De fríos homenajes y ausentes gobernantes

José Luis Domínguez Castro
Foto: Captura de pantalla
La Jornada Maya

Lunes 13 de enero, 2020

Entre los rituales cívicos ineludibles para recrear la identidad regional, destaca el homenaje luctuoso que se celebra el dos de enero de cada año en honor de don Felipe Carrillo Puerto en el Cementerio General de la ciudad de Mérida.

Se trata de una tradición litúrgica que se ha mantenido por 96 años, independientemente del partido político que esté en el poder y que tiene enorme significación para la ciudadanía yucateca. Con esta ceremonia se quiere recordar, en especial a las nuevas generaciones, lo que fue la vida y la obra del mártir del proletariado, que contribuyó en poco tiempo a consolidar en el estado una política revolucionaria relacionada con el reparto de tierras y la salvaguarda de ciertos derechos sociales, especialmente el derecho a la educación, incluyendo el acceso a la educación superior a través de la fundación de la Universidad Nacional del Sureste.

Quizá, después del Grito de Independencia o del desfile del primero de mayo, esta ceremonia se había conservado como la más importante del calendario cívico local. A ella acuden regularmente las autoridades civiles y militares, los sobrevivientes de las Ligas de Resistencia, los familiares del prócer, además del Consejo Universitario en pleno encabezado por su rector, así como las agrupaciones estudiantiles y sindicales de la misma universidad con el fin de manifestar su gratitud a quien tomó la iniciativa de fundación de la máxima institución educativa del estado.

En alguna ocasión fui orador oficial por la universidad, cuando el PAN había asumido la primera magistratura del estado, y recuerdo cómo el gobernador y sus colaboradores participaron en la ceremonia, cantando con entusiasmo el himno a Felipe y respondiendo a las letanías con las que suele cerrarse el evento y que hacen referencia a los nombres de los caídos, a lo que todos respondían en voz alta: “asesinado por la reacción”. La ceremonia, resultaba siempre ser una actividad didáctica para los universitarios y se convertía en un reencuentro de académicos y estudiantes después de vacaciones, con abrazos de felicitación para el nuevo año, palmadas entre políticos, etc. Y en medio de todo eso, la recordación de un yucateco ejemplar, que se distinguió por favorecer a los más necesitados y poner la bases para una mejor distribución de la riqueza.

Vimos con tristeza cívica a principios en este año, que el homenaje luctuoso a don Felipe del 2020, pasó desapercibido para algunos actores sociales. La ausencia del gobernador del estado, y del alcalde de la ciudad capital, sin menospreciar a sus honrosas representaciones, nos dejó flotando en el ambiente posibles y variadas explicaciones: ¿acaso el prócer homenajeado YA no es tan importante como antes…? ¿Habrán surgido de última hora eventos o compromisos de mayor trascendencia en sus agendas? Y si al Presidente se le hubiera ocurrido acudir al homenaje para recordar la trascendencia simbólica de estas efemérides, como lo hizo en el caso de Don Francisco I. Madero, o el del Lic. Benito Juárez, ¿nuestras autoridades si lo hubieran acompañado? ¿Hay acaso otros actos que merezcan más su presencia física, como sucedió en el caso reciente para iniciar las obras de remodelación de una calle?

El mal sabor de boca solo nos lo pudo haber quitado la puntual presencia de las autoridades militares y universitarias en tan memorable aniversario del motuleño más famoso de la historia moderna yucateca. Y aunada esta mala impresión al desasosiego histórico que me dejó la última vez que asistí al homenaje al constructor de la República, que tuvo una duración de escasos 30 minutos, reloj en mano, me pregunto: ¿Qué pensarán los teóricos de la gobernanza respecto a estos deslavados eventos que van perdiendo importancia para quienes diseñan las nuevas formas de hacer política?

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