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'Una película de policías', abuso de poder que goza de impunidad absoluta

Entre ficción y documental, Alonso Ruizpalacios da voz a los servidores públicos de seguridad en filme
Foto: Fotograma de película

De qué manera abordar en el cine uno de los temas más controvertidos en México, el comportamiento de los cuerpos policiacos y la compleja relación que mantienen con la ciudadanía? La manera más sencilla sería señalando, por enésima ocasión y en tono de denuncia, los pretendidos vicios proverbiales: el soborno o mordida y un abuso de poder que goza de una impunidad absoluta. En Una película de policías (2021), su tercer largometraje, Alonso Ruizpalacios ( Güeros, 2014; Museo, 2018), ha elegido una estrategia diferente, más interesante: dar la palabra a los propios servidores públicos en una narración que entremezcla ficción y documental, y hacerlo por medio de dos personajes emblemáticos, la joven policía de 34 años María Teresa Hernández (interpretada por Mónica del Carmen) y su pareja sentimental y de trabajo, un hombre conocido como Montoya (Raúl Briones), dos años menor que ella. Cada uno describe su rutina diaria y las circunstancias, familiares o sociales, que les llevaron a escoger un empleo pésimamente remunerado (mil 500 pesos limpios a la quincena, en palabras de Teresa), plagado de frustraciones y peligros, con reconocimientos casi nulos por parte de la sociedad.

Dividida en cinco segmentos, la película ofrece en sus dos primeras partes los testimonios alternados de Teresa y de Montoya, en calidad de narradores, quienes se dirigen a la cámara rompiendo toda barrera entre sus personajes y los espectadores. Ese procedimiento es particularmente notable en la secuencia dramática en que la mujer policía enfrenta el reto mayúsculo de improvisarse como partera debido a la tardanza de una ambulancia incapaz de atender oportunamente a una mujer a punto de dar a luz. La escena desmiente la falta de empatía de la gente hacia policías verdaderamente comprometidos con una vocación de servicio. El resto de la cinta mostrará, sin embargo, que ese tipo de entrega desinteresada por parte de la policía es algo poco común o, al menos, escasamente visibilizado en los medios. Lo que la ciudadanía sabe de los cuerpos policiacos procede a menudo de lo que ve en la televisión, en el cine o en la prensa sensacionalista. Desde ahí se generan los estereotipos y se afianzan los prejuicios. También los modelos de afirmación masculina que llevaron a un Montoya más joven a emular el trabajo de su hermano mayor policía, quien con su gorra y uniforme siempre le pareció muy dandy. Para Teresa, integrarse a una corporación esencialmente viril implica derribar o negociar a diario el bullying y los acosos sexuales, lograr estar en pie de relativa igualdad con el resto de los compañeros, como lo muestra la secuencia de persecución a un delincuente dentro del Metro, misma que protagoniza de modo formidable.

En el tercer segmento de la cinta, Teresa y Montoya revelan su intimidad sentimental y refieren un pasado ingrato a lado de sus parejas anteriores. Su armonía afectiva actual semeja, según reza una canción popular, un “alivio para dos fracasos”, y una buena manera de superar un inicio de desequilibrio emocional y propensión a la bebida, en el caso del hombre, así como cualquier inseguridad en ella. En el cuerpo policiaco su sintonía laboral y afectiva causa sensación. Todos los identifican como la patrulla del amor. Esa visión idílica del compañerismo tiene como contraste amargo la incomprensión ciudadana que resienten los policías entrevistados: “A nadie le importa si un policía muere”. Sucede todo lo contrario en el caso de un delincuente a quien a menudo la gente de su barrio, la banda de su cuadra, lo solapa y protege. “Te escupen o te mientan la madre”. Es lo que hay, no hay de otra. Sin ensalzar heroísmos gremiales ni transformar en villanos a trabajadores mal pagados, la cinta de Alonso Ruizpalacios propicia un debate insoslayable en un clima social de inseguridad aguda. Y lo hace de manera sobria y con imaginación creativa. La manera astuta de dinamitar y reordenar la narración en sus dos últimas partes (todo un giro sorpresivo para el espectador), fue sin duda lo que decidió al jurado de la Berlinale este año a conceder un Oso de plata a la contribución artística para Yibran Asuad por su trabajo de edición. Otros aciertos son el diseño de sonido a cargo de Javier Umpierrez, la fotografía de Emiliano Villanueva y una estupenda dirección de actores. La paradoja incomprensible es que el jurado del pasado Festival Internacional de Cine de Morelia no haya valorado con justicia las cualidades de esta cinta y la haya dejado ir sin un solo premio.

Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía, Cinemex, Cinépolis y en la plataforma Netflix.

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Edición: Emilio Gómez


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