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Mario Patrón
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 27 de febrero, 2020

La violencia de género y los feminicidios han sido una presencia cada vez más indignante y recurrente en la realidad de nuestro país. Ante la continua alza de la violencia de género en formas cada vez más drásticas y crueles, y ante la inefectividad de las respuestas institucionales, el hartazgo de las mujeres ha generado diversas formas de expresión que se han venido multiplicando con el paso de los meses. Las condiciones de desigualdad de género en el país son preocupantes y han sido motivo de atención desde hace tiempo por mujeres que se reivindican como feministas, quienes se han encargado de empujar este tema en la agenda pública como un asunto de urgente tratamiento. El paro convocado para el 9 de marzo es ejemplo de ello.

En este contexto de enorme efervescencia y movilización, hay una pregunta que es muy pertinente formular: ¿a los hombres qué nos toca hacer?

La violencia contra la mujer plantea una interpelación frontal a los hombres, formados en un sistema cultural heteropatriarcal que es urgente examinar y resignificar. Sin embargo, es fundamental entender que, independientemente de la raigambre cultural de la violencia de género, hay violencias extremas que son injustificables y ante las cuales la única respuesta debe ser el estado de derecho e incluso el uso máximo del derecho penal para evitar conceder lugar a los incentivos derivados de la impunidad.

Un sistema de justicia efectivo es clave en el combate a la violencia de género, pero también existen muchas otras violencias que, para ser erradicadas, requieren del trabajo constante de deconstrucción de nuestras masculinidades.

Rita Segato, junto con otras teóricas del feminismo, nos hablan de la importancia de reconocer los micromachismos, entendidos como el conjunto de conductas aprendidas en entornos cotidianos que reproducen la violencia y que, al ser desarrolladas cotidianamente, se encuentran normalizadas. Para llevar a cabo ese proceso de reconocimiento, se requiere crear tiempo y espacios donde puedan visibilizarse y dialogarse estas actitudes violentas mediante las cuales, de manera casi inadvertida, reproducimos un sistema cultural que está arraigado y genera desigualdad de género. Trabajar sobre los micromachismos y reconocerlos es un primer paso importante y urgente en la agenda masculina contra la violencia de género; pero es importante también decir que las masculinidades tradicionales dominantes, al ser promovidas por una idiosincrasia hegemónica, requieren de un trabajo no sólo de deconstrucción de las violencias, sino de construcción de otras masculinidades; lo cual es una tarea tanto personal como colectiva.

En este sentido, en la tarea de modificar el andamiaje cultural, y urgidas por las múltiples manifestaciones que se han llevado a cabo en los pasados meses, las instituciones han promovido distintas agendas tendientes a recortar la brecha de desigualdad entre los géneros y reivindicar el papel de la mujer en diversos espacios mediante políticas y normativas concretas. Sin embargo, la elaboración de leyes y cambios institucionales no son suficientes en la construcción de paz y equidad entre géneros, dado que se trata de un problema cuya raíz también es cultural. Es por ello que el entorno educativo se torna vital para llevar a cabo la tarea de construir estas masculinidades alternativas.

Oriol Ríos, en uno de sus textos, plantea la urgencia de que este tema sea parte de la agenda educativa, pues demuestra mediante su trabajo de investigación que en muchas ocasiones las propias escuelas institucionalizan las masculinidades tradicionales y normalizan actitudes o estereotipos que distinguen a lo masculino de lo femenino. En este sentido, desde la educación, niños y jóvenes van construyendo su masculinidad en función de la negación de lo femenino, y no como una afirmación del sujeto en su totalidad.

La existencia de estos estereotipos se nos advertía ya desde finales del siglo pasado en la Convención Belem do Pará, cuyo artículo 6 habla del derecho de toda mujer a una vida libre de violencia y discriminación, y en cuyo desarrollo requiere del derecho "a ser valorada y educada libre de patrones estereotipados de comportamiento y prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad o subordinación".

Asimismo, Ríos advierte la influencia de una educación liberadora y dialógica en la construcción de nuevas masculinidades alternativas, que contribuyen a generar entramados sociales sustentados en la apertura, tolerancia y respeto. Los niños que han sido educados en este tipo de modelos de formación van adquiriendo actitudes que no van directamente asociadas con los estereotipos de género, sino que parten del reconocimiento de la dignidad de la persona a quien tienen a su lado, independientemente de su género, de manera que se formen como sujetos capaces de reconocer y normalizar la diversidad en vez de normalizar los estereotipos.

Alda Facio, jurista, refiere que la omisión es también una forma de violencia que contribuye a la [i]ginopia[/i], es decir, a la invisibilización de la mujer y lo femenino; por ello, las instituciones educativas pueden y deben ser espacios privilegiados para la resignificación de lo masculino y, más aún, para la construcción de nuevas masculinidades alternativas.

El 9 de marzo deberá ser un día no sólo para la visibilización del papel de las mujeres en las actividades cotidianas y su relevancia, sino, sobre todo, un día para que los hombres reflexionemos la tarea urgente de replantear nuestra propia relación con las y los demás desde nuestras violencias normalizadas, desde nuestra masculinidad tradicional.

Estamos viviendo tiempos inéditos ante expresiones feministas cada vez más altivas; incluso, han surgido movimientos feministas que se pueden catalogar de punitivos y hasta abolicionistas. Bien lo dice Rita Laura Segato: "El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos naturales".

[i]Ciudad de México[/i]
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