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del

Martirio y genocidio

Leer los tiempos
Foto: Angrama

Muy lejana, más allá de los sueños y de las leyendas, queda India. Nos acercan a ella sus grandes escritores. Hoy lo hace, tras más de veinte años de silencio como narradora, Arundhati Roy, con El ministerio de la felicidad suprema (Anagrama, 2020). 

Luego de El dios de las pequeñas cosas ofrece una novela más cruel, aún más agridulce y descarnada, con el ya conocido y finísimo bordado de su imaginación. Novela brutal, electrizante. Una obra maestra que nos enfrenta a lo que ella misma, en sus más recientes artículos de opinión, ha llamado genocidio contra las minorías musulmanas perpetrado por el primer ministro Narendra Modi en India y, sobre todo, en la varías veces martirizada región de Cachemira.

Dentro de las imágenes de enormidad y malos entendidos que la sola palabra “India” suele disparar en quien la escucha, también suele llegar cargada de misticismo y tolerancia a las múltiples maneras de entenderse con la divinidad, las divinidades o los modos de penetrar cada quien en su silencio. Sumado todo, en las últimas décadas, a un progreso económico que la ha vuelto una potencia atómica. Inclusive, durante las primeras etapas de la pandemia, se vio no sólo como eficaz productora de vacunas sino como ejemplo de autoritaria eficiencia para la contención de los contagios en su población. 

La realidad, sin embargo, es otra. Un país dolido y envuelto en contradicciones como ocurre con todos los países.

La metáfora de arranque para la novela de Arundhati Roy es el nacimiento de una niña-niño, un pequeño ser con las características de ambos sexos que irá sufriendo, a lo largo de la historia su imposibilidad para estar en ningún mundo. La autora lo explícita, alguien la “había llamado sagazmente el conflicto indo-paquistaní. Las facciones enfrentadas dentro de Anyum se tranquilizaron. Sintió que su cuerpo era un hogar acogedor en lugar de un campo de batalla”.

Y con esa Anyum, marginal entre los marginales, recorremos la historia de un país que ha decidido ahora, animado por el fascista de su líder Narendra Modi, acabar con los musulmanes de una tierra inmensa y dejar espacio tan sólo para los hindúes.

La zona en disputa desde 1947 (la independencia del Imperio Inglés, que tantas cicatrices supurantes dejara en todo el mundo), donde se forma el Valle de Cachemira, es un lugar de mártires: “el martirio se deslizó con gran sigilo por el Valle de Cachemira, (...) Cuando llegó al Valle, el martirio se agachó y, con el cuerpo pegado al suelo, se expandió por los bosques de nogales, los campos de azafrán y los huertos de almendros, manzanos y cerezos, como la niebla rasante”.

La novela teje diversas historias que dan una especie de gran alfombra con la forma de ese enorme país, inmensamente poblado, en el cual “los niños sobrantes dormían soñando con buldóceres amarillos”. Y sobran muchos según se vea desde las diferencias de castas, las características sexuales, desde luego las diferencias que marca el dinero como en cualquier otro país, hasta las diferencias religiosas que suponen en India la vida o la muerte. Ahí, decía el poeta Agha Sahid Ali, “la muerte, escuálido burócrata, llega volando desde las llanuras”.

Con la palpitante indignación frente al genocidio y su pluma privilegiada que es aguja y bisturí, que quita el aliento, Arundhati Roy lleva al lector por laberintos intrincados para conocer palacios y basureros, templos y centros de tortura, heroísmos y crueldades, hasta llegar a la ciudad entre sepulcros que ha inventado Anyum, la mujer-hombre, para acoger e invitar a los casi muertos a sobrevivir entre los que ya se han ido del todo.

 

Contacto: [email protected]

 

Edición: Estefanía Cardeña


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