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Ferdydurke se ha hecho monja

Leer los tiempos
Foto: Ediciones Era

Acaban de otorgar el Premio Formentor 2021 al escritor argentino César Aira, autor fuera de serie a quien se debe una novela primeriza que para mí fue una revelación, Cómo me hice monja (Ediciones Era, 2005). Después ha escrito sin parar obras valiosas, hasta la fecha.

Una aparente casualidad me hizo ver la entrega del premio como un hecho doblemente festivo: Witold Gombrowicz obtuvo el mismo Formentor en 1967, 54 años antes de César Aria, y Cómo me hice monja me ha parecido siempre especialmente emparentada con Ferdydurke, la extraordinaria y también primeriza novela de Gombrowicz.

Cómo me hice monja me enamoró durante su lectura y ahora me ha traído a un juego de relaciones y casualidades, obviamente absurdo como todo en Aira y en Gombrowicz, que permite el título de esta columna. Un falso título, desde luego, para tal vez una falsa columna. Todo se me fundamenta, sencillamente, en que César Aria me parece un puntual seguidor de la estética alrevesada de don Witoldo, y mientras el personaje de Ferdydurke viaja hacia atrás, hacia la inmadurez de la infancia, el personaje de Cómo me hice monja ni quiere ni puede rebasar la infancia. En ambos casos, al tiempo que se les impide, se les exige una imposible e indeseable madurez.

No sé si la inmadurez del niñito vuelto monja se reconocería en el espejo de la inmadurez del Ferdydurke treintañero vuelto niñito de “na-nalgas na-nalgueadas” o es mi puro capricho relacionarlos pero, al igual que Ferdydurke, Cómo me hice monja son novelas que resultan fanfarrias para anunciar que un autor es grande y que llegó al fin: por eso son primerizas. 

Tal como Ramón Gómez de la Serna, en 1905, tituló su primer libro Entrando en fuego: santas inquietudes de un colegial, subrayando los tiempos de maduración, el personaje de Aira, que se llama como él, subraya a su vez: “Me aferré al tiempo; y consiguientemente a la pedagogía, la única actividad humana que pone al tiempo de nuestra parte”. O en contra nuestra le replicaría Gombrowicz desde un espejo que bien podrían compartir con la Alicia torturada de Lewis Carroll.

Publicada Ferdydurke en Polonia, en 1937, fue traducida en Argentina, por Virgilio Piñeira y el propio autor, muy pocos años antes de que César Aira naciera en el país al que llegó Gombrowicz cuando tuvo que huir del suyo por el inicio de la Segunda Guerra y apenas aparecida su novela. Una vez terminada la Guerra se quedó a vivir en Argentina porque la escogió como su propio país. De alguna manera Aira y Gombrowicz tendrían, pues, los mismos años de ser argentinos, si don Witoldo viviera, uno por nacer sin que nadie le preguntara su opinión, en 1949, y el otro por propia elección. 

Cumplía 18 años César Aira cuando obtuvo Gombrowicz el Formentor. Setenta y dos tiene ahora, cuando lo recibe. Pero basta de números y perdonen esta última cábala: unos pocos años antes de que premiaran a Gombrowicz con el Premio Formentor, oí por primera vez a Sergio Pitol hablar de Ferdydurke y prácticamente exigirme que lo leyera. Fue una epifanía que me recordó muchas décadas después la lectura de Cómo me hice monja. Es decir, con una novela tomé los hábitos y con la otra renové mis votos aun cuando siempre he sido relapso de solemnidad en ambos monasterios.

César Aira, no. Él sí se ha entregado con fervor y perseverancia a su propia regla que es la de romper las reglas de todos los demás, desde que le presentaron a la monja enana e hicieron saber luego de que “le daba un golpecito entre los omóplatos y la enana bisbiseaba un ave maría con raros movimientos de los bracitos: ¡La Madre Corita los salvará, no los médicos!”

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Edición: Laura Espejo


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