Los últimos días de octubre enfrían la primerísima calle construida en la colonia Yucalpetén. A primera vista, Margarita, Nena e Isabel son tres señoras que platican en la puerta de una casa, pero pronto sabré que también son las primeras personas en habitar la calle y toda la colonia del poniente de Mérida. Y las mujeres más divertidas para pasar la tarde previa al Día de Muertos, porque pueden hablar de cosas serias y después reír hasta quedar rojas, rendidas.
En casa de Nena, que en realidad se llama Lucy Alicia del Rosario Gómez Rodríguez, están su nieto y su bisnieto pintando un bodegón, ella es maestra de pintura. “Esta casa nos la entregaron el 30 de abril de 1979, es el tiempo que tenemos aquí. Es la sexta construida, la tercera familia y la primera calle”, dice.
El día que decidió mudarse, Nena vendió todos los muebles de su casa de la Nueva Alemán donde rentaba. Su esposo llegó del trabajo y vio la casa vacía, pensó que se había confundido de dirección, pero luego volvió a entrar gritando “Nena, nena ¿Están bien? ¿entraron a robar?”. Ella le dijo que había vendido todas las cosas para dar el enganche de una casa, todavía con el susto en la boca le dio el dinero: “Toma, mañana la pagas. Va a ser nuestra”, le dijo a su esposo.
Yucalpetén está dividida en siete sectores, cada uno tiene un nombre y un coordinador. El nombre de este primer sector es Yucalpetén Indeco. En el resto de la ciudad, la colonia es conocida por dos sitios: el Parque Ecológico del Poniente (“El parque hundido”) y el Hospital Psiquiátrico. El primero pasó de ser una sascabera abandonada y llena de basura para convertirse en un pulmón de árboles de flamboyanes, ceibas y tamarindos donde la gente -y sobre todo los vecinos- van a pasear, hacer ejercicio y divertirse.
Pero si algo le sobra a los vecinos de esta colonia es un lugar para pasarla bien. Los entrevistados dicen que antes de la pandemia tenían fiesta todo el año. En esta calle, además, las familias crecieron tan juntas que los festejos se multiplicaban.
“Aquí somos hermanas, donde nos ven”, dice Nena y por un brevísimo instante pienso que lo son en serio.
Bader Alicia Machado Gómez “Baldi”, la hija de Nena, ha vivido en otras colonias pero dice que en ningún lado ha visto una calle tan unida “con fiestas de navidad, de cumpleaños, carnaval, tan bonitas”.
Isabel Gual Cervera alza sus cejas tatuadas y abre sus ojos delineados mientras describe esas épocas en las que se cerraban las calles, las jóvenes festejaban sus XV años en la cuadra y las cenas de Navidad eran un buffet en cada casa. En cualquier otro lugar, dice Baldi, le subes tantito a la música y ya te mandaron a la policía.
El garage de Nena es amplio y sus amigas se mueven como en su casa. Cuentan historias polifónicas, la prueba de una vida compartida:
“Ese año que nos pasamos, casi todas salimos embarazadas”, dice Margarita Leal Serrano.
“Le echamos la culpa al lechero”, continúa Nena.
“Hasta el fraccionador nos dijo: bueno, sí que todas estrenaron los cuartos”, agrega Margarita.
“Por cierto, ese lechero nos traía leche bronca del establo, muy buena”, responde Isabel.
Mucho tiempo esperaron a que sus hijos se emparejaran pero crecieron como hermanos, así que no se enamoraron. Les pregunto si ya se fueron de Yucalpetén y responden inmediatamente: “Noo, sí viven aquí. Mi hija vive acá enfrente, el que vive en Santa Fé viene todos los días. No estamos disgregados”.
Sus risas, contagiosas, abrigan la tarde. Pero luego recuerdan que de esas familias solo quedan 10 personas y que las fiestas tienen menos concurrentes porque han fallecido o se han mudado. “Regresan a casa”, dice Baldi mirando hacia arriba.
El vínculo es tan estrecho que no sólo están en los momentos de alegría, también se han unido en los más peligrosos. Como esa vez en la que llegó la banda de Los Trompos y todos salieron a la puerta con palos y machetes a custodiar la calle, asustaron a una de las bandas con peor fama de la época del vandalismo en Mérida.
Margarita dice que en el 81 entraron a robarle a un vecino. Entre todos se organizaron para robarle la moto al ladrón que todavía estaba dentro de la casa: “Salimos todo el viejerío, el fulano estaba afuera y desvalijamos la moto y nos la trajimos. ¡Luego nos demandó, tú! Pero y dile que le fue bien, porque nadie manejó la moto pero la herramienta luego nos la dividimos” dice Margarita.
Ese mismo año, a Baldi, un vecino le salvó la vida. Cuando lo cuentan, las mujeres bajan la voz como hilando un secreto. Era el amigo de un tío suyo, Baldi acababa de cumplir 15 años y ese señor, Don Godoy, le decía “Cenicienta”. Una noche, algo tiró por la ventana que drogó a sus papás quienes dormían en el cuarto que da a la calle, a ella la golpeó e intentó llevársela hasta que sus gritos despertaron a su vecino Memo que entró a la casa con una soga en la mano.
“Pero ya me había requetegolpeado. Quería que me durmiera para llevarme en su combi”, dice Baldi. Don Memo le dio unos latigazos con la soga para que se quitara de encima hasta que el agresor sacó una pistola y se fue corriendo. El vecino tuvo que echar agua a sus papás para que se despertaran".
“Yo no me hago en otro lado”, dice una.
“Yo tampoco”, dice otra.
“Yo vengo de la Ciudad de México y antes decía: cuando me muera que me regresen a mi pueblo. Ahora digo: ni muerta regreso. Es un cariño”, dice Margarita.
Baldi asegura que cuando termine la pandemia harán lo posible por revivir esos años maravillosos, que las personas que quedan mantengan viva esa unión vecinal. Y no sé si es el viento de finados, o que Yucalpetén tiene experiencia resucitando parques, o que ellas sean tan capaces de rebrotar la felicidad en cada parte triste de la plática, pero me parece que si en un sitio es posible renacer, es en este.
Edición: Laura Espejo
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