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del

De tin marin

Toca buscar lo mejor para todos y ganar, ganar.
Foto: Jusaeri

“De tín Marín, de do pingüé, cucara macara, títere fue. Yo no fui, fue Teté, pégale, pégale que ella fue”. Hemos cantado infinidad de veces, sin darnos cuenta que además de soplones, terminamos siendo provocadores. “¡Pégale, pégale que ella fue!”

Hay canciones de cuna que son historias de terror, donde las madres en su desesperación ante el insomnio del pequeño, terminan amenazando con la llegada del coco y demás alimañas, para poblar los sueños de zozobras que, luego, no comprenderemos. 

Alguna vez me tocó ver a una mamá comprarle a su hijo un muñeco Chucky. El impactó me paralizó. Cada vez que el recuerdo surge me pregunto si debí haberla invitado a reflexionar sobre los miedos que seguirán circulando por las entrañas de su hijo por el resto de su vida.

En estos tiempos de pandemia, ante el éxito que ha tenido Netflix, como alternativa de entretenimiento, han surgido infinidad de plataformas cuajadas de series y películas que luchan a brazo partido para atraer a los enclaustrados del bicho.

Las series turcas, japonesas y coreanas, han presentado propuestas variadas e interesantes, aires frescos ante una saturación que hemos padecido durante tantos años bajo el control exclusivo de Hollywood. Gracias a estos espacios hemos conocido realizaciones interesantes de Islandia y Noruega, entre otros, que nos conectan a la conciencia de pertenencia a la Aldea Global.

En medio de toda la riqueza que ha surgido, en los últimos días, el recuerdo de aquella inconsciente comprando el Chucky a su pequeño, me sacude e invita a preguntar. ¿Por qué la serie El juego del calamar rompe récords de audiencia y se encamina a ser la número uno de todos los tiempos? La historia nos narra que alguien que ¿juega a ser dios? E invita a 456 personas ahogadas en deudas a participar en un desafío, donde únicamente uno saldrá vivo. ¿Qué hay detrás del espectador que puede deleitarse ante semejante espectáculo? ¿Tan mal estamos que necesitamos ver que a alguien le va peor? ¿Saben los papás lo que ven sus hijos? ¿De qué alimentamos su corazón? ¿Cuál será su digestión? ¿Es un juego? El producto vende, es verdad, pero ¿acaso los proveedores son conscientes que las consecuencias también permearán en sus casas? La violencia y la saña se manifiesta abiertamente. ¿A esto nos ha traído tantos siglos de civilización? ¿Qué sigue? ¿Espectáculos similares en vivo?

Así como existen productos con etiquetas que nos alertan: “Este producto es nocivo para su salud”, algunos juguetes, películas, series, videojuegos y anexas, tendrían que tener información: “Este producto es perjudicial para su salud mental y emocional: diluye la empatía, mengua la misericordia, fortalece el egoísmo, alimenta el miedo, provoca la falta de tolerancia, estimula la violencia, vigoriza la angustia, alimenta la desesperanza. Tómelo bajo su propio riesgo y aténganse a las consecuencias”.

“De tín Marín, de do pingüé…” ¿Quién gana, quien pierde? ¿Qué es ganar, qué perder? Toca buscar lo mejor para todos y ganar, ganar.

 

También te puede interesar: El 'Juego del Calamar', la revolución de Netflix
 

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Edición: Estefanía Cardeña


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