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del

Sopa de calamar

Lo único que piden los niños es tiempo, regresar a jugar, recuperar la esencia humana
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

En el texto anterior, De tín marín, invitaba a reflexionar sobre las consecuencias de alimentar con violencia nuestro espíritu en estos tiempos “devastadores de pandemia” con la serie que ha roto records: El juego del calamar.

Sin embargo, más allá lo fuerte que me parecía que los adultos ingirieran esas pócimas tan llenas de angustia y deshumanización, en el estado de desesperanza en el que nos encontramos, mi preocupación se multiplicó al enterarme que alumnos de los jardines de niños están replicando las escenas de la serie, por lo que me lancé, el pasado jueves, a clamar por auxilio a padres de familia y maestros a través del FaceLive de mi muro.

El video comenzó a circular velozmente y en el momento previo a la entrega dominical de mi texto a La Jornada Maya, el número de vistas era de más de 15 mil, así como de mil 200 compartidos, colmándome de más preguntas.

Hwang, Dong-hyuk, escritor y director de El juego del calamar, rechazó las acusaciones de misoginia hechas en las redes sociales. Según esto, en la serie, él hace una crítica social al atropello de la mujer, así como a la pobreza y el maltrato a los coreanos del norte que lograron inmigrar al sur. Se dice que, al igual que su paisano, el ganador del Oscar con su película Parásitos, hacen un severo juicio de los extremos económicos que padecen los habitantes de ese país, en medio de tantas luces de neón.

Me parece muy destacable su labor, sin embargo, el problema es que, por falta de atención de los padres, los niños y jóvenes se asoman a las cloacas humanas para ver detalladamente todo lo que los seres humanos son capaces de hacer para tener dinero. Según leí, en la serie, el organizador de los juegos está convencido de que los seres humanos no tienen esperanza, y al final, ésta propone lo contrario, lo que permite al adulto respirar.

Los niños son directos. Ellos lo que ven es que se matan, traicionan, prostituyen, abusan, agreden, etcétera, para ganar mucho dinero. Punto. Que se vale todo atropello para alcanzar el éxito. Los seres humanos carecemos de valor.

Los pequeños ven a sus papás maltratar al personal a su servicio, a los meseros, a sus maestros, a los conductores del carro de junto. Los niños observan a sus papás gritarles a sus mamás, pegarles, hacerlas llorar. Las niñas ven a muchas de sus mamás dedicar todo su esfuerzo únicamente en mantenerse bellas; a manipular a los que las rodean, a mentir, a hablar mal de sus amigas. Quieren que sus hijos lean, y éstos no los ven leer a ellos. Los papás no se dan cuenta de que los niños se fijan: aprenden.

La sopa de calamar, la serie más más vista en 90 países, está por todas partes. Surgen juegos de video o por Zoom, panaderías comienzan a producir galletas de uno de los videos. Los niños quieren los uniformes de los participantes que ya están a la venta. Seguramente saldrán, si no es que ya, las máscaras de los Vips, que pagan fortunas para ver a los indigentes matarse entre sí.

Este diciembre, “Jo, jo, jo”, llegará cargado de regalos con olor a calamar para seguir contaminando inocencias, gracias a la inconciencia de padres que no toman en cuenta las consecuencias de estar siempre “a la moda”.

Si de por sí estamos desgastados, enojados, hartos, frágiles emocionalmente, ¿cómo permitimos que nuestros niños tengan contacto con semejante barbarie? ¿Quién puede decir, como adulto, que tiene la suficiente fortaleza emocional para no ser afectado con la adrenalina calamareña? ¿Cuál es el límite? ¿Qué sigue?

Mucho me temo que comiencen a haber accidentes con estos pequeños que no están recibiendo el agua de lluvia dulce del cariño, la plática de corazón a corazón, los cuentos y canciones, los juegos de palabras; las preguntas que los llenen de asombro y los inviten a seguir investigando; la fortaleza de sus raíces, su identidad; los límites del respeto a sí mismo, a la Madre Tierra y a sus congéneres. 

A final de cuentas, lo único que nos están pidiendo los niños es tiempo, regresar a los parques, volver a jugar al busca-busca y a la pesca-pesca, a la chácara, a reír juntos y todo aquello que tenga que ver con apagar el celular, mirarnos a los ojos y volver a relacionarnos con ellos. A recuperar la esencia humana.

[email protected]

Edición: Ana Ordaz 


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