Hasta en las mejores familias

Aída López

Recientemente, se está dando un fenómeno que ha llamado la atención de sicólogos y sociólogos, el “distanciamiento” o “alejamiento” de los hijos respecto de sus padres, ya sea por diferencias políticas, religiosas, raciales, de valores u orientación sexual. En ocasiones la separación se disimula con un viaje por estudios o trabajo a una ciudad lejana a la que viven los progenitores, ya que es fuerte el estigma del “buen hijo” y “buen padre”. Se califica a los hijos de acuerdo al trato con sus padres, asimismo se juzga a los padres cuando el hijo se aleja de ellos. Lo cierto es que hay hijos adultos que han tomado la decisión de cortar la línea parental argumentando la necesidad de desarrollo y crecimiento personal. Dada la concientización de la importancia de la salud mental, en las redes sociales se han creado comunidades virtuales de soporte emocional para sobrellevar el duelo. Lo anterior puede constatarse en las páginas de Facebook y YouTube, donde  se ventilan los pensamientos y los sentimientos de hijos que han tomado la decisión del contacto cero.

El distanciamiento del núcleo familiar es un tema de moda en los países occidentales, aunque no nuevo, sin embargo, las altas tasas de individualismo son una “epidemia silenciosa” reciente, por lo que hay pocos estudios al respecto. En 2020 el sicólogo estadounidense, miembro del Council Comtemporary Families, Joshua Coleman, publicó Reglas del distanciamiento. Por qué los niños adultos cortan lazos y cómo curar el conflicto, derivado de su experiencia cuando su hija cortó el contacto con él por años. Coleman en su libro le da un peso específico a la historia familiar de los padres, debido a que su punto de vista está influido por la educación que recibieron. “Los padres para bien o para mal, ya no pueden exigir el contacto como devolución del tiempo y el dinero gastados”. La ayuda económica no les otorga a los padres el derecho a determinar las reglas de la relación. “Decidir qué personas mantener cerca o lejos se ha convertido en una importante estrategia de vida”.

Coleman es enfático al decir que hoy en día nada ata a un adulto con sus progenitores más allá de su decisión de conservar el vínculo. En la cultura de la felicidad existe la percepción de que quienes dan la vida son obstáculos para alcanzarla al coartar el crecimiento personal, razón suficiente para excluirlos, lo que llena a los padres de tristeza, vergüenza, culpa y dolor. Considerada una de las experiencias más intensas y desorientadoras, distingue el impacto de la separación del hijo en el padre y la madre, ya que en esta última es mayor por los roles prescritos socialmente. El padre puede justificar renunciar a la reconciliación en un acto de masculinidad y orgullo sin considerarse egoísta, sin embargo, la madre insistirá por mucho más tiempo en obtenerla. 

Sin duda, el momento cultural y socioeconómico nos lleva a reflexionar lo que significa ser parte de una familia, cuando las relaciones se basan menos en la obligación, el deber y la responsabilidad, en aras de la anhelada felicidad. Con la ruptura se desencadenan estrés y ansiedad, hay una pérdida de capital social al no tener en quien confiar en momentos difíciles como se ha sentido con más intensidad durante la pandemia. Asimismo, hay daños colaterales que alcanzan a otros miembros de la familia. 

Si bien hay relaciones que pueden reconstruirse sobre nuevas bases, hay otras irreconciliables que requerirán de la aceptación de los padres. 

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Edición: Estefanía Cardeña