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La tierra de nunca jamás

Hasta pronto, mi Sherezada
Foto: Familia Vergara Silva

Herencia de generaciones, la imaginación nos salva de algunos obstáculos para evitar temporalmente la muerte y nos da elementos para soñar la vida.

Mi Sherezada se llamaba Martha y era mi hermana mayor: a diario, entre nuestras múltiples carencias, me prometía “La tierra de nunca jamás”, a donde iríamos juntos cada próximo fin de semana.

Ahí nos encontraríamos con los dibujos animados de Walt Disney que nadie veía entonces como un signo del imperialismo.

El nombre representaba una ilusión de algo así como la eternidad.

Era la mujer más bella de la comarca; sábado tras sábado la seguía al atardecer rumbo al salón de belleza donde se acicalaba durante horas: le hacían las uñas de las manos y los pies y metía la cabeza en un calabazo eléctrico para hacerse una cosa rara llamada crepé. Yo la esperaba ilusionado al filo de la banqueta, porque no me dejaban entrar al local “exclusivo para damas”.

Soporté estóico que todos los hombres del vecindario me llamaran “cuñado”, cuando veían a mi despampanante hermana, quien me seguía prometiendo el mítico lugar de nuestras vacaciones, mientras se iba de fiesta.

Ella nació con el don de una voz extraordinaria, que un maestro de primaria descubrió: era soprano.

No sé cómo llegó a cantar en los montajes de opereta de Enrique Alonso, que entonces era muy famoso y un referente muy cercano, pues yo no me perdía su Teatro Fantástico de la entonces incipiente televisión. 

Recuerdo que me quedaba sólo en la casa, mientras mis padres orgullosos acudían al teatro a ver a su hija cantar La viuda alegre.

Los años pasaron y Martha nunca dejó de hablarme de la tierra prometida, se casó con un arquitecto notable que hizo de mi padre en muchos sentidos. 

Tuvieron un hijo y una hija con dones peculiares para la ciencia y el arte, con quienes comparto un sólido lazo filial.

Mi hermana fue pionera de la lucha feminista, formó parte muy en sus inicios de un grupo llamado Las Leonas, que parafrasearon a Mickey Laure con La lucha de las mujeres, nunca se acaba, en el que participaba su tocaya Martha Lamas.

Radicó un poco más de dos años en Mérida, pero la pandemia fue acentuando sus males, tuvo que regresar a la Ciudad de México, donde el jueves 26 de agosto dio el último suspiro.

No nos quedó nada pendiente, sólo la visita a La tierra de nunca jamás, en donde ya se encuentra y más temprano que tarde la voy a alcanzar.

 

 

Edición: Laura Espejo


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