit 451[/i].

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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