José Juan Cervera
Foto: Captura de pantalla
La Jornada Maya
Lunes 6 de enero, 2020
Los cálidos retozos del buen humor dan un matiz especial a la tierra de la kimbomba y del colorete, le inyectan oportunas dosis de regocijo y la llevan a descubrir talentos insospechados entre las más nutridas colecciones de ocurrencias y disparates.
En esta región henchida de cultivos y misterios se recuerdan con fervor los tiempos en que las autoridades del ramo de cultura organizaban jornadas maratónicas con lecturas y conferencias en sedes simultáneas, a cargo de las más acreditadas voces que durante doce horas consecutivas se disputaban el honor de exhibir los frutos de su intelecto.
Un joven poeta fue invitado a exponer sus ideas acerca del poder emancipador del ocio, solicitud que aceptó gustoso, aunque con la mala noticia de que su intervención había sido programada a las diez de la mañana, hora en que acostumbraba descolgarse de su hamaca.
El día fijado se rehusó a variar su rutina y después de acicalarse se dirigió a una cantina en la que con toda seguridad hallaría a algunos conocidos dispuestos a dar su tanda. Pasaron las horas y un vestigio de responsabilidad (adquirido cuando en su casa le encomendaban remover el guiso de frijol con puerco) le recordó su compromiso de dictar su conferencia magistral. A las cinco de la tarde llegó al lugar designado en donde lo recibieron con suma condescendencia, al grado de justificarse su tardanza con estas palabras: “-Es que el muchacho viene de una colonia muy lejana”.
El personaje evocado era un romántico de aquellos que lloran con profunda emoción al recibir el beso radiante de la luna, de los que atestiguan prodigios como ver caminar con desenfado a las partes del cuerpo que sirven para sentarse. Sin embargo afirmaba que la inspiración no existe y que las energías creadoras en realidad se manifiestan como una erupción cutánea que obliga a ingerir alcohol para mitigarla; además de poesía escribía ensayo y pontificaba en los cafés en donde hallaba sufridos oyentes.
Uno de sus textos más recordados lo preparó para comentar la exposición “Batucada”, de un pintor amigo suyo. Para redactarlo tuvo que disociar las categorías de lo concreto y de lo abstracto para describir la obra como una serie de cuadros que iniciaban con una mujer desnuda pero envuelta en una selva de color, reseñada con el torcido exceso de un galimatías que hasta la fecha es un clásico en su género.
Para exaltar sus virtudes un grupo de sus muchos admiradores le entregó la distinción del Letrado del Año durante un lustro cada 28 de diciembre, hasta que se puso a prueba la sensatez de convocar a un certamen femenil de poesía con un premio consistente en una cena en compañía del bardo homenajeado. El concurso se declaró desierto ante la carencia de méritos de sus escasas participantes, tal vez evitando con ello la incubación de graves patologías e indigestiones morales.
Los hechos descritos sugieren la tarea de ensanchar el calendario cívico con la inclusión de los héroes de la pluma que brindan a la patria la eufonía de sus cantos, el primor de sus ensueños y el ejemplo de su gentil naturaleza, pletórica de inocencia aunque con una pizca de vanidad.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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