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Al chamuco le cayó el chahuistle

Para mí, Antonio Helguera fue un ídolo o si resulta preferible, un referente
Foto: Portada del libro - Penguin Random House

Los ídolos no debieran morir, al menos no tan repentinamente, no a los 55 años, no de un infarto… no cuando seguramente les quedaba mucho por decir a través de sus editoriales/caricaturas.

Sí, para mí, Antonio Helguera fue un ídolo o si resulta preferible, un referente. Lo conocí en una visita que hizo a Mérida entre 1998 y 1999. Ofreció una conferencia que, si la memoria no me traiciona, organizó el desaparecido Instituto de Estudios en Comunicación de Yucatán, escuela en la que se formó un grupo de buenos amigos, que por entonces sabían de mi interés por la caricatura como documento histórico.

Unos pocos años antes había caído en mis manos una revista, El Chahuistle, en la que encontré a un grupo de caricaturistas, encabezados por Rius, que cada semana invitaban a reflexionar sobre la realidad del país. Poco después, esos mismos moneros cambiaron de casa editorial y sacaron a la luz El Chamuco, nombrando como el mayor de ellos precisamente a Rius, siendo los demás “los hijos del averno”. Creo haber conseguido una buena colección de ambas publicaciones, pero el clima peninsular y el comején hicieron estragos en ellas.

Por entonces, Helguera ya había publicado, junto con El Fisgón, El sexenio me da risa. La historieta no oficial (Grijalbo, 1994), una feroz revisión del gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Dos años después obtendría su primer Premio Nacional de Periodismo.

En aquella conferencia, tuve el gusto de hacer con Helguera un intercambio: un ejemplar del periódico Página 24, de Aguascalientes, en el que había publicado mi primer texto académico, por un autógrafo. Ambos se han deteriorado al paso del tiempo. La firma del caricaturista se encontraba en una libreta que por esos años empleaba para tomar apuntes en el Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán. Aún existe, pero entre las páginas de algún libro fuera de mi radar.

Seguir a Helguera, como admirador de su trazo, se volvió complicado. Al contrario de El Fisgón y otros como Naranjo, Magú o Ahumada, Toño no tuvo un libro en solitario. A la distancia, imagino que la precisión de sus trazos se volvía en su contra. Los perfeccionistas rara vez están satisfechos con lo que han creado. Al contrario, fue generoso con sus compañeros, participando en El sexenio ya no me da risa, El sexenio me da pena o El tataranieto del Ahuizote, además del programa El Chamuco TV.

Al igual, su posición política con respecto al actual gobierno, al igual que la de sus compañeros, se volvió cuestionable para algunos. Helguera se identificó como partidario del hoy Presidente, oficialista con este gobierno; congruente con sus ideas, que parece ser mucho pedir en estos tiempos.

La trayectoria de Helguera demuestra que el periodista jamás podrá ser neutral, pero también que no basta la militancia: si fue referente para algunos es también por la calidad de su dibujo, por la precisión quirúrgica de sus caricaturas, porque sus dibujos, más que invitar a reír, obligaban a la reflexión.

Ha trascendido uno de los más jóvenes de los chamucos, de los moneros de La Jornada. Uno de los más visibles en una generación de críticos de los gobiernos neoliberales, tal vez el más analítico de los dedicados al editorial gráfico, tal vez uno de los últimos de la escuela de la caricatura militante, de combate.

Talentos como el de Helguera son difíciles de hallar. En tiempos en los que impera el meme como unidad de comunicación, sus cartones resultan complejos para muchos. Cuando el nivel de lectura no se quiere detener para ver la precisión de los trazos, la identificación de lo retratado y menos a responder a la invitación a reflexionar, se vuelve difícil saber a quién le cayó el chahuistle. Mientras, Helguera se encuentra entre las figuras del periodismo que los historiadores estarán obligados a abordar.


Edición: Estefanía Cardeña


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