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Neo iconoclasia, protesta feminista legítima

Especial: Las calles, de ellas
Foto: Cristina Rodríguez

Melisa Agüero

Como toda fecha conmemorativa, el principal objetivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer es invitar a la observación y no, como muchos pensamos en principio, celebrar. Si bien el festejo no está peleado con la reflexión, lo cierto es que este 25 de noviembre lo mejor que podemos hacer es analizar el contexto nacional que nos tiene, como sociedad, con un promedio de 11 feminicidios al día y miles de llamadas diarias por emergencias derivadas de la violencia doméstica.

Confundirse con los conceptos que rodean a la fecha es fácil, por ejemplo, violencia y vandalismo son lo primero que se nos suele venir a la mente cuando mencionamos marchas feministas, ésas que, si lo vemos en retrospectiva, sólo suman entre cuatro y cinco movilizaciones anuales, aquellas que se gestan justamente por las fechas emblemáticas del movimiento como el 8M, y dos que tres -como siempre en este país- por algún caso de injusticia significativo.

Si contabilizamos dichas movilizaciones, no representan ni el 10 por ciento de la cifra de feminicidios que se registran al año en el país, número al que habría que sumar la cantidad de víctimas por ataques con ácido, que en su mayoría son mujeres, los reportes de violencia doméstica y económica, y los de abuso sicológico dentro de la pareja, que regularmente se vive en silencio.

Tras analizar estos datos, resultan evidentes las razones por las que las marchas feministas en México son mundialmente reconocidas por su agresividad y crudeza, muy diferentes a las manifestaciones que se llevan a cabo en el resto del continente, las cuales se distinguen por los pañuelos verdes, tamboras y bailes afuera de los congresos y plazas. El contexto nacional es complejo y es fácil dejarse engañar por el discurso vacío de las y los políticos, quienes entonan que “la violencia sólo genera más violencia”.

Este complejo panorama de activismo nos obliga a plantearnos, ¿qué entendemos por violencia y cómo, en un país tan duro como México, aún nos confundimos? Para responder dichas cuestiones, me gusta retomar a Miriam Tello Bañuelos, catedrática de la Universidad de Guadalajara, quien ha hecho que fácilmente entendamos las diferencias entre los conceptos de violencia y vandalismo.

Según la autora, no puede calificarse como violencia el que una feminista pinte una pared, porque esta en sí lleva dedicatoria: su objetivo es lastimar y/o anular específicamente a alguien. Esto se puede lograr a través de violencia física, pero también de la sistemática y social, al no permitirle a la víctima desarrollarse de manera integral, ya sea en su trabajo, dentro del núcleo familiar o en su entorno social.

En el caso de la crítica a la “violencia feminista”, difícilmente un muro o monumento podrá sentirse lastimado o anulado por tener una gota de pintura, y si bien puede perder su valor, este es medido por seres humanos, por lo que dichas acciones no cumplen con los requisitos para ser violencia.

Según la catedrática, es normal llamar vándalos a quienes protestan “de manera violenta”; las feministas no son las primeras en sufrir esta mala reputación, pues los anarquistas ya tuvieron su momento también, pero, a diferencia de la violencia, el vandalismo no tiene propósito ni tiene un trasfondo político de exigencia social. Se pintan paredes porque sí, se dañan monumentos porque los manifestantes así lo deciden, porque para quienes perpetran los actos, estas estructuras no tienen ningún valor y tampoco consideran una razón específica para hacerlo.

Es ahí donde se hace pertinente comenzar a hablar de un nuevo concepto que exprese y declare lo que en realidad son y significan las marchas feministas, las cuales son una legítima protesta, alejada del vandalismo, y que ponen en evidencia la verdadera violencia: la ejercida por el Estado y la sociedad mexicana hacia las mujeres. Ese concepto del que les hablo es la neo iconoclasia.

Si bien la iconoclasia como tal es considerada por la Real Academia Española como una doctrina debido al momento y contexto religioso en el que nació, después del año 700 d.C., lo que la propuesta intentaba era negar el culto a las imágenes religiosas, ya que este suponía un tipo de control ideológico, fueron las intervenciones contra los monumentos coloniales que negaban la historia de pueblos originarios las que resignificaron el término en la era moderna, para que ya no tuviera relación sólo con posturas religiosas, sino políticas y culturales.

Hoy comienza una nueva era de la iconoclasia, con una nueva ola del feminismo que retoma el concepto para describir mucho mejor su tipo de protesta. Lo llamo neo, porque apenas está descubriendo sus matices. Es un estilo distinto al históricamente conocido, porque cuestiona otros poderes y otras injusticias, pero sigue interviniendo estatuas y edificios públicos construidos desde la institucionalidad.

Quien niegue los alcances y logros de la neo iconoclasia feminista quizá esté más interesado en ver la cobertura mediática de los destrozos que seguir las alarmantes cifras de las mujeres asesinadas en el país a diario. Y es que no hay nada más patriarcal que contabilizar los recursos que los gobiernos erogan para limpiar los daños que las “inconscientes feministas” hicieron, dinero que siempre se niegan a invertir en infraestructura de prevención y protección y que debería haberse etiquetado, en primer lugar para las áreas y dependencias correspondientes.

No hay distingo sustancial entre este nuevo estilo y los inicios de la iconoclasia. Al final, los gobiernos actuales nos insisten también en pelear o arrodillarnos ante las imágenes históricas, esos íconos inanimados que cuentan una versión tergiversada de nuestro pasado. Estas figuras de poder crean nuevos bandos para desviar la atención y culpar a las asesinadas y violentadas de sus propias faltas. Las culpables son las asesinadas y las víctimas son los monumentos.

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Edición: Ana Ordaz 


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