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Un retrato de Shirley Jackson

La cinta es una de las propuestas más interesantes en la Cineteca Nacional
Foto: Fotograma de película

Presentado en la pasada edición del Festival de Cine de Los Cabos, Shirley (Shirley, 2020), tercer largometraje de la actriz y realizadora estadunidense Josephine Decker (Madeline’s Madeline, 2018), es hoy una de las propuestas más interesantes en la Cineteca Nacional. Su primer acierto, sin duda el más atractivo, es el duelo de actuaciones entre la actriz Elizabeth Moss (recia personalidad y talento en ascensión imparable) y el carismático comediante Michael Stuhlberg, quienes encarnan a la escritora de relatos de horror y misterio Shirley Jackson, y a su editor, asesor artístico y esposo, Stanley Edgar Hyman, una pareja cuya notoriedad excéntrica causó algún revuelo en la escena literaria estadunidense de los años cincuenta del siglo pasado. Josephine Decker aborda el asunto de un modo poco rutinario concentrándose en un lapso muy breve de la carrera de la novelista, el año 1951 en que escribe Hangsaman, una de sus obras góticas más notables, y en la que relata la misteriosa desaparición de una joven universitaria.

Cuando a casa de la ilustre pareja llegan, como invitados académicos, Fred Nemer (Logan Lerman), joven asistente del profesor Stanley, y su esposa Rose (Odessa Young), admiradora incondicional de la escritora, se genera un clima de tensión en el que afloran los recelos y las rivalidades en una sorda confrontación de las dos parejas. Se trata en parte del esquema dramático ya visto en ¿Quién le teme a Viginia Woolf? (Mike Nichols, 1966), según la obra teatral de Edward Albee, con la salvedad de que la protagonista madura es aquí una figura intelectual de carácter hosco y lengua ácida resuelta a hacerle la vida imposible a quien se atreva a invadir su privacidad. Al mismo tiempo puede mostrarse perversamente hospitalaria. ¿Nadie te había dicho que soy una bruja?, le advierte socarrona a Rose, su joven seguidora atribulada. Su marido Stanley no es menos implacable con su ayudante Fred. Es evidente que el pasatiempo favorito en esta apacible morada académica es el canibalismo intelectual y que la joven pareja de recién llegados son, al respecto, la presa más apetitosa del momento.

Hay algo curioso en la adaptación muy libre que hace la guionista Sarah Gubbins del recuento biográfico titulado Shirley, escrito por Susan Scarf Merrell, en que se basa la cinta, y en la que se omite el dato esencial de que la novelista tenía tres hijos al momento de escribir Hangsaman, y que por lo mismo no corresponde al retrato de mujer ingrávida, histérica y alcohólica, contrariada por las correrías sexuales de su marido fuera de casa, y que en su obra ventilaría toda una carga de frustraciones. Varias publicaciones y el testimonio de uno de sus hijos revela que la autora del relato The Lottery fue un ama de casa hasta cierto punto convencional y afable, en buena parte alejada de la imagen muy áspera que arroja la película. Si bien se comprende la intención de aprovechar la destreza camaleónica con que Elizabeth Moss puede interpretar personajes a la vez dulces y desagradables, lo cierto es que una mayor fidelidad a la Shirley Jackson verdadera, habría revelado una complejidad sicológica todavía mayor. Para sacar adelante su obra, la escritora tuvo que lidiar a un tiempo con la rivalidad académica de un marido que fue colaborador valioso, pero también detractor injusto, en un medio literario marcadamente masculino, y también con la presión de atender los reclamos de su propia escritura sin descuidar las faenas domésticas y de modo particular el rol materno. Una hazaña para la época.

La originalidad de la cinta Shirley ha sido construir entre la protagonista y su torturada admiradora Rose todo un territorio de entendimiento moral mutuo, que incluye la compatibilidad sexual. Así, Rose habrá de inspirar y será el modelo para Paula, la estudiante desaparecida de la novela Hangsaman, un proceso que la cinta explora combinando con audacia ficción y realidad en el trabajo de fotografía muy creativo de Sturla Brandt. Las figuras de los maridos Fred y Stanley se eclipsan paulatinamente en beneficio de un fértil arreglo afectivo que sacude y enriquece la existencia de las dos mujeres. La directora del filme se ha tomado muchas libertades reinterpretando, con elementos inventados, la vida real de Shirley Jackson. Esa gran libertad del cine es el mejor tributo a esa fascinante fabulación a la que siempre se libró la escritora.

Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional a las 17:45 horas.

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Edición: Emilio Gómez


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