“Uno siempre debe estar preparado para ser, para no ser y, sobre todo, para dejar de ser”, era el proverbio favorito de don Federico Granja Ricalde. Una frase llena de sabiduría y crudo realismo que el político yucateco te regalaba para darte perspectiva inteligente de las cosas y ayudarte a tomar decisiones. En más de una reunión crítica tuvo el valor de decírsela a quienes ostentaban el poder local. Lo hacía con valentía alegre, como era él. Decía la verdad a la cara, pero su cortesía impedía que se tomara ofensa.
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“Don Cuco”, como era referido en muchos cafés de políticos y grillos, vivió esas palabras de forma literal. Siempre, desde la juventud estuvo preparado para ser; la política -revolucionaria e institucional- le sudaba por los poros. Le fue muy bien, tuvo una carrera excepcional, pero en su meta más preciada tuvo que estar preparado para “no ser” en varias ocasiones y cuando por fin la gubernatura de su amado Yucatán lo llamó a turno, fue por un periodo brevísimo de 18 meses, uno en el que apenas empezó a ser, debió empezar a prepararse para dejar de ser. Enfrentó, en carne propia, las exigencias del credo que profesaba. Pocos tienen esa congruencia sin amarguras. No sabemos si él la escogió o la aprendió a base de picar piedra dura.
Enemigos no tuvo, lo platicaba en corto, a nadie le dio esa importancia; rivales que hicieron todo por sabotearlo sí abundaron y fueron implacables. Sin embargo, sus competidores nunca le pudieron quitar su elegancia para interrumpir conversaciones que tomaban rutas absurdas, para hablar, sonreír y conciliar, le ayudaba ser un dandy total al vestir. Cuando entraba a una reunión, todos le rendían especial deferencia. Una vida dedicada al poder y a servir sin excesos le daban una altura moral envidiable.
Su verdadera riqueza fue su familia, sus hijos le hacían brillar los ojos cuando hablaba de ellos, especialmente Daniel. Su esposa, al igual que él, Doña Florinda, siempre distinguida por su elegancia discreta constituyó el contrapeso que le daba balance.
No era iluso, ni ingenuo, fue realista. “En el monte hay alimañas, en el mar tiburones y en la calle una bola de…” era la otra cita citable que regalaba tras una taza de café el exlíder nacional de la Federación de Trabajadores de la Salud y, aunque pocos lo saben, alguna vez diputado federal por la ahora Cdmx. Asesor de gobernantes impulsivos fue una de las tareas más exigentes y exóticas que ejerció, decir cosas que sólo entre iguales se pueden decir. Salvó varios desbarrancos y suturó varias heridas. Nunca tomaba nota, “para que dejar registro de tonterías que es mejor olvidar”, era su sumario.
Amaba el campo, el ganado, los árboles y supo hacer malos negocios agrícolas que dejaron atrás hermosos parajes que recibieron a muchos recién llegados al paraíso yucateco. En un dos por tres evaluaba si eras un tonto irremediable, o tenías esperanza de redención y, obvio, actuaba en consecuencia. Muchos abrevamos de su opinión, suyo fue el mérito del acierto en el rumbo, nuestra la imperfección en la ejecución.
Se nos fue joven, 79 años es un miniperiodo de vida para los estándares modernos; hasta en eso congruente. Partió sin amarguras, mucha tranquilidad y espacio para poner sus ideas en orden. Después de haber sido esposo, padre, líder, político, gobernante y yucateco, no tengo duda que estaba listo para dejar de ser. No sé si vivir una vida al pie de la letra de un proverbio hace que una vida sea proverbial, de lo que no tengo duda alguna es que su ruta fue memorable.
Federico Granja Ricalde ha dejado de ser, se debe estar preparando para empezar a ser otras cosas, en esos empeños le deseamos el mismo éxito y la justicia de ciclos más extendidos.
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