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José Ramón Enríquez
Foto: Juan Millares
La Jornada Maya

Viernes 3 de enero, 2020

Uno de los párrafos de Crimen (Siruela, 2019), de Agustín Espinosa, comienza con estas palabras: “Se llamaba así: la calle del Muerto. Pero su categoría no llegaba ni aun a callejón”. En cambio la categoría de esta novela llega a alturas sorprendentes.

La edición de 2019 de Crimen se logró gracias a otra, de 1974, que recuperó algún ejemplar de la de 1933 que siempre se creyó perdida a causa de la persecución franquista contra la persona y la obra de su autor, quien se había atrevido a proyectar en las Islas Canarias La edad de Oro, aquella obra maestra de Luis Buñuel.

Agustín Espinosa nació en Tenerife, en 1897, y murió en 1939. Es prácticamente desconocido, no sólo en México, a pesar de su gran potencia no sólo estilística sino también vanguardista. Contemporáneo, compañero y amigo de Buñuel, así como de García Lorca y Salvador Dalí en la madrileña Residencia de Estudiantes, tuvo la pésima suerte de encontrarse en su tierra cuando el golpe militar franquista que ahí comenzó, así como Lorca tuvo la pésima idea de volver a Granada, para caer asesinado en una Andalucía ya tomada por los golpistas en la primera hora. A diferencia del poeta, Agustín Espinosa sobrevivió pero sólo para ser depurado, perseguido, asediado y empujado hasta su temprana muerte.

Su obra fue quemada por obscena en esa oscura noche del fascismo que cayó sobre España y sobre el mundo entero. Una noche que se niega a desaparecer del todo y que aún amenaza con regresar.

Por ejemplo, mientras escribo estas notas leo que el divertidísimo grupo de comediantes brasileños Porta dos Fundos (una especie de Monty Python) ha sido víctima de un atentado con bomba en la tierra hoy dominada por Jair Bolsonaro por atreverse a jugar con gracia y desparpajo la figura de un Jesús homosexual, en un especial navideño que he visto con deleite en Netflix, yo que soy católico. En México sólo hubo puñetazos y sombrerazos por el Zapata gay, pero que acabaron por obtener una cédula “explicativa” junto a la pieza de Fabián Cháirez. ¿Será que, en todas partes del mundo, algo se cuece y nos adentramos otra vez en un “callejón” de pesadilla que pueda desembocar en otra “calle del Muerto” como aquella de Agustín Espinosa?

Los atrevimientos, excentricidades y provocaciones surrealistas del novelista escandalizaron por supuesto a las buenas conciencias, como hasta hoy continúan haciéndolo.

Crimen se abre con una deliciosa “Oda a María Ana, primer premio de axilas sin depilar de 1930”, tan sólo para abrir el apetito o para ir “entrando en fuego”, como el primer título de aquel precursor de la excentricidad, la provocación y el surrealismo que fue Ramón Gómez de la Serna. Luego, nos narra un crimen por cada estación del año. Crímenes limpios como estatuas marmóreas, carentes de motivos torvos aunque sí de las oscuridades de la sexualidad humana, crímenes sólo “como una de las bellas artes”, para citar también a Thomas de Quincey, otro precursor todavía más remoto.

Desde el inicio el terrible asesino confiesa que “estaba casado con una mujer arbitrariamente hermosa” pero a la cual una noche arrojó por un balcón “y me pasé hasta el alba llorando”. Ya desde el despertar en la primavera rodeado de senos, bocas, sexos, muslos, hasta la confesión final, en el invierno, de que “era, a pesar de todo, un vulgar asesino de ocasión que otro día podría ser igualmente víctima”, se muestra en la misma lógica surrealista de la maravilla lorquiana de Así que pasen cinco años, el cine de Buñuel y los mundos del primer Dalí.

Agustín Espinosa es un autor al que debe seguirse desde la lejanía del tiempo en su febril aventura.

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