Ítaca es el mar

Andrea Medina Razo

Hay intermitencias tan constantes que se sienten como la calma del hogar, incertidumbres en cuyos trazos laberínticos se generan ciertos encuentros que dibujan patrones estables que dan la ilusión de tener el control del tiempo, de ser nosotros quienes damos las pautas, las escalas y destinos, aunque sepamos -sabemos- que eso es imposible. 

¿A qué nos atenemos cuando creemos jugar con el tiempo?, ¿Acaso a la irremediable estocada de las frustraciones del futuro?, ¿O al dulce placer de la caricia del recuerdo en el porvenir? La única respuesta es la de este cuerpo que late y suda todos los días en la simulación del movimiento, del vaivén de un mundo cuyas paredes se caen a pedazos de tan poco habitado que está, como las propias paredes de esta casa vieja donde me narro las mismas historias todas las noches, destejiendo los significados por las mañanas como la más fiel Penélope de los mares del Caribe esperando el arribo de un Odiseo al que a su regreso jamás le será permitido entrar.

Hay monstruos dentados que custodian mis puertas y se vuelven más diestros y feroces con los años, tienen hambre y queman en sus garras todos los salvoconductos que fueron obsequiados sólo bajo la promesa de jamás ser ejercidos.

Como esta tierra yo siempre me sentí una península, un espacio incierto, un interludio geográfico con un pie en el mar y otro en la tierra, nunca del todo aquí, nunca del todo allá. La identidad de este sitio es la de la indecisión, emerge y desaparece sólo bajo el humor de sus propios caprichos y, sin embargo, mis caprichos tienen dos direcciones, la de mis miedos y la de mis deseos que muchas veces bailan en un movimiento simultáneo como el de nuestros cuerpos cuando pones tu pie descalzo en tierra firme y entonces tiembla donde nunca se había fracturado la tierra. Así que la incertidumbre no es cobarde como se presume, pues requiere de una especial valentía para acariciar con amor al cuerpo ausente y al presente. Por eso mi patria ha sido y será en lo que me queda la Nostalgia y nunca el Olvido.

¿Por qué regresas a mis tierras, Odiseo?, grita Ítaca al divisar tu bella embarcación. Esta Ítaca es el oasis que se aleja cuando tu barco se acerca, cuál es tu afán por tocar tierra firme si el mar es amplio y la brisa fuerte; déjala besar tus velas y empujarlas lejos, iza tus banderas que son las de la victoria de la digna despedida, levántalas con viril frenesí y no las dejes caer jamás. Me gustan tus grietas y hendiduras, síntoma irremediable del golpe salado de las olas y del viento, tus roturas dicen que has navegado.

La observación de la fragilidad ajena me seduce. No es personal, es filosófico; pero lo filosófico irremediablemente se vuelve personal cuando es pronunciado y comprendido, porque nada le pertenece exclusivamente al mundo ni exclusivamente al individuo, ésta, entonces, debería ser la pauta para nuestro amor. Amar es renunciar a todas las exclusividades y abrazar lo diverso pero dejando un pie siempre adentro de uno si mismo y sólo así encontrar el camino de vuelta a casa.

Odiseo no es la carne, es la embarcación. 

Odiseo: no eres tu carne, eres tu embarcación. 

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Edición: Ana Ordaz