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“Aquel que logre conquistar la ciudad de Estambul, estará en el paraíso”
Profeta Mahoma.

Estambul es la única ciudad en el mundo en la que se puede estar en dos continentes a la vez. Sede de tres grandes imperios, romano, bizantino y del fastuoso imperio otomano, ésta cosmopolita urbe ha ido tejiéndose en la historia como una fina alfombra persa de hilos multicolores. Hoy, las diferentes etnias que la habitan -sirios, búlgaros, armenios y turcos– con sus diferentes culturas y tradiciones, continúan avivando el color de esta metrópolis, que es una verdadera obra de arte -“en el respeto y la aceptación se logra la armonía, sólo así permanece la belleza”-. 

Estambul, un lugar que nos transporta a un pasado fascinante, permitiéndonos hoy admirar una de las ciudades más bellas del Medio Oriente.

Mariana es egresada de la carrera de Administración de la Universidad Marista. En 2015 contrajo matrimonio con Tekin Timocin, un joven turco dedicado a la industria de la comunicación; es mamá de un bebé de meses y se dedica a dar clases de español.

 

BGT.- Mariana cuéntame, ¿cómo fue que llegaste a vivir a Estambul?, capital cultural de Turquía y que ha sido nombrada patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

MJL.- Bueno, cuando terminé la universidad quería perfeccionar mi inglés, me recomendaron unos cursos en Cambridge, Inglaterra; estuve ahí de enero a junio de 2014. Tekin, mi esposo, trabajaba en una empresa aquí en Estambul. Lo que hacen las empresas turcas es darte seis meses para tomar el curso que quieras y que te permita aplicar a un mejor puesto, sin goce de sueldo, pero apartándote tu lugar. A Tekin lo querían promover, de hecho, continúa trabajando para la empresa, Havas Media Worldwide. Lo enviaron a Cambridge de marzo a agosto. A finales de mayo de ese año nos conocimos, yo regresaba a Mérida en junio; fue muy poco tiempo y nunca me imaginé que sucedería, habiendo tanta diferencia de cultura, religión, de todo. Dije, ¡a mi familia le va a dar un infarto! (ríe) Pues sí, ahí nos conocimos. Estuvimos un año y medio a distancia, Tekin iba a Mérida y yo venía a Estambul. Llevábamos entre seis y ocho meses de novios cuando me pidió matrimonio. Nos casamos por lo civil aquí en Estambul y por la iglesia en Mérida.

 

Él, siendo musulmán, accedió a casarse por la iglesia.

Tekin sabía que la religión era muy importante para mí, pues mi familia es muy católica. Ahora que has estado en Turquía me imagino te has dado cuenta del contraste de la ciudad: es antigua, pero al mismo tiempo tiene partes muy modernas: la zona de los restaurantes, bares, departamentos de arquitectura moderna. Así como hay un contraste en la ciudad, hay un contraste entre la gente y entre las culturas, hay de todo. Tengo amigas extranjeras, algunas son mexicanas, que me han dicho: no, yo no me casé por la iglesia, mi esposo no quiso. 

 

Que bueno que tengas amigas paisanas, que compartan tradiciones y las celebren juntas, ¿lo hacen?

Sí, el consulado organiza festividades como la Independencia, Día de Muertos, etc. En este tiempo no se ha celebrado nada por Covid-19, pero justamente en estos eventos fue donde las conocí. 

 

Mariana platícame, ¿cómo llevan ustedes el Ramadán? el mes sagrado de la religión islámica.

Justamente ayer terminó el mes del Ramadán (13 de mayo). Es una de las dos celebraciones más importantes para los musulmanes (la otra es el Eid-al-Adha o Kurban Bayrami, que honra la voluntad de Abraham por ofrecer a su hijo en sacrificio). Mi esposo y su familia no son de celebrarlas. Regresando un poquito al pasado, yo tuve un choque al momento de casarme: aquí en Estambul conocí al padre Rubén, que era originario de Guadalajara, tristemente falleció ahora por Covid-19. Él fue quien nos dio las pláticas prematrimoniales, de hecho, fue Tekin quien encontró al padre. Fuimos a la iglesia, platicamos con él y nos dijo: ¡por supuesto que se puede! De hecho, él nos decía “a mi me encanta poder juntar estas dos religiones, que haya esa unión entre musulmanes y católicos. He casado varias parejas como ustedes, por ejemplo, a una turca musulmana con un italiano católico”. El padre Rubén me ayudó con todos mis papeles. Cuando iba a Mérida me decían que no me podían casar con un musulmán, yo hacía todos los trámites, pero en Mérida me topaba con pared. Creo que es porque Mérida es una ciudad muy chica, donde no se oye que pase esto. Al final se pudo, el padre Álvaro García, que es el sacerdote de la familia, nos casó.

 

¿Qué sentiste al llegar a vivir a un país donde predomina una religión y una cultura tan diferentes a las nuestras?

Al principio todo era nuevo para mi, cuando veía la ciudad, las mezquitas, las súper autopistas, a veces me preguntaba, ¿en dónde estoy? ¿En dónde estoy viviendo? Influyó mucho que los turcos más occidentalizados son muy parecidos a nosotros los mexicanos, incluso cuando me fui a estudiar a Cambridge, una de mis amigas me dijo: “Mariana, si conoces turcos te van a caer re bien porque son muy parecidos a nosotros, son muy cálidos, tienen el mismo sentido del humor”. Al llegar aquí me ayudó la forma de ser de la familia de Tekin y de su grupo de amigos. No sentí tanto la diferencia entre culturas. Intenté encontrar clases de turco en Mérida, pero no lo logré, llegué a Estambul con el mínimo del idioma. Su lengua es muy interesante, pero al llegar e ir al supermercado, por ejemplo, era difícil; recuerdo que pensaba al principio, ¡¿cómo voy a pedir la pechuga de pollo en turco?! En un papel escribía “cómo pedir 400 gramos de pechuga de pollo” (ríe). El abecedario es diferente, gracias a Atatürk (Mustafá Kemal Atatürk, primer presidente de la República de Turquía, quien sustituyó el uso del alfabeto árabe por el abecedario latino) hubo este cambio. Atatürk es para las familias y ciudadanos el “orgullo turco”, es la figura representativa de Turquía, aunque dicen que esa adoración ha disminuido porque el presidente actual (Recep Tayyip Erdogan) no es “Atatürk lover” (fan de Atatürk), todo es un contraste, los que aman a Atatürk y los que no. Él le dio el voto a la mujer, cambió las vestimentas, abolió el sultanato, etc. La primera vez que vine hace como 6 años, me decían algunos amigos que antes no se veía mujeres cubiertas con velo, sin embargo, el presidente actual ha unido religión y Estado y esto ha hecho que las mujeres se tapen más y haya más diferencias. Erdogan ha alimentado la separación, ha puesto a un lado a Atatürk.

 

Nos platicaron acerca de esto y sobre los golpes de Estado fallidos en contra del presidente actual. Ahora bien, dime ¿qué similitudes encuentras entre un estambulense y un yucateco?

Yo creo que el carácter, la forma de ser y la importancia que le dan a la familia y los amigos. El carácter es muy similar, claro que con sus diferencias: los turcos tienen un carácter más fuerte, los mexicanos somos más ‘light’ en ciertas cosas. Incluso, los amigos de mi esposo me dicen que es como si me conocieran desde hace 20 años y yo les digo lo mismo. Tengo muy buena relación con la familia de mi esposo, la similitud de carácter (entre turcos y yucatecos), de bromas, de personalidad, es bonito. Recuerdo que a mi mamá le decían que me iban a tapar, le preguntaban si iba a poder trabajar, ¡le decían que me iban a cambiar por camellos! Yo me moría de risa (ríe). Mi suegra, que tiene 60 años, trabaja hasta la fecha, tiene su oficina y es feliz. Hay mucha, no sé, falta de información, de cultura, de conocimientos. El primer año que llegué no trabajé, tomé clases de turco y al segundo año comencé a trabajar en un kínder cerca de mi casa dando clases de español. Estuve ahí durante tres años, esto fue gracias a mi cuñada; luego nos cambiamos de casa y comencé a dar clases privadas. Me di cuenta de que hay un interés tremendo aquí por el idioma español, me empezó a ir muy bien y estuve con mis clases hasta que comenzó la pandemia. Tenía alumnos de 5 o 6 años de edad cuyos papás me decían “Mariana, no le hables en turco. Háblale en inglés y que poco a poco vaya aprendiendo. Queremos que aprenda español”. Un niño de 5 años, ¡imagínate! 

 

Es impresionante cómo los turcos te hablan en español, tanto en el hotel como en el Gran Bazar y en cualquier tienda en la que entras, son gente que tiene facilidad para los idiomas probablemente por el hecho de vivir entre dos continentes.

Y te voy a decir algo: a veces, aunque no hablen el idioma, tienen esa cualidad, son muy serviciales, te quieren ayudar, te intentan explicar. Ahora mi mamá está aquí ayudándome con mi bebé y mi suegra estuvo quedándose a ayudarme al mismo tiempo. Fue chistoso porque mi mamá le hablaba entre inglés y español, mi suegra en turco, ¡y se entendían! Si no se entendían, con señas trataban de explicarse. Es el interés de conectar con las personas, existen muchas otras culturas y gente que, si no hablas su idioma, te voltean la cara. 
 

¿Qué es lo que más extrañas de Mérida?

A la gente: lo primero, mi familia; mis amigas, el día a día, el estar rodeada de gente. Yo tengo tres hermanos, mi familia es grande y la familia de mi esposo es pequeña, Tekin sólo tiene una hermana; yo estaba acostumbrada a las comidas cada sábado con mi familia, aquí muchas veces somos sólo Tekin y yo. También extraño la tranquilidad de lo que es vivir en Mérida. Me gusta mucho Estambul, me fascina, pero a veces el tráfico, por ejemplo, fue una de las cosas que me dio mucho trabajo. Una vez que lo logré, me abrí a mí misma una de las mayores puertas en la vida y esto fue cuando comencé a manejar, pensar en depender de un taxista era horrible. Fue un gran reto, aquí es una locura el tráfico.

 

¿Cómo has sentido el trato hacia los inmigrantes en Estambul?

Siento, en el caso de los armenios, que es el que me ha tocado, que son una sociedad bastante apartada. Tengo alumnos armenios que se identifican conmigo por ser católica. Como que ellos mismos se han apartado y han creado su propia sociedad. Por ejemplo, mi esposo tiene una pareja de amigos: él es turco musulmán y ella es armenia, las familias no saben que son novios, llevan diez años juntos, ¡diez!, y las familias no saben; en Instagram ¡no tienen fotos juntos! El país ahora está lleno de inmigrantes. Cuando comenzaron a aceptarlos se llenó de sirios y llegó un punto en el que la ciudad ya no podía contener tanta gente. Estambul tiene catorce millones de habitantes. Hace como dos años me tocó renovar mi residencia, fui con Tekin a las oficinas y veía como negaban visas, la gente lloraba, los sacaban a empujones. Pienso, ¡¿cómo puede el país aceptar a tanta gente y de buenas a primeras decirles ya no!? Formas una familia, buscas un trabajo, tienes tu vida y ahora, ¡para afuera!

 

Es muy triste y continúa sucediendo en países de todo el mundo, como ahora los marroquíes en España; pero volviendo a la belleza de Estambul, ¿cuál es tu sitio favorito en la ciudad?

El palacio Dolmabahçe me fascina. Siempre que alguien viene le digo, ¡tienes que ir, tienes que conocerlo! Si no está en su tour, apúntenlo. Ese y el paseo en el Bósforo son mis favoritos. Llevo seis años viviendo en Estambul y cada vez que alguien viene de visita lo acompaño al Dolmabahçe, es una emoción de decir: ¡no puedo creer que esto exista! Está lleno de historia. Los turcos tienen una broma, que de hecho es verdad, dicen que el país quedó en quiebra después de la construcción del palacio Dolmabahçe; por supuesto también el Gran Bazar, cada vez que voy digo, voy a ir sólo dos horas, pero entro de día y salgo de noche, ¡me encanta!

 

Mariana, muchas gracias por esta entrevista, dime ¿con qué mensaje te gustaría terminarla?

Que no se queden con la idea de lo que es Estambul, que vengan y conozcan, no se van a arrepentir. Es una ciudad llena de magia, de colores, de gente que se muere por servir, la gente turca es muy servicial desde el mesero, todos. No se dejen llevar por comentarios, recuerdo que me decían que era muy inseguro, la Ciudad de México es insegura, Estambul no lo es. Yo siempre he dicho que tengo mucha suerte porque todos han sido muy lindos conmigo, creo que es algo que atraes: lo bueno o lo malo, uno lo atrae.

 

Edición: Laura Espejo


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