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del

José Luis Domínguez Castro
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Viernes 10 de abril, 2020

Nunca olvidaré el original contenido de una piadosa obra de literatura religiosa que me impactó en los años 70. Se trataba del periodista y cura español José Luis Martín Descalzo quien llegó a ser un autor taquillero en aquellos tiempos del [i]aggiornamento[/i] de la iglesia católica de la época del Concilo Vaticano II. Autor, entre otras, de Oraciones para rezar por la calle, y de muchas otras obras de moderna espiritualidad que circularon por el mundo de habla hispana de entonces.

En este libro, y armado de una prosa muy ágil, Martín Descalzo nos llevaba a repasar las principales plagas que asolaban para entonces a la humanidad: guerras, hambres, enfermedades epidémicas, desigualdades raciales, conflictos vecinales e injusticias laborales. Y en cada capítulo iba relacionando cada una de estas calamidades con las distintas estaciones o pasos del Vía Crucis.

Lo novedoso es que los mensajes distaban mucho de ser los almibarados mensajes de la piedad tradicional, que exhortaba a “enjugar el rostro de Jesus com la Verónica” o instaba a “cargar la cruz al menos por un tramo como el cireneo”, llamando a “enfrentar con resignación y estoicismo las arbitrarias actuaciones de la autoridad”, eludiendo las pasajeras situaciones temporales. Actitudes, todas ellas, tan frecuentes en los cristianos de la época y que tuvieron vigencia por siglos.

Por el contrario, en esta obra, el autor llamaba a la solidaridad con los pueblos del tercer mundo y sus luchas por los derechos universales; exhortaba al compromiso en la lucha contra el hambre y las pestes, y hacía un llamado a dirimir los conflictos internacionales, o a organizarse contra las injusticias y desigualdades promovidas por las instituciones. Era la nueva espiritualidad del cristiano comprometido que ante la debacle del Viernes Santo y bajo las imágenes del nazareno debía tomar fuerzas para una lucha renovada en favor de las estructuras temporales con la esperanza de desembocar exitosamente en la mañana de resurrección.

Hoy, ante la pandemia y en espera de rehacer un mundo nuevo, no es difícil repetir que “siempre es viernes santo” ya que sabemos que vendrán peores días. Vamos pensando qué papel nos gustaría jugar en esta extendida temporada de dolor universal: quiénes quisieran ser el actor principal, quiénes los que ayuden a llevar la cruz, quiénes más los que enjuguen lágrimas, y quiénes los malos de la escena: los que se lavan las manos, los centuriones, los dos ladrones, o el cruel juzgador que condene al otro.

Aparten sus localidades, quédense en casa, que al fin y al cabo “siempre es Viernes Santo”. Esperamos vernos para la Resurrección.

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Edición: Ana Ordaz


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