José Juan Cervera
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya
Jueves 13 de febrero, 2020
Sin descartar rivalidades feroces y enconos persistentes, a la vera del quehacer literario pueden florecer acompañamientos sinceros y amistades de buena ley, tal como lo deja ver Ermilo Abreu Gómez en una serie de artículos que publicó en varios periódicos mexicanos, entre ellos el [i]Diario del Sureste[/i], que siempre acogió sus textos con gratitud y respeto.
Para abundar en el tema es recomendable la lectura de los tres tomos en que el escritor yucateco plasma sus memorias y en los que anota impresiones y recuerdos de los amigos que conoció desde su infancia hasta su madurez, entre ellos el que inspiró el personaje del niño Guy, “fantasma de dos almas” que asoma en su libro [i]Canek[/i], y otros como los literatos en ciernes que fundaron con él una modesta revista literaria, fruto primerizo que recibió el apoyo de un comerciante español avecindado en Mérida, con quien compartieron gratas tertulias acompañadas de pan y chocolate espumoso de aquellos de hace poco más de un siglo.
Aunque es fácil suponer que entre sus amigos predominaron los escritores, tuvo trato cercano con otras personas que dedicaron su vida a actividades disímiles, como los hombres y las mujeres de circo con quienes disfrutó intensas jornadas y se vio envuelto en algunos enredos, de los que logró salir a costa de sobresaltos y preocupaciones. El toque de buen humor apreciable en sus textos ganó para él la simpatía de muchos lectores.
De su vida en la capital del país, Abreu Gómez rememora hechos que incidieron en el desarrollo de su expresión literaria y de su sentido colectivo del arte; ese fue el caso del grupo Nosotros, el cual comenzó a congregarse inadvertidamente en un café para concurrir luego, de manera regular, a la casa de uno de sus animadores. Aunque para evocarlo esboza algunas líneas en su libro Duelos y quebrantos, en sus colaboraciones periodísticas brinda pormenores que perfilan la personalidad de algunos integrantes del grupo. Jesús Zavala fue uno de ellos y le dedica frases que denotan un afecto genuino.
Zavala fue un potosino de origen humilde que con grandes esfuerzos se hizo abogado. Luego se volvió redactor popular en los portales de Santo Domingo y maestro de varias asignaturas. Después se entregó con pasión incontenible al estudio de las letras patrias, y de manera especial consagró su empeño a honrar la vida y la obra de su paisano Manuel José Othón. “Fue una labor de hormiguita. No se daba prisa para concluir su libro. Día con día descubría algún documento, alguna poesía perdida en quién sabe qué revista de la capital o de provincia. Su archivo iba creciendo y creciendo. Venía entonces la tarea más difícil, la de ordenar papeles, datos y rescatar retratos y dibujos de su admirado poeta”. El resultado fue una obra indispensable para conocer a fondo al autor de [i]Poemas rústicos[/i]. El diligente investigador compiló también las obras completas de Othón y su epistolario.
A lo largo de su vida, el escritor yucateco intimó con artistas y gente de pensamiento fecundo como Antonio Ancona Albertos, Martín Luis Guzmán, Artemio de Valle-Arizpe, Francisco A. de Icaza, José Rubén Romero, Xavier Villaurrutia, Bernardo Ortiz de Montellano, Julio Híjar y Haro, Rafael L. de los Ríos y muchos más. Pero sería impreciso creer que sólo prodigó su amistad en los recintos acreditados de intelectuales y eruditos: él mismo da testimonio del deleite que le producía convivir con ciudadanos sencillos y vecinos suyos como don Prudencio, el portero, y doña Mariquita Alanís, que le hacía escuchar confidencias familiares, así como en su niñez intervenía espontáneamente en las conversaciones de la servidumbre de su casa, deponiendo reservas y distancias sociales.
Ermilo Abreu Gómez concedió su justo valor a los lazos de amistad porque fortalecen el ánimo y mitigan tribulaciones, despejan caminos y transmiten fluidez al devenir humano; así lo revela en su plenitud la palabra viva de un notable maestro del arte de escribir.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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