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del

Tiniebla

Leer los tiempos
Foto: Planeta Libros

El pasado colonial, “la cancerización del mundo moderno. La proliferación febril y estéril de una Europa enferma por el resto del planeta”, es uno de los hilos que entreteje Paul Kawczak en su novela Tiniebla (Planeta, 2021).

Los otros hilos corresponden a las existencias de algunos extraños seres sadomasoquistas que hubieran hecho las delicias del Dr. Farabeuf y de Salvador Elizondo, que coinciden en África, durante los peores tiempos de los crímenes perpetrados por la culta Europa sobre pueblos clasificados como bárbaros por los bárbaros auténticos. Todos ellos al servicio de Leopoldo II de Bélgica, el peor entre los peores.

Pero pudieron ser otras las nacionalidades: franceses, ingleses, todos esos a quienes la mala conciencia les está quitando el sueño, sobre todo tras la irrupción del movimiento contra el racismo en Estados Unidos, después del brutal asesinato de George Floyd, transmitido en vivo para vergüenza de la humanidad.

Se trata de la primera novela de un joven autor francés, nacido en 1986, que vive en Canadá desde 2011. Carga con un síndrome cada vez más frecuente en las novelas de autores jóvenes, el de escribir con el ritmo y la imaginación puestos en las series de televisión llenas de efectos especiales, aunque en su caso parecería buscar también otro tipo de estética y abandonar cualquier intención de verosimilitud.

Y el abandono de la verosimilitud exigida por la retórica clásica es perfectamente aceptable. Quizás Paul Kawczak lo hace no para perderse por los laberintos del barroco sino para soñar con los trazos oscuros de una plástica (hasta hace poco considerada género menor y cada vez más celebrada), la que se consigue en la historieta gótica cuyos dibujos ponen los pelos de punta a sus fans, en aras de arribar al horror salvífico que mucho tiene de erotismo. En todo caso, tanto el humor como la buena pluma llegan a salvarlo de un probable tedio: “Hicieron el amor una fría mañana de enero. Mientras, en la cocina, la señora Cointet preparaba tortas de sangre de pollo y cebollitas cocidas”.

Su personaje central, heredero de matarifes y suicidas malditos aunque tan puro como una madona de iglesia en algún pueblo, llega al Congo al servicio de su rey Leopoldo II, y poco a poco va “tomando conciencia de la progresión de la sombra en él, de su catábasis africana hacia la tiniebla interior. Pierre Claes lloraba entonces como un niño”.

Es un geómetra y astrónomo enviado a deslindar las fronteras del Congo. Una región mágica en sí misma en la cual se encontrará con un verdugo chino, prendado inmediatamente de él, especialista en el arte del lingchi, un “sutil método” para matar y provocar a un tiempo el orgasmo de una víctima a la cual sus cortes y tatuajes dejan “ondulando de muerte como ondulan a veces las caderas de placer”.

Al caminar en este sentido, todo se precipita hacia una comuna en medio de la selva donde Eros y Tánatos se dan la mano, que tal vez fuera pensada a la manera de Fourier pero se desarrolló a la manera de Wilhelm Reich y el orgón, con toda su crítica al capitalismo y a la sociedad de consumo.

Más importante para mí que la suerte de personajes malditos y “el despiece humano adivinatorio” de Tiniebla es el despedazamiento real de África, al cual quieren simbolizar, que sigue produciendo muchísimo dolor y ríos de muerte. 

Tiene razón Paul Kawczac con su metáfora. El culto Occidente que, con su racismo, tanto daño ha infligido, es sólo un pobre enfermo mental: avaro que sueña con llenarse de oro, al precio de perder aquella humanidad que pudo haber tenido antes de salir a colonizar pueblos y llamarlos bárbaros.

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Edición: Laura Espejo


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