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“La constancia es algo que se deriva de la claridad y firmeza de lo que se cree”. - Camen Zita Solís Robleda.

Hace unos días escuché una sabia joven definir la palabra bienestar, como “el balance psicológico, espiritual y fisiológico del individuo que le permite asimilar las situaciones de la vida cotidiana de manera gozosa y lo acerca a un estado de libertad para estar bien con lo que es”. Creo que este concepto es muy subjetivo y el de cada persona es perfecto. Para algunos, el bienestar se experimenta de manera individual; mientras que, para otros, se da en función de la familia, de un grupo o de una colectividad - “en la medida en la que los que me rodean estén bien, yo estoy bien”-, estas personas se esfuerzan, luchan por conseguirlo y al lograrlo se convierten en íconos de una sociedad, esto los hace grandes.

Francisco Solís Aznar nació el 23 de enero de 1915. Su padre, Andrés Solís Cámara era miembro de la familia Solís propietaria de la Hacienda Xcanchakán; su madre, Mercedes Aznar y González Gutiérrez, fue la sexta de los diez hijos que procreó el matrimonio de don Ramón Aznar y doña Faustina González Gutiérrez. 

Andrés y Mercedes tuvieron seis hijos: Pedro, Vicente, Andrés, Mercedes, y los gemelos Francisco y Eduardo, que murió pocos años después de nacer.

Francisco se formó en el Instituto literario “Manuel Alcalá Martín” y llegado el momento de elegir una carrera profesional, indeciso, se dio cuenta que la biología era la materia que más llamaba su atención. Nunca pensó que la medicina, profesión que eligió por “descarte”, se convertiría en su máxima vocación. 

A mediados de los años 30 el joven Francisco ingresó a la Facultad de Medicina de la UADY, su grupo estaba formado por siete alumnos. Un año después, se mudó al Hospital O'horán en el que realizó su residencia medica y durante tres años trabajó como voluntario en sus diferentes áreas.

 

El Hospital del niño en Yucatán

El 22 de diciembre de 1939 Francisco presentó examen de grado en la Facultad de Medicina, su tesis se tituló: “El ácido nicotínico en el tratamiento de la pelagra”. Días después, recibió una propuesta del doctor Francisco Colomé Trujillo, quien lo invitaba a formar parte de su equipo en el Hospital del Niño -el primer hospital pediátrico en todo México y en el que laboró durante 25 años- que sería inaugurado el 6 de enero en la ciudad de Mérida. Su modesto escritorio fue ubicado debajo de una escalera en el edificio y fue ahí, en el Hospital del Niño, donde descubriría su verdadera vocación: la pediatría.  Al poco tiempo de incorporarse, el muy observador y joven médico se percató del alto número de casos de padecimientos gastrointestinales en sus pequeños pacientes, así como de la mortalidad infantil debida a ellos. En aquella época estas enfermedades en los niños eran atribuidas a la dentición, la canícula, al clima y hasta al mal de ojo. Al cabo de un tiempo Francisco llegó a una conclusión: el origen de estas enfermedades era externo, el factor común era el uso de agua contaminada. 

“Más que ninguno, el médico de niños -responsable de un ser indefenso, sometido a prejuicios familiares transmitidos por generaciones y que vive en un medio con atraso centenario en cuestiones de higiene- tiene que ser su abogado defensor” decía. Creía firmemente que el entorno determinaba la propensión de un niño a enfermarse y que un ambiente limpio, la disposición higiénica de desperdicios y el agua potable podrían no sólo evitar, sino erradicar las enfermedades que son producto de la insalubridad.

En 1949, el ya experimentado médico comenzó a impartir cátedra de pediatría en la Facultad de Medicina. Durante 20 años compaginaría su absorbente profesión con el magisterio.

 

La cruzada por el agua

En los años 50 sólo el primer cuadro de la ciudad contaba con el servicio de agua potable y no todos lo contrataban. Francisco estaba totalmente convencido de la solución al problema del agua contaminada:  una red de agua potable en todo Mérida. Durante la década de los años 60 trabajó incansablemente en la consecución de su objetivo de la mano de un grupo de colegas, lograrlo no sería sencillo, se requería una inversión millonaria así como la autorización del gobierno y el beneplácito de la sociedad; los meridanos, en su mayoría acostumbrados al uso de aljibes -que ellos mismos se ocupaban de limpiar y mantener-, estaban renuentes a dejar este servicio en manos del gobierno. Francisco se entrevistó con gobernantes, ministros, representantes de cámaras, platicaba con sus alumnos de la Facultad de Medicina sobre la urgencia del agua potable por la salud de los niños. Se encargó de informar, concientizar y convencer a la comunidad y al hacerlo también topó con la indiferencia y desinterés de las autoridades, así como el individualismo de la ciudadanía. Esto no lo desanimó. Sin bajar la guardia y después de un largo camino, el sueño se materializó. Fueron varios los factores: el avance de la ciencia, el cambio en la percepción de la sociedad, el apoyo de personas convencidas de esta necesidad; pero, sobre todo, la incesante lucha de Francisco. Gracias a la “Alianza por el Progreso” (programa impulsado por el presidente John F. Kennedy) el Banco Interamericano de Desarrollo aprobó el financiamiento por 100 millones de pesos paras realizar la obra que concluyó en 1967. Finalmente, el agua potable estaría al alcance de todos los meridanos.

Francisco conoció a Camen Robleda Casares, una joven valiente y culta. Se casaron y tuvieron seis hijos: María Rosa, Francisco, Camen Zita, Gabriela, Fernando y Mercedes. 

Camen compaginó la labor de madre con el activismo político durante algún tiempo. En 1970 contendió en las elecciones federales por una senaduría; al igual que su madre, Manuela Casares, en 1958. 

Camen Zita Solís Robleda me platica: 

Mi papá era un hombre que a pesar de su carácter reservado -a diferencia de mi mamá que era muy extrovertida- era muy buen conversador y un observador muy agudo, mi mamá siempre decía que él sabía cuando a mis hermanos les gustaba alguna niña antes que ella. Era muy seguro de sí mismo y sumamente metódico. Ahora que veo como estan creciendo los niños, pienso: ¡qué suerte tuve de tener un papá metódico! Cuando llegaba a la casa sabías qué iba a hacer, siempre lo primero era lavarse las manos, muy bien lavadas. Era un buen lector, porque aunque no leía tanto, reflexionaba sobre lo que leía y disfrutaba mucho hacerlo. Era excelente papá, muy familiar.  Si pudiera mencionar un rasgo de la actividad cívica que realizó durante toda su vida, sería la constancia.

 

La Central Pediátrica y una regiduría

En una época en la que cada médico tenía su consultorio particular, Francisco fue pionero en servicios de salud. Él y algunos colegas -con los que había trabajado de la mano en la cruzada por el agua potable como los doctores Federico Patrón, Rolando Rodríguez Rojas y Oswaldo Morejón- tuvieron la idea de fundar una clínica que conjuntara varias especialidades y servicios. Así fue como en 1965 se creó la Central Pediátrica de Mérida. Ubicada sobre la calle 57 por 54 del Centro, estuvo en funciones durante más de 50 años, contaba con quirófano, laboratorio de análisis clínicos, rayos X, sala de hidratación y una farmacia en el primer piso. 

La Central Pediátrica de Mérida fue el primer modelo de clínica en la ciudad como las conocemos actualmente.

En 1967 Francisco recibió otra importante propuesta, la candidatura a la alcaldía de Mérida, la cual declinó. En esos años Mérida quedaba inundada a la primera lluvia. Como regidor (cargo que representó durante el período 1967-1970) realizó una propuesta para solucionar este problema: hacer más profundos los pozos areneros centrales -excavados en el gobierno de Olegario Molina, se encontraban abandonados- con el fin de contener el agua de las lluvias y evitar las inundaciones. Una vez más, el objetivo fue logrado exitosamente.

 

Reconocimientos y la sociedad de pediatría

Francisco fungió como primer secretario y luego como presidente de la Sociedad Yucateca de Pediatría (actual Colegio de Pediatras) que fue fundada en 1946 por iniciativa del doctor Manuel Acevedo Ruiz del Hoyo. 

Recibió la presea que otorga el “Club de los 13” a las personas que en el ejercicio de su profesión han dado lo mejor de sí a la sociedad yucateca.  En la década de los 80`s, la Sociedad Yucateca de Pediatría le rindió homenaje por su labor ininterrumpida en pro de la infancia y la comunidad pediátrica de Yucatán. 

En 1994 fue galardonado en el marco de las Jornadas Pediátricas Regionales por sus aportaciones en favor de la niñez yucateca. Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Pediatría y de la Academia Mexicana de Pediatría.

Desde finales de los años 40 hasta 1997, colaboró con un diario local escribiendo artículos sobre temas de salud pública, así como de la vida política y social del estado.

Francisco falleció a causa del cáncer el 29 de marzo de 2003. 

Su incansable lucha por la salud publica nunca cesó, hasta poco tiempo antes de morir continuó haciendo conciencia sobre la necesidad de eliminar el fecalismo al aire libre y establecer un sistema de alcantarillado funcional, complemento de la introducción del agua limpia.

Próximamente la Junta de Agua Potable y Alcantarillado le rendirá homenaje con motivo del 50 aniversario de esta institución en la develación del busto: Dr. Francisco Solís Aznar “Apóstol del Agua Potable en Yucatán”.

Hombre de gran sentido social, de convicciones, pero, sobre todo de hechos; transformó el pensamiento de una sociedad “picando piedra” en pos de una mejor calidad de vida para los yucatecos, en especial para los más pequeños. 

Hoy, sin siquiera pensarlo, muchos de nosotros podemos disfrutar del agua limpia con sólo abrir una llave.

Hoy, el 23.6 por ciento de las viviendas en el estado aun carecen de agua potable.

Ojalá muy pronto todo Yucatán pueda decir, ¡GRACIAS POR EL AGUA LIMPIA!

Ponerse en manos del ejército es quizás una tabla de salvación. Tal vez con esto le dará la razón a los “neoliberales” que insisten en que es el Presidente de los militares.

 

Edición: Laura Espejo


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