Andrés Silva Piotrowsky
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya
Lunes 20 de abril, 2020
Para: Carolina Hernández
Quizá no ha sido suficientemente comentado que la actual pandemia ha puesto de manifiesto las enormes desigualdades sociales del mundo y, por supuesto, de México. El confinamiento en una colonia de norte de Mérida no es igual al hacinamiento que puede vivir una familia en la zona sur de la capital yucateca, sólo por poner un ejemplo.
Hay también privilegios que son revelados por la catástrofe que está viviendo el mundo. Todos aquellos que viven de actividades esenciales, aún con los riesgos que implica su labor, se convirtieron en privilegiados de la emergencia. Conservan su empleo y, por bajo que sea, tienen un sueldo asegurado.
Hace unos días, una sobrina anestesióloga resultó positiva a COVID-19. Es joven y fuerte, la larga exposición a diferentes virus y bacterias durante su carrera seguramente ha fortalecido sus sistema inmunológico y, aunque ya perdió el gusto y el olfato, se siente optimista y con deseos de volver a ejercer su profesión, que ve como una forma de servicio a los demás; ella me hizo ver el privilegio del que goza: tengo trabajo, tío; imagina a quien lo ha perdido todo y debe esperar la ayuda del gobierno, o de alguien más, para satisfacer lo básico.
En estos días de guardarse, caben las reflexiones sobre las cosas más mínimas que componen la existencia, esas que damos como un hecho, pero que cuando las valoramos desde adentro, cobran cabal importancia y comprendemos la fortuna de tenerlas.
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Edición: Ana Ordaz
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