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Humanoides en camino

La modernidad nos atropella a nivel global
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Como consecuencia de los textos anteriores, publicados en La Jornada Maya, las preguntas sobre el objetivo de la educación se multiplican. Queda muy claro las necesidades de casa, vestido, cultura y sustento, pero, ¿y lo demás? ¿Alguien menciona la felicidad? Sabemos que este tema es muy amplio, por lo que educarnos exclusivamente para ser consumidores habla de una gran pobreza.

¿Se nace generoso, empático, o se educa a serlo? ¿Es fruto de lo que se mama en casa? 

En las comunidades se practica la mano vuelta: hoy por ti, mañana por mí. En los festejos patronales, en los barrios apoyando al vecino; coperacha para el entierro, buscar donadores de sangre, de padrinos de tocho morocho para los quince años, el bautizo, las bodas, con el compromiso de devolver el favor.

¿Qué pasa cuando se “sube de categoría”, se cambia de código postal y se vive en conjuntos residenciales con casa club y se deja lo aprendido en casa como “pasado de moda”? Cuesta conocer al vecino. De desconfianza están hechos los ladrillos con los que se construyen los muros.

Y nos vamos aislando, alejando, transformándonos en el centro de nuestro universo y los hijos se educan viendo eso y, al no tener conexión con ellos, crecen incapaces de tener empatía con los otros y aprenden a medir y juzgan como vieron a sus padres hacerlo y desprecian y tratan a quienes los rodean a partir del tamaño de su envase, color, punto cardinal donde se encuentre su casa, de su ser alumno de escuela o colegio. A buscar únicamente su interés.

Y comienzan a ver como estorbo a la gente mayor, a las personas con necesidades especiales, a todos los etcéteras que se sintetiza en la falta de capacidades de producir y consumir.

La modernidad nos atropella a nivel global. Por lo pronto, esta nota que nos llega allende el mar, nos habla un ciudadano español, residente de Valencia, jubilado de 78 años, que inició una rebelión pacífica, contra los bancos en España que, con su objetivo de bajar costos, han cerrado sucursales y eliminado casi por completo el trato humano provocando un drama en la vida de millones de personas mayores ajenas a la tecnología. La iniciativa de Don Carlos San Juan que tituló: Soy mayor, no idiota, lleva casi 400 mil firmas, donde apunta: “Tengo casi 80 años y me entristece mucho ver que los bancos se han olvidado de las personas mayores como yo. Ahora casi todo es por Internet… y no todos nos entendemos con las máquinas. No nos merecemos esta exclusión. Por eso estoy pidiendo un trato más humano en las sucursales. […]los horarios son muy limitados, hay que pedir cita previa por teléfono, pero llamas y nadie te lo coge. Y te acaban redirigiendo a una aplicación que, de nuevo, no sabemos manejar. O mandándote a una sucursal lejana a la que quizás no tengas cómo llegar. Esto no es ni justo ni humano.”

¿Y si, además, como sucede en nuestro país, no se habla español?

¿Es eso lo que aspiramos alcanzar como primer mundo? Los programadores, que mercan a partir de su capacidad de ahorrar en servicio del capital, no son capaces de prever su turno de ser desechados. 

Los acaparadores se irán tan desnudos como llegaron. Me tocó ver en el aeropuerto de la Ciudad de México, en una camilla, escondido y solo a López Portillo acompañado únicamente por un escolta.

Hace algunos años tuvimos oportunidad de ir a Chios, una pequeña isla griega frente a Turquía, donde nos llamó la atención ver puertas con la llave puesta. El guía nos señaló que eso quería decir que adentro vive un adulto mayor y sus vecinos lo arropan y están pendientes de sus necesidades. Es así como cualquiera de ellos abre la puerta y entra para ver si se le ofrece algo de la tienda, si necesita alguna tarea de la casa, una palabra de aliento, un rato de conversación. 

En los Estados Unidos, en cambio, existen servicios que los adultos mayores pagan para que los llamen con periodicidad acordada y en caso de no responder, avisar a la policía. 

En Suecia propician residencias de ancianos y jóvenes universitarios. Estos, a cambio de hospedaje y comida, tienen el compromiso de darle al mayor cierta cantidad de horas que pueden ser para compras, limpieza o compañía. 

¿Estudiar, para qué? Hay en el aire un cierto olor a autogol.

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Sigue leyendo a la autora: Qué alimenta el corazón de los cachorros

 

Edición: Estefanía Cardeña


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