Perversidad detrás de la vacuna

¡Vayan, vayan a vacunarse! dice el anuncio del gobierno de la Ciudad de México: “a partir del martes 20 de julio, cualquier persona mayor de 30 años podrá acudir a cualquier sede de vacunación que esté aplicando la primera dosis, sin importar alcaldía de residencia. Si no pudiste ir cuando fue tu turno, hazlo ahora. Es la mejor manera de protegerte de una enfermedad grave y la muerte”. Fin del comunicado, eso dice la invitación publicada por la gobernadora de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, además ya van avanzados en la aplicación de los 18-29 años. 

Mientras tanto, en Yucatán, el gobernador Mauricio Vila -que ha optado por evitar al máximo la confrontación con el gobierno federal- ha sido castigado con menos vacunas y además supeditando al ejército la gran experiencia logística que posee para vacunar. Las enormes, tediosas y extenuantes filas del Hospital Regional Militar de Mérida son un clara muestra del desorden que tienen los militares frente la sociedad civil, ellos no saben de flexibilidad, les importa un comino si te achicharras las sol para recibir una vacuna, incluso se portan groseros en la aplicación, como si les debiéramos la vida.

El capitán de corbeta, Carlos Gómez Montes de Oca, es el responsable directo del programa de vacunación de Yucatán, a él le debemos este desorden y, créanme, no quiero disculpar al gobernador y secretario de Salud, Mauricio Sauri Vivas, ante la falta de intersección para evitar ese trato espantoso que recibió la gente los días de la vacuna. ¿Por qué habiendo un adecuado espacio como el Siglo XXI, vacunan en esas incómodas y calurosas instalaciones del Hospital Regional Militar? 

Eso fue el primer día, martes 3 de agosto; todos pensábamos que ya habían aprendido la lección, pues no, lo volvieron a repetir el miércoles 4 de agosto, ¿acaso creían que todo se iba a a notar solo? No, señores, la gente siguió yendo en masa, la gente está muy asustada por Delta, la variante más contagiosa del Covid-19. En todos los medios de comunicación, aquí mismo en La Jornada Maya, les hemos dicho que se cuiden, que le tengamos miedo, que está matando a miles en el mundo y, claro, la reacción no se ha hecho esperar: la gente que nunca pensó en vacunarse está allí haciendo largas filas para hacerlo lo más pronto posible; a eso súmele los que estaban enfermos, rezagados y visitantes... ¿sabe una cosa? todos tienen derecho a tener miedo. Hay un texto publicado en La Jornada Maya, de Pablo Cicero, que habla de ese miedo, nunca mejor dicho. Hemos llenado de miedo a los lectores, les hemos anticipado su muerte, le describimos los horrores de los últimos días y encima ¿creemos que ante estas publicaciones no van a reaccionar?

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Se dice que hay 18 millones de vacunas guardadas en bodega, el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell ha hecho llamados desesperados: “que vayan todos a vacunarse para que no nos llenen los cementerios”. Parece haber perversidad en el manejo y uso de las vacunas, no hayamos otra explicación ante este desorden, ya todo estaba bajo control. ¿No se supone que ya la vacunación en Yucatán eran días de campo?

El país en manos militares 

El Tren Maya, aduanas, aeropuertos, vacunas, distribución de gas... Ya basta de poner todo en manos de los militares, ellos no tienen todas las respuestas, vaya, tienen muy pocas. Es tiempo de acordar verdaderas acciones conjuntas, Estado y Federación. Sé que Vila busca no tocar la frágil relación ni con el pétalo de una rosa, pero mientras la población se queda pensando en que nuestro gobernador puede hacer algo más que poner la otra mejilla, este comentario no busca enconar las cosas, simplemente quiere que exista respeto Estado-Federación, gobernados, una triple alianza que no puede pasar por encima de los derechos humanos, con toda la bendita razón si se trata de vacunas, de vida humana. Cada vacuna que te aplican es tuya, no se la debes a nadie, siendo mexicano, cubano, argentino...tan sólo por el hecho de vivir aquí. 

Los juegos del hambre y enfrentamiento de clases déjenselo a López Obrador, es ese terreno nadie le gana. 

Edición: Laura Espejo