Aída López
“El hombre ha perdido su capacidad de prever y de aprovisionarse.
Terminará por destruir la tierra”.
Albert Schweitzerque
El 5 de junio pasado se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente establecido por la ONU desde 1977. La preocupación y ocupación del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de mencionada organización es resolver la crisis que acecha por el desabasto de alimentos en los próximos años. El aumento de la obesidad y la desnutrición mundial son atribuidas, entre otros factores, al sistema alimentario industrial.
En este sentido comienza a escucharse con mayor insistencia el término Agroecología. El enfoque contempla la agricultura sustentable a favor del mejoramiento de la nutrición de manera amigable con el medio ambiente y sensibilidad social: los sistemas sociales y agroecológicos van de la mano. La idea no es nueva, desde los orígenes de la agricultura hace siglos los cultivos utilizaban los recursos renovables de la región, tomaban en cuenta los rasgos ecológicos de los campos y la vegetación circundante. Los rituales servían para regularizar las prácticas del uso de la tierra, interpretadas por los inquisidores como brujería. El tema resulta interesante debido a que la agroecología ha emergido y se ha vuelto objeto de estudio científico algo que los campesinos ya habían dominado.
Los expertos responsabilizan a la agricultura industrial del colapso ecológico y la desigualdad social por el control absoluto de los negocios que acaparan los recursos. Rachel Carson en su libro La primavera silenciosa (1962) cuestiona el afán del hombre por eliminar las especies que le molestan (plagas) a costa de acabar con su propia especie. La bióloga puso el tema en la mesa dando inicio al movimiento ecologista en la segunda mitad del siglo XX.
Carson alertó sobre la extinción de especies de aves, alteración en los ciclos de vida vegetal, contaminación del agua subterránea y la muerte de seres humanos por las grandes cantidades de químicos liberados en el medio ambiente. Consideraba la fumigación una “guerra contra la vida”: la guerra con la naturaleza es una guerra contra sí mismo. Ella fue víctima de cáncer de mama, consecuencia de sus estudios en la correlación entre esta enfermedad y los pesticidas: elixires de muerte.
“La historia de la vida en la tierra ha sido un proceso de interacción entre las cosas vivas y lo que las rodea… el hombre ha adquirido significativo poder para alterar la naturaleza de su mundo… Esos polvos, pulverizaciones y riegos se aplican casi universalmente en grajas, jardines, bosques y hogares…; productos sin seleccionar que tienen poder para matar todo insecto, el bueno y el malo…”. (La primavera silenciosa)
Entre sus propuestas está considerar a los enemigos naturales de los insectos, estrategia de control biológico practicada desde 1800 por Erasmus Darwin: el “insecticida microbiano” ataca solo a su presa sin dañar la ecología, la salud animal y humana. Otra alternativa es la utilización de ruido ultrasónico para matar a los gusanos, moscas y larvas del mosquito de la fiebre amarilla.
El calentamiento global cambiará las formas de alimentación tradicional, ya se elaboran sustitutos de carne animal con la soja o hechos de proteína de leguminosas: lentejas, cuscús, frijol, chícharo; imitando el sangrado con jugo de remolacha.
La primavera ha dejado de ser silenciosa, urge a gritos nuevas políticas alimentarias que nos garanticen “las tres S”: sano, saludable y seguro.
Edición: Estefanía Cardeña
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