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Nada nuevo bajo el Sol

'El pasado imaginado', el primero de cuatro trabajos dedicados a las artes plásticas y arqueología mexicana
Foto: Arqueología Mexicana

Muy cierto es ese viejo adagio: la mayoría de las ideas y creaciones que pensamos que son originales están inspiradas, influenciadas o copiadas –con sus adaptaciones– de conceptos prexistentes.

Esto se confirma con la información que sobre ese tema nos brinda el brillante arqueólogo Leonardo López Luján en la edición especial 99 de la revista Arqueología Mexicana, que lleva el sugerente título “El pasado imaginado”. Es el primero de cuatro números dedicados a las artes plásticas y la arqueología en México.

Comienza con una interesante presentación del tlatoani de los arqueólogos, Eduardo Matos, con quien, por cierto, se formó en su juventud López Luján –muy amigo de su padre, el destacado historiador Alfredo López Austin–, pues desde niño en vacaciones iba a “trabajar” con Matos al Templo Mayor.

Ya graduado, obtuvo un doctorado en arqueología en la Université de Paris-X Nanterre y a partir de entonces han sido múltiples sus logros y reconocimientos, basta decir que es miembro de la British Academy y uno de los integrantes más jóvenes de nuestro ilustre Colegio Nacional.

López Luján nos brinda ejemplos plásticos de diversas culturas y periodos históricos y nos revela, contrastándolos, las influencias que los conformaron.

Conocemos edificios sobresalientes, códices, mapas, así como personajes, anticuarios, coleccionistas, pintura, grabado, escultura y arquitectura.

El texto sobre el periodo prehispánico comienza con el refrán popular: “Desde el Bravo hasta el Suchiate ¡México es puro tepalcate!...” Y no puede ser de otra manera, pues explica que en los casi 2 millones de kilómetros cuadrados que abarca nuestro territorio surgen por doquier los vestigios materiales de las sociedades que lo poblaron a lo largo de milenios.

 

 

Nos hace ver la fascinación que existe en descubrirlos, conocerlos y tratar de comprenderlos, pues entre otras tiene la capacidad de transportarnos al pasado para hacernos entrever el futuro: en tanto disminuidos sobrevivientes de épocas lejanas arriban al presente y con su tragedia pronostican nuestro destino.

Nos habla de la profunda atracción que las sociedades mesoamericanas del Posclásico Tardío (1325-1521 d.C.) experimentaron ante los vestigios culturales de tiempos idos. Es interesantísimo conocer que diversos documentos develan que los mexicas y sus vecinos visitaban con asiduidad Teotihuacan, Xochicalco y Tula.

Esas importantes capitales se destruyeron con inusual violencia y se despoblaron casi por completo hacia los años 600, 900 y 1150, respectivamente.

Al paso de los siglos su recuerdo se esfumó. Al descubrirlas, la gente del Posclásico Tardío no pudo más que imaginarlas como antiguas moradas de los dioses, de gigantes o de pueblos legendarios.

Querían desentrañar sus misterios; abundan las evidencias de que los mexicas y sus vecinos abrían túneles, pozos e incluso realizaban excavaciones a cielo abierto en los principales edificios.

No es difícil imaginar, dice López Luján, a grupos de artistas –comisionados por los gobernantes– posados frente a los vestigios, observándolos con detalle y trazando bocetos sobre hojas de papel amate, pieles o lienzos, con sus tintas de colores y pinceles o cálamos.

El resultado fue la recreación tanto de objetos como de complejos arquitectónicos decorados con pinturas y esculturas.

Pero aclara que nunca se trató de réplicas ni duplicaciones, sino de evocaciones sumarias de estilos antiguos que se imbricaban armónicamente con elementos estéticos de su momento.

Así surgieron las corrientes estéticas arcaizantes, que por su fuente de inspiración los arqueólogos han llamado “neoteotihuacana”, “neoxochicalca” y “neotolteca”. La información se enriquece con ilustrativas imágenes.

Después vienen los capítulos referentes al periodo colonial y por último el ocaso, en los que brinda la misma rica información muy bien ilustrada.

 

 

Las influencias se han dado en todos los ámbitos y la gastronomía no es la excepción. Hoy vamos a degustar comida coreana al restaurante Arirang, en Florencia 67. Su carta muestra fotografías a color de los platillos y explica sus ingredientes. Seguro van a encontrar los orígenes de muchos de ellos. No olvidemos que el chile llegó al continente asiático procedente de lo que ahora es México.

Les comparto algunos de mis platos favoritos: sopa de brotes de soya, dumplins coreanos al vapor, estofado de pescado picante y bulgogi, que son suaves tiras de res cocinadas en un caldo delicioso en una olla de piedra.

Edición: Emilio Gómez


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