Mariana Noh hace honor a su apellido maya: vive y pinta en grande. Noh significa majestuoso y majestad es una categoría imperial. En su caso es el imperio de la sangre, del cuerpo; porque Mariana pinta, sí, a veces con pinceles; pero, fundamentalmente, con todo su ser.
Literalmente, orgánicamente, se sustrae de los artefactos propios de las artes plásticas para coger los pigmentos y aplicarlos de piel a piel. Por eso su trabajo, quizá, es un espejo del inconsciente que trasminan sus poros. En algunas de sus obras, su ejercicio plástico hace de Eros su centro.
Ella es una feminista natural, no se crió en la ideología de la defensa de los derechos de las mujeres, sino en la lucha frente a frente en un mundo dominado por los hombres, para conquistar su espacio. Todo en ella es símbolo de esa batalla: cuando no pinta comercia con maquinaria pesada y refacciones; su vida transcurre a un costado del Periférico de Mérida, en un amplio terreno donde son posibles las maniobras de esa artillería que remueve escombros.
Como si se tratara de un thriller de Tarantino, a veces se le ve escapar de ese mundo andrógino a toda velocidad, montada en su moto rumbo a su retiro en quién sabe qué páramo donde se cura de esta sociedad absurdamente patriarcal, a lo que ella finalmente se ha sobrepuesto, porque le sobra talante y talento.
Escribe y pinta, no al modo de la academia a la que se adaptan las buenas conciencias de la clase media tan autocomplaciente en Mérida como en cualquier latitud. Escribe y pinta porque esas prácticas son su salvamento, la forma sutil de decirle al mundo que con toda su aplastante y macha maquinaria, ella se yergue venturosa, bajo la premisa de que la primera batalla que debe ganar una mujer es en lo individual, en el reconocimiento de su propio cuerpo como fuente principal de toda dicha, más allá del cliché y la norma.
Estamos frente a una artista innata que rompe tabúes y barreras; una creadora que sin duda dejará su huella en las artes visuales de Yucatán y, en la medida en que quiera seguir creciendo, hasta donde su imaginación lo permita.
Edición: Ana Ordaz
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