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Censurar la Navidad

Resulta extraño el deseo de ''felices fiestas''
Foto: Cecilia Abreu

Primera escena: nada mejor para distraer la mente, en estos días, que una película navideña. En televisión abierta ya comenzó una y, por la trama, el espectador deduce que es producida por Hallmark y, por lo tanto, abiertamente cristiana; sin embargo, la distracción se olvida cuando se nota una ausencia; algo pasa en el doblaje que es evidente la consigna de sustituir la palabra Navidad por “fiestas”. ¿Por qué la censura? Averiguando un poco, el filme en cuestión se llama, en inglés, Christmas in Angel Falls; en español, con esa traducción, ni idea. 

Segunda escena: llegan al correo electrónico dos felicitaciones, una de ellas de un centro público de investigación en antropología social, deseando al destinatario “Felices fiestas”. El impulso es creer que la moda es economizar caracteres y agrupar los festejos por Navidad y año nuevo, cuando hace unas décadas lo común era desear felicidad para la primera y prosperidad en el segundo, enunciando “Feliz Navidad y un próspero año nuevo”.

Precisamente resulta extraño el deseo de “felices fiestas” por parte un programa de posgrado en antropología social; por más laico que se quiera ser, la religiosidad, la migración y la pobreza suelen ser sus temas de estudio, como si la institución ya estuviera deshumanizada; lo suficiente para darle la razón a la embestida del Conacyt al mundo académico.

Tercera escena: la lectura sobre la última sesión de la última sesión de control al gobierno de España, en la que Pablo Casado, presidente del Partido Popular comenzó su intervención deseándole al presidente Pedro Sánchez “Feliz Navidad porque nosotros sí felicitamos las Navidades y no el solsticio de invierno”. El debate político es de un nivel paupérrimo, pero ya se ve que en el fondo está una guerra de largo aliento entre izquierdas y derechas; fiestas contra Navidad.

Guerra de largo aliento, por los símbolos implicados; es una larga disputa por el control del lenguaje político. De hecho, ya son varios siglos en los que alguna corriente intenta quitarle la religión a la Navidad. La misma Canción de Navidad, de Charles Dickens, nunca menciona el aspecto religioso en las visiones de Ebenezer Scrooge; únicamente un pasado de cierta alegría por las reuniones con música, o esboza la voluntad por auxiliar al prójimo como parte del espíritu de la época. Dickens es el creador de las fiestas a la anglosajona: regalos, música alegre, comilonas, reuniones entre familiares y amigos, una temporada para el altruismo; pero la convierte en una fiesta de origen incierto, en un ritual asociado al cambio de estación.

No deja de ser curioso que el cuento Cómo el Grinch robó la Navidad, convertido también en película, sea una crítica a ese festejo, llegando al mensaje de que la Navidad es más que compras, bullicio, regalos y adornos, tenga también origen anglosajón. Antes, Hans Christian Andersen había sido demoledor con el materialismo que había alcanzado la festividad, que había vuelto a la sociedad insensible, incapaz de voltear a ver a una niñita vendedora de cerillos.

Pero, ¿qué implica sacar la religión de la Navidad, dejándola en “las fiestas”? Hacer festejos excluyentes, clasistas, de comunidades cerradas. Es querer quitarle su función -ésta sí, religiosa por completo- de conmemorar el nacimiento de un niño, hijo de migrantes excluidos de los lugares de albergue, alumbrado en condiciones antihigiénicas, y perseguido desde ese momento por los poderosos. Un niño que, ya adulto, llamaba a los olvidados por judíos y romanos, extendió su predicación a las mujeres y compartió la mesa con los “impuros” publicanos.

Es entendible que el mundo político, tanto de izquierdas como de derechas, prefiera no recordar. Ninguno ha ofrecido una solución exitosa a quienes han sido excluidos, desposeídos. Unos pretenden levantar muros, otros hablan de incluir, pero siguen dejando en la indefensión a muchos. ¿Quién puede ver una repetición de la Sagrada Familia en las embarazadas que forman parte de la más reciente caravana migrante? Pareciera que el mundo no. Una encuesta de YouGov indica que seis de cada diez europeos, en una muestra tomada en Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España, Polonia, Bélgica, Suecia, Hungría y Suiza, considera que su país y la Unión Europea han permitido una inmigración mayor a la debida, y casi la mitad opina que deberían levantar muros fronterizos. Las políticas migratorias de Estados Unidos y el cálculo político con que se maneja su congreso muestran que las vidas humanas valen menos que los tiempos electorales.

Claro, se sigue viendo con desconfianza al que llega pobre, huyendo de la miseria y también de modernos Herodes vestidos de policías, guardias nacionales, agentes de migración, o polleros, narcos; incluso hasta del que llega de otra localidad, el fuereño que trae costumbres distintas, y que seguramente no será invitado a la posada del vecindario. Gracias a Dios son ellos y no tú, reclama Bob Geldof en Do they know it’s Christmas.

Y a fin de cuentas, la Navidad simboliza que en un tiempo de caos, la esperanza volverá a nacer, ahí en los lugares olvidados y heridos, y llamará a quienes han sido desplazados, ignorados. Entenderé que quien quiera desear felices fiestas lo hace porque prefiere ver hacia otro lado, en vez de este prójimo. Mientras, opto por desear ¡Feliz Navidad!

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Edición: Ana Ordaz 


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