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No te preocupes: Es miedo, sólo miedo

Es resultado de la incertidumbre: el fruto de la ausencia de lo cierto
Foto: Ap

Pablo A. Cicero Alonzo

Miedo a contagiarse y a contagiar, a morir o a matar; a perder el trabajo, a que quiebre la empresa. Miedo a no tener dinero para seguir pagando la escuela de los hijos, a quedarse sin crédito para medicinas o para el súper. Miedo al presente y al futuro, al hoy y al mañana. Miedo a todas horas, en todas partes; miedo omnipresente. Miedo atroz, miedo tenue, olas de miedo, picos de miedo, mesetas de miedo; miedo mutante. Atroz terror.

El miedo es resultado de la incertidumbre: el fruto de la ausencia de lo cierto. En un sendero resbaloso, al borde del abismo, caminamos desde hace 17 meses a oscuras; somos cardumen: sardinas que, con movimientos erráticos, intentan escapar de un peligro inminente; un tiburón minúsculo, más contagioso que la viruela. Estorninos que, en parvada, dibujan dragones para distraer a las aves de rapiña. No sabemos a dónde vamos, aún. 

Aunque se han registrado notables avances gracias a la ciencia, a los herederos de Pasteur, la humanidad batalla todavía con un enemigo difuso, evanescente, capaz de cambiar a una velocidad mayor a nuestras tímidas, tibias reacciones; furioso, relampagueante mutante. El virus se retuerce, busca y crea salidas; es, hasta ahora, un enemigo formidable, que se nutre también de ese miedo y sus bastardos. 

Y es que de la aridez del miedo brota la ignorancia, mala, malísima yerba. Las personas que minimizan los alcances de esta pandemia, los que le lijan las garras a este monstruo lo hacen porque se están desbaratando, evaporándose en un torbellino de sudor acre de nervios. Repiten sin cesar mantras negacionistas —el cubrebocas no sirve: es un bozal; la vacuna cambiará tu ADN: en diez años se verán las consecuencias… — creyendo que mientras más se extienda la ceguera histérica todo volverá a la normalidad. 

 

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Si no lo veo, no existe, aseguran, como niños que, en noches de truenos, cierran los ojos para conjurar sombras que bailan, al ritmo de los relámpagos, en las paredes de sus cuartos. Cobardes incapaces de aceptar que, en efecto, se están ahogando en sus peores temores. Como todos. Prefieren engañar, conjurando mutaciones de colas de cerdo, a asumir su responsabilidad. 

Sin embargo, la bestia es capaz de domarse; las tormentas de ansiedad amainan. Inspirado en la revolución de Lawrence de Arabia, Frank Herbert escribió una saga monumental, un alarde de imaginación y una lectura apasionante, llena de aventuras. La trama se centra en la ascensión de Paul, el joven protagonista, heredero de la casa Atreides y que se convierte en Muad’dib, el líder, profeta y mesías de los Fremen, audaces cabalgadores de los bestias de hasta 400 metros que horadan las dunas. La saga de Herbert se llama Dune y es, obviamente, ciencia ficción. 

A lo largo de páginas y galaxias, Paul se enfrenta a numerosos retos, y lo hace siempre recitando una letanía, tan poderosa como un escudo; esta oración lo blinda y serena: No debo tener miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo”.

Repitiendo esta letanía, yo, por ejemplo, vencí al fin el miedo a volver a escribir, a externar mi opinión en estos tiempos en los que estar callado es más fácil, lo recomendable. No debo tener miedo de elegir el camino complicado, el ser juzgado por otros. 

Desde hace meses hemos mantenido un pulso con el coronavirus; le hemos sostenido la mirada. En sus fauces, devorados: seres queridos, familiares y amigos; sabemos que es peligroso y por eso le tenemos miedo. Pero ha llegado el momento de aprender a vivir con ese miedo y a asumirlo como una defensa, como un sistema de alarma. Afrontar nuestros miedos y apoyarnos en ellos, sin permitir que nos paralicen. Es mejor mirar con miedo a cerrar los ojos con ignorancia.

 

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 Edición: Estefanía Cardeña


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