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José Ramón Enríquez
La Jornada Maya

Miércoles 29 de enero, 2020

Es notable el cuidado con que se extiende Luis Rius Caso al final de su novela [i]El espía de Franco[/i] (Alfaguara, 2019) en una puntual [i]Nota Aclaratoria[/i] donde subraya que “hago valer las licencias de la ficción, pero sin adulterar hechos históricos comprobables”. Nos encontramos, pues, con un trazado en el cual la ficción literaria sirve al autor para completar lo que es, sobre todo, una crónica con múltiples facetas en el México de 1950.

Se trata de un momento crucial para nuestro país y también para los refugiados españoles aquí llegados desde 1939, y para la consolidación internacional de la dictadura franquista que, precisamente en 1950, logró el levantamiento de la condena expresa de la ONU y abrió el camino hacia la aceptación de su dominio soez sobre los españoles.

México fue uno de los pocos países que votaron en contra de esta normalización de la dictadura y, por lo tanto, nuestro país se convirtió en un escenario imprescindible de batallas entre espías y políticos de todos los signos con sus traiciones y crímenes tan escandalosos como variados que conmovieron al país en su momento y hoy han sido prácticamente olvidados.

La novela de Luis Rius Caso reconstruye esos instantes para analizarlos con la mayor profundidad posible. Nos entrega la crónica de una serie múltiple de personajes reales y otros ficticios que corresponden, en primer lugar, a la emigración republicana española con apenas tres lustros de llegada al país de acogida; en segundo lugar, de ese México en plena época de despegue alemanista; así como de una colonia española profranquista inmoral y millonaria a la cual distingue del emigrante español trabajador y honrado.

Pero quizás lo que sea más de agradecer por poco estudiado es tanto la recuperación de la realidad de los anarquistas españoles difuminados hoy en día, cuanto de una Legión del Caribe que llevó hasta el desembarco del Granma, así como el sacrificio de los guerrilleros de todo signo en las montañas de una España traicionada y desangrada durante una posguerra que se extiende hasta entrar a nuestro siglo con heridas que aún duelen y explican en mucho los enconos de la política actual en aquella península.

Pero el autor ha sido, antes que novelista, teórico del arte y acucioso investigador. De tal manera que en [i]El espía de Franco[/i] nos revela el diseño de un mural, en este caso el que pinta Domingo, el ficticio protagonista, y cómo en la proporción áurea el cadáver grotesco de quien fuera un impecablemente vestido y aristocrático donjuán centra el foco de atención de todos los personajes, reales y soñados, que tuvieron que ver o fueron afectados por su asesinato cometido por Gabriel Fleitas Rouco, un anarquista probablemente perteneciente a la Legión del Caribe, en el mismo centro de la capital mexicana.

Y todo parte del hallazgo fortuito de un recorte de prensa de la época en un libro, [i]La emigración republicana española, una victoria de México[/i], con el que Mauricio Fresco buscó contradecir la “matraca” periodística reaccionaria encabezada por el justamente olvidado Alfonso Junco. Un libro heredado a Luis Rius Caso por su abuelo don Luis Rius Zunón o por su padre, el poeta e inolvidable maestro que fue Luis Rius Azcoitia.

Como este último vive en mi memoria como un auténtico hermano mayor, admirado y querido, el mural que se ha trazado con [i]El espía de Franco[/i] siento que me contiene y por ahí me asomo, conmovido, a la historia de un exilio aun cuando yo apenas tuviera cinco años cuando ese crimen, el autor de la novela aún no había nacido y el poeta Luis Rius aún estaba por publicar sus [i]Canciones de vela[/i].

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