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del

Rafael Robles de Benito
La Jornada Maya

Viernes 6 de marzo, 2020

Tras las declaraciones del señor Alfonso Romo el día tres de marzo, nunca antes cayó tan al dedillo la pregunta de Mario Benedetti: ¿de qué se ríe, señor ministro? El señor Romo no demuestra únicamente un desprecio arrogante ante lo que es en realidad una preocupación legítima, sino que demuestra también una ignorancia total acerca del funcionamiento de los sistemas naturales, que le lleva a pensar que cambiar el uso del suelo, en tanto le genere riqueza en pesos y centavos, esto será una cosa buena.

Al señor Romo le da risa que haya quien se preocupe por el impacto generado al ambiente derivado de los trabajos de agronegocio emprendidos por la empresa que fundó, y de la que formó parte hasta incorporarse al actual gabinete del ejecutivo. Trataré de esclarecer por qué no entiendo qué es lo que le da risa.

[b]El karst yucatanense[/b]

Desde que en Yucatán se apostó por convertir el henequén en la actividad agrícola más relevante, la apropiación del paisaje yucateco ha atravesado por su transformación –tecnológicamente forzada– para convertirlo en algo que naturalmente no es: el karst yucatanense.

Después vendrían otros modelos de agronegocios, como la caña de azúcar, y más recientemente, la ganadería extensiva. Todos ellos han atravesado por procesos de cambio de uso del suelo, de un territorio con vocación forestal, a uno deteriorado y con actividades productivas no particularmente rentables, dependientes de insumos de agroquímicos y de la actividad de los productores, que suelen abandonarse y devenir en selvas bajas caducifolias secundarias, lo que en ciertos sectores se conoce como acahuales.

Se puede elegir –¿por qué no?– deshacerse de los acahuales existentes, suspender los procesos naturales de sucesión ecológica y forzar el sistema, con inversión y trabajo, para transformarlo en otra cosa, que es lo que ha intentado hacer la empresa donde participaba el señor Romo, pero pretender que esto es incuestionablemente benéfico, desde el punto de vista económico, social y ambiental, es al menos arrogante.

[b]Lectura neoliberal y conservadora[/b]

El desarrollo de un proyecto de agronegocios que cambia el uso del suelo y transforma el paisaje, incrementa la demanda de agua dulce, atropella ecosistemas (o, al menos, rasgos del paisaje) eliminando por completo su funcionalidad, como en el caso de los cenotes que se ilustra en el reportaje de la revista Proceso, y disminuye la superficie que cubrían los ecosistemas de los que depende la vida de la vida silvestre de la región, no es universal y completamente benéfico.

El desarrollo de un proyecto que genera algunos empleos para residentes rurales, y un aporte importante de utilidades para los empresarios que lo generaron, lo financian y lo ejecutan, y considerar que esto es un importante beneficio económico para las comunidades locales, solamente puede ser cierto si se funda en una lectura del todo neoliberal y conservadora, lo que resulta peculiar si se considera que el tema viene de uno de los funcionarios más destacados de la 4T. Y desarrollar un proyecto que genera un proceso de deforestación de tal magnitud que es apreciable en las imágenes remotas del territorio estatal no puede ser considerado como sustentable o ambientalmente amigable bajo ningún criterio medianamente riguroso. Nada de esto causa risa.

Pero hay además otras cosas que hacen que el asunto sea aún menos gracioso. El hecho de que surjan de pronto organizaciones que protestan airadas contra el establecimiento de una granja de cerdos, en un sitio considerado como elegible en el ordenamiento ecológico estatal, y logran, utilizando a menores como instrumentos político-jurídicos, que un juez ordene la suspensión del proyecto.

Otro proyecto, el que promovió la Empresa Enerall, de la que participaba el hoy jefe de la Oficina de Presidencia, con una cobertura territorial y un impacto ambiental mucho mayores, pasa desapercibida durante años, aún a ojos de las autoridades responsables. Si no lo vieron antes, y si no hubo ninguna organización a la que le resultara un evento lo suficientemente destacado como para considerarlo como parte de su agenda de lucha, no resulta particularmente sorprendente, pero tampoco hace gracia.

[b]Connivencia injustificable[/b]

Si además ahora, en plena puesta en marcha de la 4T, las autoridades ambientales no lo examinan con seriedad y a fondo, independientemente de si Romo estuvo o no al frente de Enerall en alguna etapa de su vida, o si él es el creador originario del proyecto, esto demostraría una connivencia injustificable.

Pero además, aún si hay alguna actuación de la autoridad ambiental, ésta resultará tardía e insuficiente: el daño está hecho. A la escala de un proyecto de esta envergadura, la compensación no sería una salida admisible. Queda solamente la restauración, que no es un proceso técnicamente trivial, ni económicamente despreciable. ¿Quién lo debe emprender, cuando evidentemente marcha en contra de los intereses del promotor, y parece no interesar ni a las autoridades federales o locales, ni a las organizaciones ambientalistas? Esto tampoco es gracioso.

[b]Escenario de emergencia climática[/b]

Para cerrar este breve análisis, hay que decir que, ante un escenario de emergencia climática, y en un estado que, como Yucatán, genera su mayor contribución al cambio climático a través de procesos de deforestación y degradación forestal, y que puede contribuir de manera más importante al mitigar los efectos de este cambio y construir un territorio que admita acciones de adaptación de las comunidades a las nuevas condiciones ambientales, a través de incrementar su capacidad para capturar carbono bajo un modelo de desarrollo rural sustentable, considerar que el proyecto de Enerall significa una contribución ambientalmente sensata y positiva, es desconocer lo que nuestro país ha hecho, y lo que se ha comprometido a hacer, en materia de encarar la actual emergencia climática.

Claro que quizá la intención de nuestro gobierno sea ignorar los compromisos nacionales adquiridos durante administraciones anteriores, y disminuir las ambiciones de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero que han animado parte de las acciones oficiales en la materia. Si esto es así, si México ha decidido disminuir sus ambiciones en materia de combate al cambio climático, y si ha renunciado a honrar los compromisos hechos ante el resto de las naciones del mundo, como ya lo ha hecho en el caso de los compromisos de Aichi en materia de áreas protegidas, declarando con desfachatez que no podrá cumplirlos, como si el asunto no importara nada, esto tampoco es gracioso.

A la luz de todo esto, no puedo sino preguntar una vez más: ¿De qué se ríe, señor ministro?

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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