Merecer Quintana Roo

No bien ha terminado una contienda cuando muchos no pueden controlar sus ansias por el comienzo de otra. Nos guste o no, los políticos ya empezaron la disputa por la sucesión en la gubernatura de Quintana Roo. El 2022 nos ha alcanzado.

Tiene algo de sentido, pues el proceso electoral para encontrar a la nueva mandataria o mandatario estatal formalmente iniciará el próximo octubre y ya estamos en julio. Cuando terminen las vacaciones de verano será septiembre y los tiempos se devorarán sin piedad. 

Candidatos sobran, algunos serios y otros simplemente para ver quién los compra y ofrece más por la conveniente declinación o suma a una causa. Sin embargo, esta vez Quintana Roo se merece algo más que lo de siempre. Las cosas no están fáciles, los ciclos y circunstancias no son los mismos. La clase política tradicional está agotada y no es claro que haya surgido algo mejor para sustituirla. 

Quintana Roo ha vivido históricamente dos tragedias, mismas que explican cómo un estado con tal potencial de riqueza es en muchos aspectos un laberinto urbano, ambiental, social y más recientemente, uno de seguridad y paz social. La riqueza económica abunda, pero la calidad de vida del ciudadano promedio escasea. Prosperidad hay mucha, pero concentrada en un puñado de gentes. 

Muchísimos llegan a Quintana Roo buscando hacer realidad el “Sueño Mexicano” en una tierra donde el trabajo duro y el espíritu emprendedor parecieran todavía cambiar vidas, algo rarísimo en el resto del país; pero ese sueño cada vez lo viven menos quintanarroenses. En el estado la movilidad social se agota y hay quienes quieren aprovechar esa triste tendencia para liquidar al voto de opinión libre, por el de etiquetas y maquinarias. 

La primera tragedia quintanarroense, seamos francos, es la calidad de los liderazgos que, en promedio, ha tenido el estado. Han existido mandatarios reconocidos por su mano firme y control real del estado, pero esa mano firme ha transmutado frecuentemente en puño de hierro rayando en el abuso del poder y el presupuesto. Hay otros que han sido percibidos como líderes decentes y genuinos en su deseo de servir, pero etiquetados como débiles y sin mando real. La entidad sigue esperando el liderazgo que libere el potencial del estado y su gente, uno que sí esté y pese en los temas, pero cuya prioridad sea dar voz a los ciudadanos. 

La segunda tragedia de esta paradisiaca entidad es su relación con la capital nacional, que ha oscilado entre la soberbia centralista y el olvido total. En ocasiones Quintana Roo es manejado como patio trasero de la Ciudad de México y, en otras ocasiones, es provincia delegada sin más a los linajes y dinastías locales. A la fecha hay quienes quieren que la dinámica política local sea una extensión de las etiquetas y cálculos federales, como si el estado siguiera siendo un territorio federal y, también, abundan quienes quisieran que la Federación y sus regulaciones ambientales, por ejemplo, fueran borradas a favor de las componendas municipales. 

Quintana Roo ya tiene, desde hace mucho, la masa demográfica y económica necesarias para ser un estado que, dentro del concierto federalista, construya efectivamente la agenda de sus temas desde una perspectiva local con alcances nacionales e, incluso, internacionales. Es tiempo que aliado con la Federación (no subordinado o “guiado”) Quintana Roo defina su desarrollo atendiendo las prioridades estatales y las legítimas demandas de sus ciudadanos. No es mucho pedir. 

En suma, Quintana Roo tiene un enorme potencial económico, humano y ambiental que, hoy por hoy, antes que detonarse se fermenta por la ausencia del liderazgo correcto y el justo equilibrio entre Federación y Estado. Candidatos van a sobrar y ambiciones aún más, pero lo interesante será preguntarse quién tiene las características personales, el compromiso de activismo social, la independencia profesional e ideológica para pensar en la entidad y no en los intereses de sus padrinazgos locales o nacionales. ¿Quién puede merecer ser considerado para gobernar Quintana Roo en el momento clave?

Edición: Laura Espejo