La pandemia me encerró en casa y abrió armarios y cajones insospechados. Por fin tuve tiempo y espacio para bordar historias que me contó mi abuela que incrustadas, en el devenir de nuestra península, terminan siendo una sola.
Aunado a eso, con el deseo de conocer más nuestra herencia, he estado tomando varios cursos sobre las distintas manifestaciones culturales que imparte el doctor Jorge Cortes Ancona a través del Centro Cultural ProHispen. Esta semana, el doctor Cortes nos presentó a Carmela Duarte García que resultó tía abuela de la que me llenó de historias.
Mi tía tatarabuela, todo un personaje, merece texto aparte: escritora, pintora, poeta y mujer valiente que, a los 24 años en 1890, se va, contra viento y marea a estudiar pintura a Roma. Información que nos ofrece Luz María Vázquez Díaz, en “A la luz, Carmela Duarte García (1866-1940), artista yucateca” donde encontré la nota que publicó La Revista de Mérida, el 13 de abril de 1879, sobre la muerte del patriarca de ambas:
“Sensible fallecimiento. El viernes último ha dejado de existir en esta capital el respetable y honrado S. D. Anselmo Duarte de la Rúela…”
“¿Respetable y honrado?”. ¿Acaso no tendríamos todos que aspirar a ser catalogados así antes de pasar al siguiente estadio? ¿Qué otra cosa nos podremos llevar?
En 1847 cuando estalló la Guerra de Castas, don Anselmo y su familia tuvieron que salir de Peto dejando sus bienes. Esta población era el centro del conflicto. Por un lado, Jacinto Pat, uno de los líderes mayas la convirtió en sede principal del movimiento y por el otro, el ejército estatal, al mando del Eulogio Rosado, conociendo la importancia del sitio, trataban de impedir que avanzara.
En 1848 el ejército logró recuperar Peto y don Anselmo quiso reanudar sus trabajos. Cosa curiosa, Jacinto Pat había ordenado respetar la vida de los habitantes de este pueblo, así como sus pertenencias, en cambio el gobierno le pidió a mi pariente una gratificación para las tropas, por lo que sus bienes: casas, comercios, muebles y fincas fueron vendidos a beneficio de las fuerzas de gobierno, considerándolos, botín de guerra.
Años después, en 1857, le escribió al gobernador del estado, que durante las 24 horas que duró la ocupación de la plaza de Tekax, donde ahora vivía, únicamente tres casas se salvaron del saqueo y asesinato de sus habitantes.
Días antes, el generoso bisabuelo de mi abuela se enteró de que la cárcel estaba llena de hambrientos prisioneros mayas, casi desnudos. Les llevó comida de su casa y mantas para coserse ropa. Días después lograron escapar y supieron agradecer al cobijar la casa del que les brindó alivio y consuelo.
“Nada te llevarás, cuando te marches…” canta Napoleón. ¿Lo sabrán los políticos?
Por lo pronto, me siento sumamente honrada por la presencia de don Anselmo Duarte de la Rúela en mi historia; de ese pato que junto con su pata puso infinidad de huevos a través de las generaciones, para traer su legado hasta hoy en el que este huevo te comparte lo que intuye, investiga, reflexiona y ve.
Edición: Estefanía Cardeña
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