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La integridad no tiene necesidad de reglas.

Albert Camus.

 

Por mucho tiempo hemos tildado a la curiosidad como algo negativo, al niño curioso se le etiqueta como “travieso” y la curiosidad del adulto es llamada con frecuencia, ociosidad. Pero hay un aspecto muy importante que no debemos ignorar y es que la curiosidad ha sido el motor de grandes descubrimientos; más que un defecto, yo diría que es una virtud, que sumada a la valentía de este personaje dio como resultado un impresionante hallazgo. 

Hoy podríamos acuñar una nueva frase: “La ociosidad es la madre de todos los vicios, y la curiosidad, la de los grandes descubrimientos”.

José Humberto es guía de turistas e historiador desde 1956, fue miembro fundador, así como presidente, secretario y tesorero de la Cooperativa de Guías del Mayab. Fundó, con su hermano Vicente, la sección Yucatán del Sindicato Nacional de Guías e introdujo al estado las placas federales para vehículos de guías. A lo largo de sus años laborales ha acompañado a miembros de la nobleza, mandatarios, premios Nobel y celebridades, no sólo en Yucatán sino en varios estados del país. 

Es un honor para mi publicar esta charla -a modo de entrevista-, como tantas que hemos tenido a lo largo de 17 años de amistad.

 

BGT.- Don Beto, han sido más de sesenta años en el medio turístico y cultural ¿en qué momento nació el interés por su profesión? 

JHGR.- Desde que era chamaco, yo comencé a ir  muy seguido a Chichén Itzá, cuando tenía siete años mi abuela me llevaba a pasar navidades, me gustaba mucho ir a tomar pozole con los trabajadores del hotel (Hacienda Chichén) me encantaba convivir con ellos pues siempre me contaban leyendas e historias muy interesantes, desde que llegaba ya tenían mi jícara con pozole lista. Lo que es ahorita el hotel Hacienda Chichén era una hacienda en realidad, tenía ganado, abejas, etc. Casi todos los días iba del hotel a la hacienda a montar caballo, pasaba el día en el monte. Así encontré infinidad de edificios que eran montículos, en ellos se veían las piedras labradas y para mi era muy divertido estar ahí afuera en el monte todo el día, me gustaba mucho. 

BGT.-  Cuénteme, ¿cómo encontró aquella cueva?

JHGR.- El jefe de jardineros del Hotel, don “Bel Tún” (Bernardino Tún), me dijo un día: “Oye Betito, a ti que te gusta andar tanto en el monte  y explorar te voy a decir donde puedes ver una cueva”, me dio referencias para llegar pero no la encontré el primer día, hasta algunas veces después. En aquella época se veía enorme la boca (entrada) -ahora no la veo tan grande- estaba toda cubierta por vegetación y prácticamente no se veía, intenté entrar dos veces y por no saber usar las lámparas “Coleman” que me prestaban, lo único que conseguí fue quemar dos camisetas. No lograba entrar y sólo me quedaba viendo la profundidad de la cueva. La primera vez que entré fue después de una navidad, me llevé las velas que habían sobrado de las posadas las iba prendiendo a cada tramo que avanzaba, fui poco a poco familiarizándome con el lugar, eventualmente ya no las necesité conocía bien el lugar, me sentía en casa; apenas tenía un tiempo corría hacia allá, a veces iba a pie, era mi lugar de descanso como una segunda casa, sin ruido, nada; jamás sentí temor me sentía tranquilísimo. Tiempo después en 1959 comencé a trabajar como guía de turistas, era obligatorio dar el servicio mañana y tarde, yo creía conocer la gruta como la palma de mi mano -que creo que no la conozco muy bien- algunas tardes, cuando los clientes ya estaban cansados de ver arqueología, los llevaba a las grutas (cueva) y quedaban fascinados, era algo diferente siempre me volvía a sentir muy a gusto estando ahí.

BGT.- ¿Qué sucedió la tarde del 9 de septiembre?

JHGR.- Ese día estaba atendiendo a un abogado y su esposa oriundos de Fort Lauderdale, él me dijo que estaban cansados que esa tarde querían quedarse en la piscina del hotel, entonces pensé - ¿qué hago?-, en esa época no llegaba la radio y no había televisión entonces decidí irme a la gruta. Al llegar fui directo al final de uno de los túneles en los que había estado anteriormente en varias ocasiones -hasta mis colillas de cigarro seguían ahí- tenía un cuchillo que llevaba para escarbar pues siempre encontraba pedacitos de cerámica. En aquella ocasión llegué al final de aquel túnel y me senté, había una pared donde terminaba el túnel y noté una decoloración, fui a picarla con el cuchillo y al hacerlo sudó, salieron gotitas, seguí picando, se empezó a desmoronar esa parte y me di cuenta de que al escarbar estaba sacando pedazos de piedra y argamasa (materiales que usaban los mayas) y pensé -esto no es una pared natural, esto es una pared hecha- seguí escarbando hasta hacer un agujero grande, cuando pude entrar-nunca he sido gordo- empecé a arrastrarme hasta que vi una raíz gruesa, con el foco de mano comencé a ver algo extraño, el halo de luz del foco sólo avanzaba un metro,  por más que hacía la luz no avanzaba -tiempo después me explicaron que la gruta al permanecer cerrada por tanto tiempo carecía de polvo atmosférico y al faltar estas partículas del polvo es imposible que la luz se difumine-, recuerdo que era septiembre, mes de lluvias, estaba todo lleno de lodo, fui siguiendo el túnel hasta llegar a lo que ahora conocemos como la cámara número 1, no sé cómo, en mi camino, no pateé vasijas, había muchísimas. Así llegué a lo que hoy llamamos “el Árbol de la Ceiba” -al unirse estalagmita y estalactita, se forma un estalagmato, al que normalmente se le llama columna-, llegué caminando a la base de la columna que va de piso a techo, me di cuenta de que a lado había otra más delgada y en medio de ellas divisé la primera vasija en forma de reloj de arena. Aquella vasija, ¡imagínate!, tenía pintada la máscara del dios de la lluvia, la mitad pintada de rojo y la mitad de azul, me quedé viéndola ¡no esperaba encontrarme cara a cara con Yum Chaac! (dios de la lluvia). Fue entonces que empecé a ver el piso y vi otras vasijas, comencé a tener cuidado y pude recorrer esa sección, pero ya me tenía que ir pues el foco estaba quedando amarillo.

BGT.-  ¿Le daba temor no poder encontrar la salida?

JHGR.- ¡Si, me pasó! Pero vas a ver, la cosa es que cuando tienes 23 años el mundo no vale nada, te lo cargas en tu bolsa y te lo llevas. En mi camino de regreso lo que hice fue seguir mis huellas en el lodo, cuando vi la raíz no encontraba el agujero por el que había entrado, resulta que no realicé que al arrastrarme en el túnel lo hacía hacia arriba y el agujero estaba abajo, tenía que bajar para entrar al agujero y salir por el otro lado, comencé a revisar todo y vi un espacio, me metí y al fijarme vi algo conocido, así fue como salí alrededor de las seis y media de la tarde. Esa misma noche conseguí una soga y regresé, ya con más confianza fui derechito al agujero amarré la soga a una piedra y entré, llegué directo a la primera cámara, luego a la segunda cámara, la primera cámara me servía como base y de ahí descubrí algunas más que ahora no se visitan porque no tienen luz. Cuando salí ya era de madrugada después de haber encontrado 7 diferentes cámaras, ¡todas con ofrendas! Tapé parcialmente el agujero y salí. 

BGT.-  Además de vasijas y vestigios mayas, las grutas en sí mismas son un espectáculo de la naturaleza ¿Qué sintió al ver la riqueza que había encontrado allí dentro?

JHGR.- Temor a lo que pudiera pasar con ello por eso lo declaré de inmediato para su conservación, pensé -esto tengo que notificarlo-, pedí hablar con Fernando Barbachano (Gómez Rul) y le conté; me empezó a vacilar, me decía que no era posible -¡esa gruta ya la exploró la Institución Carnegie en los años 30!-, yo le contesté, -pues la habrán explorado, pero no toda-. La verdad sentí temor, pero nunca miedo. De inmediato se dio aviso al INAH. 

Es importante aclarar que Balankanché es el único lugar del inframundo maya donde se ha realizado una ceremonia de desagravio -documentada por National Geographic y Middle National Research Institute-, esto fue poco después del descubrimiento, en octubre de 1959 y a petición de los mismos campesinos del pueblo pues ellos tenían la creencia de que en esa zona había un altar del dios de la lluvia y pensaron que podría haber maleficios, tanto para ellos como para los descubridores.

BGT.- Debió ser muy interesante presenciar aquella ceremonia única en su género. Dígame don Beto, en este día tan especial, ¿qué mensaje le gustaría enviar a nuestros lectores? 

JHGR.- Me gustaría expresar mi agradecimiento póstumo a las autoridades que preservaron este lugar, a Román Piña Chan (arqueólogo, antropólogo y escritor) que fue enviado de la ciudad de México como representante del INAH; Agustín Franco, gobernador de Yucatán en aquel entonces; mi admiración a los actuales practicantes de la cultura Maya, y a ti, Betina, por el honor.


Edición: Laura Espejo


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