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Apología del regreso a clases presenciales

Estamos frente a un dilema colectivo al que nunca se había enfrentado
Foto: Fernando Eloy

Claudia Dávila Valdés y Ricardo López Santillán

 

Estamos ante el inicio de un nuevo ciclo escolar en el que, al menos para la educación básica y media, existe la opción de elegir entre el formato en línea y el presencial o semipresencial. La sola posibilidad de elegir ha generado una enorme polémica. Las opiniones sobre el regreso o no a las aulas se han polarizado y son tan diversas como las experiencias individuales y familiares con respecto al Covid-19. Hemos atestiguado que algunos padres de familia se muestran renuentes ante la iniciativa, mientras que otros incluso exigen la apertura de las escuelas. Todo esto dentro del contexto de la tercera ola de contagios por el SARS-CoV-2. Estamos frente a un dilema colectivo al que no nos habíamos enfrentado nunca antes. 

Somos una familia de cuatro: dos profesores universitarios y dos alumnos, una de secundaria y uno de primaria. A pesar de la inquietud que nos genera el regreso de los niños a las aulas, es un momento que hemos deseado desde que constatamos que el aprendizaje en línea está lejos de proporcionar el mismo nivel de aprovechamiento de los contenidos de los planes de estudio. Esta constatación también nos implica como profesores. Hemos sido testigos de hijos y alumnos desinteresados, distraídos, desmotivados, ansiosos y todo ello derivado de no poder ir a la escuela y tener que tomar sus clases en un dispositivo. Nada se compara con la educación presencial. 

En lo que respecta a infraestructura muchos hogares en México no cuentan con lo mínimo necesario para estar permanentemente en línea. Ni siquiera en los casos más afortunados las casas están diseñadas para ser espacios en los que se pueda tomar, dar clase o trabajar por Internet. Hemos tenido que improvisar estrategias y espacios comunes para poder hacerlo. Muy pocos hogares cuentan con un equipo de cómputo per cápita para que sus miembros trabajen o se ocupen de sus deberes digitales de forma simultánea. El Internet doméstico difícilmente soporta el volumen de datos indispensable para que las sesiones se lleven a cabo sin contratiempos. En casa, además, estamos sometidos a un enorme cúmulo de distracciones y todas tienen que ver con cuestiones domésticas.

Existen otros motivos por los que hemos deseado la vuelta a la escuela. La socialización es un aspecto insoslayable de la vida de los humanos y a niños y adolescentes les ha hecho falta convivir con sus amigos y compañeros. Durante la educación en casa, sólo lo hicieron a través de dispositivos electrónicos apoyados en aplicaciones de mensajería, juegos en línea y de redes sociales. La actividad física, aunque sea sólo a la hora del recreo y en las clases de deportes, es fundamental para reducir sus niveles de ansiedad y para mantener su buena salud; en casa el recreo consiste en frecuentes visitas al refrigerador. El confinamiento ha hecho que los niños ganen peso y no de una forma saludable. 

Ha pasado un año y medio desde que iniciaron las estrategias de confinamiento. En el momento actual y muy probablemente gracias al avance en el programa nacional de vacunación, se puede atestiguar que muchos sectores de población han optado por salir del encierro preventivo, ya sea por trabajo, vacaciones u otras actividades recreativas y de esparcimiento. Entonces, ¿por qué niños y jóvenes pueden ir a todos lados menos a las escuelas? ¿Por qué se abren los bares y los estadios y no se abren las escuelas?

Naciones Unidas, a través de Unicef, señaló en diciembre del 2020 que cerrar las escuelas era una respuesta equivocada frente a la pandemia. Entre sus consideraciones estaba que no se podía establecer una correlación clara y directa entre las escuelas abiertas y la transmisión comunitaria del virus. Mantener las escuelas cerradas, señalaba, genera daño a su bienestar y a sus procesos de aprendizaje (https://news.un.org/es/story/2020/12/1485192). ¿Por qué si hace ocho meses esto era señalado por un organismo multinacional, tardamos tanto en ponernos en sintonía? 

En las escuelas hay disciplina y hacemos votos para que con ese sentido de responsabilidad se cumplan todos los protocolos sanitarios que sabemos que son útiles para evitar posibles contagios. Es técnicamente improbable que no se presenten casos, pero si habremos de vivir por varios años con el virus, no hace sentido tener las escuelas cerradas (y dicho sea de nuevo, los bares y los estadios abiertos). En cambio, creemos fervientemente que además de mantener los cuidados de rigor, en este país se debe intensificar la campaña de vacunación de adultos. 

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Edición: Laura Espejo


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