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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Cordemex está envuelta en su viejo paisaje de colonia obrera. La familia Alferez Aldana, contenta y tumultuosa, abre la puerta de su casa. Afuera hay calles pequeñas y aire gris; adentro, arde el sol de la ventana. Guadalupe, Yuriria, Gladys y Álvaro, todos ellos hermanos, están sentados en la sala como si esperaran su turno en una cita. También están Teresa, la esposa de Álvaro, y Yuri, la hija de Yuriria. Vamos a hablar de la colonia donde viven desde hace 53 años. 

“Le decían la gallinita de los huevos de oro de Mérida,” dice Guadalupe.

Álvaro fue cordelero y todas lo apuntan para que empiece a dibujar esa Cordemex de los años sesenta. Tenía 12 años cuando lo trajeron a la colonia. Su padre también trabajó en las fábricas de Cordemex, era el mecánico de las enormes máquinas alemanas que eventualmente dejaron sordos a los trabajadores. Dice que estrenó la escuela Zamná, que en ese tiempo vivían exactamente en frente y había tan pocos niños que algunos grados no se impartían. A los 17 entró a trabajar en la fábrica de Tapetes y Alfombras. 

Tapetes es el nombre de un camión amarillo que cruza la zona de esta colonia, que está a dos kilómetros del periférico y que delinea una de las venas más transitadas de la ciudad, la 60 norte. En los últimos años, los establecimientos han brotado como hongos: Plaza Galerías, Gran Plaza, Siglo XXI, Gran Museo del Mundo Maya, The Harbor, Costco, Liverpool y Chedraui, ahora ocupan el sitio que dejaron las cuatro fábricas que procesaban el henequén.

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán 

 

Cuando le pregunto a Álvaro qué hacía un cordelero, responde: “Madrugar”.

Toda la colonia, trabajara o no en la fábrica, escuchaba el silbato de entrada a las seis de la mañana, y luego el del almuerzo y el de salida. Los obreros salían blancos de tanto polvo que les caía, les daban un paliacate rojo que se ponían como cubrebocas para no respirar el tamo; tiempo después también tuvieron problemas auditivos. 

Cordemex, también, fue el sostén de la agroindustria henequenera de Yucatán y la entidad económica más importante de la región por muchos años.

El henequén es una planta nativa que se adapta al suelo calcáreo de la península. Su monocultivo fue un milagro que duró poco más de un siglo. El nombre de la primaria Zamná no es en vano: la leyenda dice que el henequén es una planta sagrada de los mayas, descubierta por el sacerdote Zamná. Fue útil para hacer cordeles, sacos, bolsas, hamacas, alfombras y muchas otras cosas antes de las fibras sintéticas. Hasta que en 1991, la empresa cerró sus puertas y, parafraseando a Guadalupe, la vida como la conocían se acabó. 

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán 

 

No sólo se extinguió la fábrica sino también el trabajo que Álvaro había hecho por 21 años. Buscó empleo de lo que saliera, porque en ningún lado se solicitaban cordeleros. Y la colonia que estaba atendida por una barredora, que tenía sus jardineros, cine, banco, billar, un kinder de primera, comenzó a abandonarse. 

De acuerdo con el artículo de Luis A. Várguez Pasos, Cultura obrera en crisis: el caso de los cordeleros de Yucatán, fue gracias a la Unión de Colonos de la unidad habitacional Revolución (como se llamaba el fraccionamiento) que esta zona logró consolidar sus servicios públicos y el mantenimiento de áreas comunes y recreativas. La asociación se fundó tan sólo un mes después de la inauguración de la unidad que alojaría a los obreros y a sus familias.

Gladys llegó a Cordemex recién nacida por lo que tiene la misma edad que la colonia. 

“¿Y siempre has vivido acá?”, le pregunto.

“En la misma casa, en la misma calle y con la misma gente”, responde, como la canción de Juan Gabriel.

Yuri me muestra en su celular una foto de la familia que se mudó en 1968 a Cordemex: casi 50 personas de todas las edades agrupadas en una casa, con ropa blanca y mirando hacia al frente.

“¡La pequeña familia! Mi abuela decidió que iba a morir al año siguiente, y nos tomamos la foto. Y todavía vivió como 20 años más”, dice Guadalupe riendo.

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán 

 

Su familia, que ya de por sí era grande, encontró en la colonia otras relaciones igual de estrechas. Aunque algunos ya fallecieron, siguen en Cordemex familias como la suya, cuyos padres fueron trabajadores de algunas de esas fábricas.

El Burro, el Charro, la Jirafa, Don Pulpo, el Chiva… todos tenían un apodo y sus familias recibían los diminutivos: los hijos de Juan Perro eran Juan Perrito; Álvaro, que era la Tortuga, extendió el apodo a sus hermanas, que son las Tortuguitas. 

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán 

 

“¡Una fauna!”, exclama Álvaro. 

“Era chistosísimo porque cuando salían a comer, sonaba el silbato y ellos corriendo a sus casas para almorzar. Y un vecino decía: Mira, ahí viene El Burro por delante y El Charro por detrás”, agrega Guadalupe. 

En el aniversario 50 de la colonia, los vecinos se reunieron en un parque para celebrar. Pensaron que a partir de entonces se haría cada año, pero después llegó la pandemia. Su última fiesta vecinal fue el carnaval local. Yuri dice que, aunque estén grandes, los vecinos siguen reuniéndose para festejar, y siguen organizándose cuando algo pasa en la colonia y no les gusta.

Así se reunieron cuando en marzo de este año, después de cuatro décadas de pie, demolieron el café Ponte Xux, un hito urbano en Cordemex. Lo demolieron porque se vendió parte de los terrenos de la Escuela Normal Rodolfo Méndez de la Peña y había un pedazo en disputa. Antes de que se resolviera del todo, la maquinaria destruyó un fragmento de la historia de la colonia y sus vecinos salieron a protestar.

Ahora se sabe que ese terreno será para el Estadio Sostenible. La estructura barrial que soportó la caída del henequén, huracanes y pandemias, ahora vive en el paréntesis de una construcción que pone en riesgo su propia convivencia.

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán 

 

Nos conocemos entre todos en la colonia y nos han puesto en contra. Se ha convertido en una situación comunitaria, todo eso viene a romper con la tranquilidad”, dice Alberto, quien es parte del grupo Vecinos Unidos de Cordemex, una agrupación que ha protestado públicamente por la instauración del estadio. Si nos pusiéramos nostálgicos, diríamos que los vecinos han sabido continuar una tradición de lucha y organización que forma parte de su propia historia. 

Alberto agrega que para cruzar el semáforo del ex Ponte Xux puede tardar hasta media hora y aunque les digan que van a arreglar la colonia, las calles no se pueden estirar.

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán 

 

Mirna, también de la agrupación, agrega que la colonia lleva muchos años abandonada, hay parques que tienen juegos oxidados y el mantenimiento que les condicionan si llegan a aceptar la construcción es algo que les corresponde de entrada. 

“Los vecinos vamos a ser su estacionamiento”, agregan.

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán 

 

No piensan sólo en el estadio, sino todo lo que tiene alrededor: tránsito, más comercios, hoteles, proveedores en tráiler, alcohol, basura, reducción de espacios para la convivencia y esparcimiento de jóvenes y niños. Lo que hay del otro lado de la avenida les es ya completamente ajeno, si acaso van a la Gran Plaza a pagar algunos servicios pero ni el Gran Museo del Mundo Maya ni The Harbor son parte de la cotidianidad de los vecinos de la zona. 

Aunque les han prometido que esto aumentará la plusvalía de su propiedad, para ellos sólo significa pagar más predial y sacrificar las dinámicas barriales de una colonia familiar. 

“Nos van a expulsar de nuestra colonia”, dice Mirna.

La noche en Cordemex es una noche iluminada. La avenida forma una ráfaga de luz y de pequeños focos rojos y naranjas. Para salir de la colonia hacia el poniente hay que atravesar una línea incesante de autos cuya circulación es capaz de llevarte hasta la carretera a Progreso antes de dejarte cruzar.

Pienso en Guadalupe y lo que contó sobre esta avenida que atravesaba para llevar el almuerzo a los trabajadores de la fábrica. De cómo se paraba en medio junto con su hermano para sentir la ráfaga de vértigo entre el paso del tren frente a ellos y el del camión a sus espaldas, los únicos dos “monstruos” que pasaban por la colonia hace 53 años. 

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Edición: Ana Ordaz 


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