Recientemente escuché por azar a una chica, joven profesionista recién egresada de una prestigiosa universidad privada, quien narraba cómo no pudo generar ingreso, y logró que la contratara una empresa. “No me siento motivada, y mi jefe no sabe nada”, afirmó con una mueca. Después indicó lo complicado que es seguir los procesos, los cuales ni siquiera tienen nada que ver con su carrera. “Estas personas no me valoran; voy a renunciar y mejor voy a seguir estudiando”, dijo con un breve sollozo.
Debo confesar que el primer pensamiento que vino a mi mente fue “bienvenida a la vida”. Aunque el tema da para una reflexión mayor. Siempre he pensado que la educación es un motor de progreso. Es un proceso a través del cual algunas personas intentan mejorar habilidades y obtener conocimiento; sin embargo, olvidamos un punto importante: el tiempo en el que una persona es estudiante, y más si tiene el privilegio de poder dedicarse a eso de tiempo completo, es una etapa de PRE-PA-RA-CIÓN, y lo digo así, despacito, porque hay además un corolario fundamental: la educación no es un fin en sí mismo, ni es sinónimo de éxito. Es un proceso en el que una persona obtiene herramientas para entonces ser productivo y contribuir al desarrollo de la sociedad. Por ello, la educación es necesaria para empezar en el nivel correcto, a pesar del enorme costo económico y anímico que se necesita para tener ese privilegio.
Para complicar las cosas he observado que se está haciendo popular la idea de estudiar y seguir estudiando. La persona quiere hacer una licenciatura, y después una maestría y después otra, y así sucesivamente, hasta que usualmente los aspectos económicos regresan al estudiante a la realidad. Pero cuando nuestros novatos entran a trabajar, chocan también con aspectos normales: no siempre en el trabajo van a ejecutar actividades que les gusten, los jefes son seres humanos con fortalezas y debilidades (las cuales no siempre conocen), y la forma de trabajo de una empresa no la enseñan en la escuela. Graduarse es el principio del camino, no el final. Se hace necesario orientar a las personas a estudiar de forma inteligente, a través de un plan de vida y hacer simples preguntas: ¿Para qué quieres estudiar eso? ¿Cómo contribuye eso en tu proyecto? ¿Qué herramienta o conocimiento piensas obtener con esos estudios, asociado a tu proyecto de vida? La expectativa no debe girar alrededor de actividades lúdicas, pues en las tareas que no resultan gratas es en donde se encuentra el reto, el crecimiento y la contribución social. El éxito se alcanza con el conocimiento ganado en la experiencia y el manejo del fracaso controlado. El trabajo no siempre es divertido, pero el logro de objetivos siempre es gratificante.
Nuestro país genera poca actividad empresarial profesional: la mayoría de las instituciones orientan a los jóvenes para ser empleados. Se venden bajo el argumento de que con eso “ya la hiciste”. Pero olvidan informar que al terminar los estudios se produce un triste fenómeno en el momento mismo de subir al pódium a recibir el título: el individuo sube como estudiante, y unos pasos después, baja desempleado.
Hemos de retomar el camino con la educación útil y productiva. La sociedad y las familias están haciendo una enorme inversión en cada muchacho que estudia. Sigamos alentando a nuestros jóvenes y demos orientación. Gocemos una graduación, pero festejemos doblemente el primer aniversario de trabajo productivo después de graduado.
Edición: Emilio Gómez
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